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› JOAN MANUEL SERRAT TIENE NUEVO DISCO, JOAQUIN SABINA UN HOMENAJE
Padres de la canción inteligente
El del catalán se llama “Versos en la boca” y marca su retorno a las canciones propias, luego de un lustro. En simultáneo, apareció aquí “Donde más duele. María Jimenez canta por Sabina”.
Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina son posiblemente los dos escritores de canciones inteligentes más representativos del mundo de la música española de los últimos treinta años largos. Junto a Luis Eduardo Aute, filipino de nacimiento, Serrat y Sabina elevaron el standard de calidad del género-canción en castellano de tal manera que se convirtieron en referencias internacionales. Más influido por la canción en francés Serrat –en él siempre latieron los ecos de Brel y Bresson–, mucho más cercano al rock –el de Bob Dylan y Leonard Cohen, se entiende– Sabina, sus planetas orbitaron en paralelo durante muchos lustros, hasta que parecieron ingresar en el mismo sistema solar cuando los ‘90 los sorprendieron habiendo dejado atrás sus sucesivas juventudes. A esa altura, sus discos ya se habían tornado excepcionales, por lo infrecuentes. Serrat acaba de editar su primera obra del siglo XXI: se llama Versos en la boca y esta semana llegó a las bateas de la Argentina. Su colega, reponiéndose de los excesos que hace poco hicieron temer por su vida, regresó al ruedo en boca de una impactante cantaora, que interpreta algunos de sus mejores temas en el disco compacto Donde más duele. María Jimenez canta por Sabina.
Hace cinco años que Serrat no mostraba canciones propias. En el medio, editó un disco de homenaje a la nueva canción catalana, de la que fue figura central en los años ‘60, y otro, con el seudónimo de Tarres, en el que se dio el gusto de versionar temas que le interesan del cancionero latinoamericano. Detrás de eso latía lo que en otro sería una sequía, y un maestro debe ser considerado un alto en el camino. Maestro no es una palabra excesiva para Serrat, que desde finales de los ‘60 hasta bien entrado los ‘80 aportó a la música en castellano una imborrable colección de discos notables, muchos de ellos rebosantes de canciones destinadas a hacer historia. Y a generar admiradores, fanáticos, émulos e imitadores. Versos en la boca tiene todo los elementos que hicieron Serrat a Serrat: canciones más que decentemente escritas, arreglos inteligentes, su singular visión –irónica y autocomplaciente– del mundo, corrección política, picardía, militancia en las buenas causas, interpretaciones personales. Pero, ay, como en aquella canción suya en la que un hombre le decía a una mujer “me gusta todo de ti, menos tú”, la suma de las partes no conlleva un resultado que impresione. No es que este disco sea más de lo mismo, lo que tratándose de un grande sin discusiones sería muy bueno, sino que parece el acto de un mago al que el público le conoce los trucos de memoria.
Este concepto merece explicarse, ya que el problema no es la falta de novedad o la repetición, sino más bien esa meseta de encantadora previsibilidad en que hace una década parece instalado Serrat, como si el voluminoso iceberg de su carrera lo absolviera de cualquier posibilidad de variar. Para que se entienda más: si estuviesen firmados por otro cantautor, temas como “De cuando estuve loco”, “La bella y el metro” o “Los recuerdos” llamarían la atención. En Serrat, en cambio, despiertan la memoria de canciones pasadas o, en el mejor de los casos, suenan recurrentes. Hay otra posibilidad, que es que aquel que pasó más de treinta años disfrutándolo no deba pedir ya nada más a este auténtico manantial de canciones. Pero eso equivaldría a pensar que el pasado debe ser automáticamente mejor que el futuro, idea reaccionaria y poco artística si las hay. Lo mejor sería que Serrat adelantase, como adelantan los genios, y que este disco esté destinado a ser entendido mejor dentro de un tiempo. Cuando se presente en vivo durante el verano, reanudando la relación de cariño que lo une al público argentino, será hora de ver cómo funcionan en el calor de un show esta oncena de temas que en el disco parecen fruto de un proceso demasiado exhaustivo de corrección serratiana.
María Jimenez, una veterana cantaora flamenca cuya carrera parecía acabada hasta hace poco, concreta una operación contraria con una docenade temas importantes, y no, de la carrera de Sabina, en un disco pleno de encanto, excesos, sabor y palabras filosas. En un disco que implica su resucitar, Jimenez, que luce como Chavela Vargas joven, pasa para el mundo de las rumbas y las bulerías el universo de letras sobreescritas, pero siempre interesantes, del hermanito descarriado de la corrección política española. O si se quiere, del puente entre la poesía de la nueva canción y el cosmos tóxico del rock. Rodeada de una producción de lujo, gitaneando temas que parecían reservados a otras concepciones, lo que consigue es plumerear una obra a veces aplastada por su propio peso o por el aura de farsante internacional de su autor. Sabina, con lo poco que le queda de voz, participa, como era de esperar de su propio homenaje en “Con dos camas vacías”. El dúo de rumba pop Estopa llena de resonancias “El diario no hablaba de ti”, y “Lichis”, del grupo La Cabra Mecánica, se pliega a “Medias negras”. El resto es María solita su alma desgarrada, atropellando y gritando letras delante de esas guitarras españolas que parecen rajar la tierra. Aquí las desprolijidades no importan: indican que hay vida y pasión, además de mecánica e ingeniería.