DEPORTES
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Empacho de fútbol
› Por Pablo Vignone
El fútbol mundial reconoce cuatro potencias históricas, más allá de circunstanciales selecciones-sensación que asoman –generalmente cuando reúnen una camada interesante de jugadores– y hacen ruido durante un rato. Son la Argentina, Brasil, Alemania e Italia. Por peso futbolístico, por blasones, por pedigrí y hasta por escuela. Cualquier enfrentamiento entre estas selecciones produce entre los amantes del fútbol una expectativa especial. Ni hablar de lo que aviva entre los jugadores.
El partido de Nuremberg, como suele suceder en el 80 por ciento de estos enfrentamientos, no defraudó. Lo tuvo todo: goles, alternativas cambiantes en el marcador y, por sobre todo, un altísimo rendimiento individual que produjo un juego de primera clase, independiente del resultado. ¿Mereció ganarlo Argentina? Indudablemente. ¿Pudo perderlo? También, porque el partido obedeció a la impredecible regla básica de este deporte.
La Argentina tiene una Selección de ensueño. A la que le sobran intérpretes y que encarna el ideal del juego que le reclama el glorioso pasado del fútbol nacional. Contra Alemania, un equipo discreto pero imposible de subestimar como representante de una potencia, la Argentina controló la pelota casi todo el partido y la usó con tal criterio estético, con un ritmo casi musical que respondió a la batuta del maestro Riquelme, que generó la placentera sensación de un auténtico empacho de fútbol. Atacó sin ambages, con múltiples variantes (por abajo, por arriba, de media distancia, tocando hasta el área, con centro atrás...), con hasta seis o siete futbolistas sumándose a la ofensiva. Tirando caños si es necesario –o si se les canta– para llegar al arco rival.
El buen fútbol contagia. Aunque Aimar esté todavía falto de fútbol, al lado de Riquelme puede apurar la recuperación. En el medio deslumbran Sorín y Cambiasso, y espera Mascherano. Si no está Crespo, está Figueroa. Por la izquierda ya probó en esta Copa a Saviola, Tevez, Delgado. Prueba con Santana y el experimento es exitoso. Y aunque este Samuel sufra una recaída, Coloccini y Heinze son pilares de una defensa que, por las características propias del estilo, va a correr siempre riesgos; por eso, un arquero seguro es la gran asignatura pendiente de este equipo.
El resultado, por supuesto, no es lo de menos, pero una vez más quedó comprobado que, teniendo jugadores que juegan y jugando de esta manera, un equipo está, siempre, más cerca de ganar que de perder. Más vecino del orgullo que del sinsabor.
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