ECONOMíA
Genuina o ficticia, toda ganancia es para la AFIP
Según Hacienda, el ajuste por inflación fue culpable de la ínfima recaudación del impuesto a las Ganancias en los años 80. Rodríguez Saá y Menem saben que no era la única causa.
› Por Julio Nudler
Alrededor de un tercio de las empresas cierran balance al 30 de junio. Se entiende entonces que sus directivos y sus contadores estén como atacados: las normas los obligan a presentar ante la AFIP a partir del 7 de noviembre sus declaraciones juradas, pero no quieren tributar sobre utilidades ficticias, generadas en los balances por una inflación tendida al galope. El Ministerio de Economía, a su vez, promete algo parecido a una reimplantación fugaz del ajuste por inflación, pero anteayer advirtió que no permitirá que éste le “licúe” la recaudación. Hacienda está resuelta, de acuerdo a sus palabras, a evitar que el tributo sobre las rentas le rinda a la caja del Estado menos de un 3 por ciento del Producto Bruto (que, conviene recordar, equivale al valor agregado por la economía en un cierto período, siendo las ganancias uno de los grandes componentes de ese valor agregado). Pero los deseos oficiales parten, según los expertos, de un error básico: considerar que corregir los balances por inflación explica la mísera recaudación de Ganancias en los ‘80, y que la supresión de ese ajuste fue lo que catapultó el producido de este impuesto en los ‘90. En realidad, algunas otras cosas también cambiaron entre una y otra década.
Un cambio clave fue la informatización. En tiempos alfonsinistas, y en los inicios del menemismo, las sociedades llevaban a la DGI sus declaraciones en papel y pagaban (o no) de acuerdo a lo que resultara de ellas. Y se suponía que algún empleado de Impositiva cargaba luego los datos, detectando al hacerlo cualquier error en una suma o en un concepto. Pero, ¿en cuántos casos se hacía efectivamente ese trabajo? Con los años, algo se progresó en este sentido: hoy es inevitable emplear un software (aplicativo) provisto por la AFIP y entregar la declaración mediante la introducción de un diskette, de modo que el sistema del ente recaudador detecta instantáneamente la clase de errores que antes podían colar.
Pero la informatización no es la única diferencia. A que Ganancias rindiera en los ‘80 menos de un punto del PBI contribuía significativamente la promoción industrial y los masivos fraudes a que daba lugar. Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá, gobernadores de La Rioja y San Luis, respectivamente, eran algunos de los mandatarios que comandaban la aplicación de ese régimen, cada uno en su distrito, y contra los cuales se estrellaban la Secretaría de Industria de la Nación y la DGI cuando descubrían, por ejemplo, que no estaban realizándose los proyectos comprometidos.
Más allá de éstas y otras distinciones entre presente y pasado, en cuanto a los instrumentos con que cuenta Impositiva, la recaudación de Ganancias depende naturalmente de su base, que son los beneficios, en el caso de las empresas, y los ingresos personales. No parece el 2002 un año de grandes utilidades, salvo en la exportación, pero esa renta ya está gravada en principio por las retenciones. Es difícil que en medio de una depresión pueda quedar a salvo el impuesto a los réditos, y es precisamente por esta razón que el fisco juega sus cartas a las retenciones y a gravámenes como el de las transacciones financieras.
En el método de ajuste que quedó abolido en 1992 se utilizaba como deflactor el índice mayorista, que en los primeros nueve meses de este año aumentó 121 por ciento. Ante este salto espectacular, Economía no pudo aguantar la presión empresaria hacia la reimplantación del ajuste, pero está buscando la manera de limitarlo. De hecho, el problema no afecta simétricamente a las empresas porque el impacto contable de la inflación depende de la composición de activos y pasivos. En el caso en que éstos hayan sido pesificados a la par, el crecimiento nominal de los activos a lo largo de 2002 dará como resultado utilidades, de las que el erario capturará un 35 por ciento.
Por el lado de esos pasivos, está claro que la decisión oficial de ponerlos a salvo de la devaluación le generó al deudor una genuinaganancia, lógicamente gravable y semejante a la pérdida provocada al acreedor y eventualmente asumida por el Estado tratándose de los bancos. Pero si una firma compró mercancías a $ 10 antes de iniciarse el rebrote y, meses después, las vendió a 15, ¿ganó realmente? ¿Cuánto le costaría reponerlas ahora? En la valuación de los stocks, las amortizaciones y otras magnitudes, una inflación como la de este año decide absolutamente la suerte de cualquier compañía frente a la AFIP.