ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE BANCA DE DESARROLLO
Los especialistas reflexionan sobre la necesidad de crear una estructura pública que financie un modelo industrial. Pero recuerdan los errores y abusos del pasado y sugieren alternativas para no tropezar con la misma piedra.
Producción de Tomás Lukin
Por Marcelo Rougier *
Una estrategia que enfatice en el crecimiento económico y social supone claridad teórica, diseños de política económica para el largo plazo, acuerdos y voluntades políticas, actores sociales con la fuerza necesaria para impulsarla y capacidades estatales suficientes para su instrumentación. Estos elementos constitutivos y determinantes de las políticas de desarrollo se entrelazan mutuamente en diferentes combinaciones pero todos son imprescindibles. Una estrategia de desarrollo que no disponga de las capacidades de ejecución no puede sino zozobrar más temprano que tarde.
Desde este punto de vista, el financiamiento de la industria se presenta como un tema central, especialmente en lo que se refiere a la promoción de la inversión. No es casual que algunos sectores políticos y dirigentes empresarios reclamen la creación de un banco de desarrollo capaz de atender los requerimientos financieros de pequeñas y medianas empresas y también de las grandes. Sin embargo, las resistencias a este tipo de instituciones, al menos en nuestro país, son importantes, entre otras cosas como consecuencia del fracaso del Banco Nacional de Desarrollo (Banade), una institución estatal creada en 1944 que sucumbió, luego de un prolongado descrédito, a comienzos de los noventa.
En nuestro país el Banade (primero su nombre fue Banco Industrial) cumplió un rol ambiguo como instrumento de desarrollo en el marco de la industrialización por sustitución de importaciones. Si por un lado permitió que se impulsaran algunos grandes proyectos de inversión en diferentes actividades manufactureras, por otro quedó sujeto a múltiples imposiciones sectoriales y políticas que implicaron un comportamiento errático en la asignación de los créditos y, sobre todo, escasa selectividad. En ocasiones, el constante subsidio otorgado a empresas poco viables permitió que sobreviviera por años una estructura industrial endeble, donde los incentivos para la inversión y el avance tecnológico quedaron relegados.
Si en el sudeste asiático, con el propósito de estimular la inversión, las tasas de interés que pagaron las empresas tomadoras de créditos eran apenas negativas, en nuestro país resultaron muchas veces, producto de una alta inflación, groseramente negativas, estimulando la especulación financiera y el uso corrupto de esos fondos. Pero más grave aún resultó la incoherencia institucional derivada de la inestabilidad; el constante recambio de autoridades implicó una limitación importante para el fortalecimiento de cierta autonomía administrativa respecto del poder político, de otros organismos estatales y de los empresarios.
De este modo, los objetivos institucionales de largo plazo quedaron muchas veces ligados a los cambiantes escenarios y definiciones de la política financiera y económica nacional, una situación fuertemente negativa en términos de los propósitos de un banco de desarrollo que dejaba abierta la posibilidad de encontrar sólidos argumentos para su deslegitimación. Ello ocurrió efectivamente desde fines de los años setenta y particularmente en los primeros noventa, en momentos en que, además, se cuestionaba globalmente el modelo de industrialización por sustitución de importaciones y se avanzaba con la reforma estructural bajo las recomendaciones del Consenso de Wa-shington. El Banade, luego de una lenta agonía, entró en liquidación a partir de 1993; como el banco funcionaba mal se lo cerró, nadie pensó seriamente en reestructurarlo.
Hoy, en paralelo a su presentación como “burguesía nacional” muchos empresarios reclaman la recreación de una entidad financiera como la que existió antes de los años noventa. Curiosamente (o no) muchos de ellos usufructuaron esos créditos “blandos” o nunca los pagaron y reclamaron el cierre del Banco –identificado como una “aberración estatista”–. Por su parte, algunos hombres cercanos al Gobierno se oponen a la creación de una entidad semejante con argumentos que destacan su fracaso pero que esconden la falta de definiciones de política industrial.
Sin embargo, la experiencia en algunos países de desarrollo tardío (como la del cercano BNDes de Brasil) demuestra que es factible organizar una institución con capacidad de financiar determinados sectores industriales. El diseño institucional debe ser acorde con los objetivos del desarrollo: en la medida en que éstos se planteen claramente –luego de un amplio debate intelectual– se generarán instituciones con la coherencia administrativa y la capacidad para impulsarlo, y sobre todo con el poder para disciplinar a los empresarios y éstos a su vez al estado en una lógica de círculo virtuoso. La creación de “instituciones” es tarea exclusiva del Estado y su diseño no es una decisión sólo económica sino básicamente política. Será necesario entonces establecer primero una coherente política industrial consensuada entre diferentes sectores sociales y luego un marco burocrático eficaz, capaz de diseñar y sostener en el largo plazo objetivos rectores de desarrollo económico.
* Conicet - UBA. Doctor en Historia.
Por Claudio Golonbek *
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