Vie 11.06.2004

DEPORTES • SUBNOTA

Con banderas de una sola divisa se ve muy distinto

Por Daniel Guiñazú

La Boca le mostró a River su gesto más hosco. Nunca los millonarios se sintieron tan solos, tan desprovistos de apoyo como anoche en la Bombonera. La decisión del Comité de Seguridad de que los superclásicos por las semifinales de la Copa se jueguen con la ausencia de los hinchas visitantes generó un ambiente raro, deseable para algunos, aunque desacostumbrado para el fútbol argentino. Hubo casi 60 mil almas alentando al equipo de Bianchi con el sonido y el color propios de los grandes acontecimientos. Y, a lo sumo, poco más de 100 hinchas riverplatenses como testigos casi clandestinos del espectáculo. Como estuvieron casi de incógnito en el estadio, les resultó imposible hacerse oír y hacerse ver. Sus voces de apoyo fueron tapadas por el clamoreo boquense. Y ninguna bandera dio testimonio de su presencia. Lo mismo pero a la inversa sucederá el próximo jueves cuando Boca deba visitar a River en el Monumental en el partido que definirá el finalista argentino de la Copa Libertadores.
Fue extraño ser testigo de un Boca-River sin duelo de hinchadas, sin colores diferentes, sin cánticos (o insultos) respondidos de inmediato por la tribuna de enfrente. El fútbol argentino no suele producir partidos así, de fervor tan desparejo, sobre todo cuando se topan los dos más grandes. Pero la combinación entre los férreos intereses de la televisión y la necesidad de que el superclásico se mantenga limpio de toda violencia, pudo lo que nunca: generar algo singular, un capítulo único dentro de un enfrentamiento que es parte de la historia, que será recordado desde anoche y para siempre.
Desde muy temprano estaba en claro que la noche iba a ser diferente, que habría clima de partido grande pero que la puesta en escena sería responsabilidad exclusiva de uno solo de los dos. River tuvo un anticipo de la noche que se le venía cuando una pedrada le rompió un vidrio al micro que los llevaba en la esquina de Almirante Brown y Villafañe. Al momento de la aparición de los equipos, Boca fue recibido con el estallido emotivo habitual en estos casos, y River, con una silbatina ensordecedora, unánime, que no hubiera llamado la atención si no fuese que no había nadie para disimularla, para contestarle. Los jugadores hicieron como que no les importaba nada, ignoraron a la gente y se dirigieron a posar para los fotógrafos.
Esta vez no estuvieron los 11 mil hinchas riverplatenses que dijeron presente la tarde del partido por el torneo Clausura. La segunda y tercera bandejas de la tribuna que Boca les destina a sus rivales estaba tan pintada de azul y oro como los demás sectores del estadio. River fue condenado anoche a ser más visitante en la Bombonera que, por ejemplo, en Asunción o Cali.
Durante el partido, la hinchada de Boca tuvo el obvio monopolio del fervor y lo único a lo que pudieron aspirar los jugadores de River fue al silencio o a la indiferencia. A la hora de sus mejores jugadas, no bajaron aplausos sino que todos fueron silbidos. Como si River no fuera River sino cualquiera de los equipos extranjeros que visitaron a Boca en los últimos años por la Copa. Pero la mayor demostración de lo huérfano que River estuvo no fue la lógica explosión que produjo el gol de Schiavi. Cuando Martín decidió las expulsiones de Gallardo y Garcé, la Bombonera reventó como si en ese mismo momento se hubiera ganado la copa.

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