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Dos caras de la necesidad
› Por Pablo Vignone
En el Monumental se vieron dos caras de una misma necesidad. En el primer tiempo era impostergable preguntarse para qué poner seis jugadores de vocación ofensiva, respetando tradiciones bien nuestras, para terminar jugando malamente a la inglesa, desperdiciando centros en diagonal a la cabeza salvadora de Crespo o cualquiera de los centrales; para qué, si los lanzadores del equipo eran entonces Ayala y Heinze.
Victorias como ésta tranquilizan pero no seducen. La gente mostró su enorme necesidad de afecto futbolístico de arranque, cuando a los tres minutos el toqueteo le despertó el “olé” que tenía atragantado. El equipo hizo el intento. Pero si Aimar y D’Alessandro no se juntaron tanto como se esperaba, lo que terminó derivando en esa escasez de juego, ¿no habrá sido porque resulta antagónico la asociación con la ultravelocidad que le imprime al juego siempre la Selección?
Esos pelotazos de 30 y 40 metros de los zagueros exasperaron tanto como la obsesión de Delgado de centrear en lugar de enganchar hacia adentro buscando el desequilibrio. ¿Habría servido eso para desbaratar la firme defensa ecuatoriana? Quién sabe. Pero tampoco sirvió el excesivo juego aéreo con el que la Selección buscó, desesperada y transparente, abrir rápido el marcador para que se le abrieran, al unísono, los espacios imprescindibles para que los seis delanteros hicieran los estragos previstos.
Terminó salvando el gol de Crespo y eso cambió el resultado y la cara, no el concepto. La pausa y el toque, impuestos al compás del pie de Riquelme, respetaron la tradición, un intento que se saluda, pero el mensaje final fue cambiar a Delgado por Burdisso, para recrear el 3-3-1-3, dejando a Saviola en el banco. ¿El 1-0 pudo entonces con la vocación?
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