DEPORTES
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El fútbol no es para miserables
› Por Facundo Martínez
Cargada de limitaciones técnicas y absurdas desprolijidades, aspectos alarmantes para los dos equipos que pretenden el título de campeón de la Copa Libertadores, esta primera final dejó más dudas que certezas. Dudas acerca de la altura del juego de los protagonistas, vuelo medio para Boca y vuelo raso para Once Caldas; acerca de la labor del árbitro Gustavo Méndez, tan equivocado en su concepto del juego que resulta inexplicable su designación y hasta su status: ¿no les bastó a los popes de la Conmebol el espectáculo de Méndez en el Boca-Palmeiras de la final del 2000? Y más dudas acerca de lo que es lícito dejar de lado, que se dividan aquí las aguas otra vez, con tal de obtener el resultado.
Novedoso artilugio el de este equipo colombiano, capaz de renunciar prácticamente a todo, con tal de llegar ileso a la segunda final. Está bien, se dijo, Boca debió haber ganado y no lo hizo, no pudo, no supo cómo romper el murallón colombiano. No sorprende tanto entusiasmo por la nada, tanto elogio oportunista. No es para menos: ¡el resultadismo ha llegado a una final y está a sólo 90 minutos de lograr la hazaña! Pero, ¿cómo? ¿De qué manera, con qué veladas armas lo conseguirá este Once Caldas que se defiende con once y ataca con cero, que revolea la pelota sin ton ni son, en cualquier sector de la cancha?
No habrá ventaja por localía que valga. Aunque deba mejorar su juego, ser más inteligente en su pretensión de desequilibrar, Boca puede sentirse tranquilo en este sentido: si los colombianos apuestan a lo mismo, sólo un milagro podría darles el triunfo. Una pelota que se desvíe en un barrilete y sorprenda a Abbondanzieri, por decir algo. La tatarabuela de las discusiones futboleras, la alcahueta rectora y su profundo dilema –de estilo y también de vida– jugará el jueves su propia final. Ojalá se imponga el juego de aquel que, por convicción, asuma el protagonismo que requiere el caso, del que no se regale al destino, que en el fútbol, que tiene en el gol su máxima, bella expresión, no ayuda a los miserables.
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