La llegada de Reinaldo Merlo surge en un momento atípico para la historia reciente de River. Por un lado, nunca se había dado la circunstancia de que un entrenador dejara su cargo en medio de un campeonato, desde que se instauraron los torneos cortos. Además, a Merlo le tocará dirigir a un plantel mucho menos rico que el que dispusieron todos sus antecesores, al menos desde la etapa de Daniel Passarella.
Por eso, con esos dos condicionantes, al ex número cinco se le plantea un desafío, como mínimo, complicado. Sin margen para pruebas, debe conseguir resultados y funcionamiento –en ese orden– de manera inmediata. No hay plazos para conocer el plantel, ni para buscar un equipo titular, ni siquiera para sostener jugadores que vienen atravesando un mal momento futbolístico. Un par de malos resultados dejaría a River en una situación difícil en el Apertura, un lujo que la dirigencia que encabeza José María Aguilar no puede darse, teniendo en cuenta la elecciones de diciembre. Sobre ese tema, además, hay un dato a tener en cuenta: en su primera etapa en River, en 1989, Merlo dejó su cargo con el equipo segundo a un punto de Independiente al finalizar la primera rueda, luego de que Osvaldo Di Carlo perdiera las elecciones con Alfredo Davicce.
En cuanto al aporte que puede brindar Merlo, de acuerdo con sus antecedentes como entrenador, la elección parece ser acertada. Acostumbrado a adaptarse a planteles sin demasiadas figuras, el River actual puede calzarle a medida. Si sigue fiel a su filosofía, apostará por armar un bloque sólido, que sea difícil de vulnerar, y recién a partir de ello intentará quebrar a sus rivales. Los hinchas son conscientes de que el material disponible no es el de épocas no tan lejanas, lo que seguramente bajará el nivel de exigencia. Entonces, los planteos utilitarios que suele armar el ex técnico de Racing pueden contar con mayor tolerancia a la que tendrían con un grupo de jugadores más jerarquizados. Ese es el desafío para Merlo, que llega a su segunda casa para tratar de poner orden.