ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
El ministro de Economía no habla. Los presidentes de las cuatro entidades de un sector del campo hablan.
Carlos Fernández no explica lo que ya se acordó, se concedió y lo que falta negociar. Eduardo Buzzi & cía. siguen pidiendo lo mismo y más, según el momento y lugar.
El Gobierno, a la defensiva, no avanza en la gestión diaria que interesa a las mayorías, que no es precisamente el tren bala. Los dirigentes agropecuarios –que representan cada vez menos a las bases y, por lo tanto, acompañan la dureza de las asambleas– suman contradicciones en sus declaraciones y petitorios con el acompañamiento de un coro afinado de voceros mediáticos.
La administración kirchnerista no puede salir de la conmoción de una protesta patronal de envergadura, enfrascada en una pelea de declaraciones, a veces ardientes y otras conciliadoras, desatendiendo otros problemas más relevantes, como la inutilidad –por su ineficacia– de los acuerdos de precios acordados por la Secretaría de Comercio. El Grupo de los Cuatro oculta que ya han recibido respuestas a sus reclamos, pero que no pueden aceptarlas porque implicaría que deben blanquear gran parte de sus operaciones comerciales para recibir las generosas compensaciones por retenciones y fletes.
Cristina Fernández de Kirchner puede ocuparse de otras cuestiones diferentes al lockout del campo, como la necesidad de recuperar el haber de los jubilados y de las asignaciones familiares o la de instrumentar una asignación universal por hijo para rescatar a millones de la indigencia. Eduardo Buzzi, Mario Llambías, Luciano Miguens y Fernando Gioino deberían reconocer, simplemente para transparentar el conflicto, que el diálogo para ellos es la subordinación del Poder Ejecutivo a sus pedidos y que algunos están pensando más en su carrera política que en resolver la crisis.
A esta altura, la extensión del conflicto responde a una dinámica perversa del actual proceso, que se ha independizado de los aspectos económicos, pese a que éstos son expuestos como motivadores de la protesta. En ese escenario, la mayoría de la población está en el peor de los mundos, recuperando angustias e incertidumbres de momentos pasados sin ningún motivo. Salvo que los agraciados productores sojeros piensen que están batallando por la declaración de la independencia de la República Unida de la Soja. El debate sería, entonces, más transparente para todos.
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