Sáb 31.01.2009

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Las lecciones que faltan

› Por Raúl Dellatorre

Suele decirse que de las crisis se aprende. Habría que demostrarlo, ya que muchos de los actores principales de la economía parecerían empeñados en repetir errores añejos. También se dice que la experiencia de las economías mayores sirve como lección para el resto del mundo. Lo que sucede en estos días en Estados Unidos no es, precisamente, una buena vidriera de donde adquirir ejemplos.

Las consecuencias de la crisis para las principales corporaciones empresarias mundiales, en materia de pérdida de ingresos y de mercados, están provocando una ola de despidos sin precedentes. En los países periféricos, como Argentina, algunas filiales y otros emporios locales han buscado imitar el ejemplo. Pero, por tradición sindical, están enfrentando mayor resistencia que la que se observa, por caso, en Estados Unidos. Las crónicas diarias van agregando a la nómina más y más empresas que anuncian programas de ajuste de personal, que dejan a miles de trabajadores en la calle, pero casi nunca mencionan –esas mismas crónicas– hechos de resistencia de parte de los trabajadores o sindicatos. No así en Europa, donde las protestas sociales y movilizaciones sindicales empiezan a ganar tapas de los diarios.

Podría suponerse, por lo dicho más arriba, que el empresariado argentino tiene una postura imitativa de lo que hacen sus colegas de países centrales cuando echa mano al arma del despido o la suspensión del personal para compensar la baja en sus ventas o ingresos. En muchos casos, ni siquiera esperan perder ingresos, ya que buscan poner en marcha planes de ajuste ante la sola perspectiva de una caída en sus ventas. Pero sería más justo, sin embargo, identificar estas conductas con la propia historia de este sector patronal, ya que tradicionalmente buscó descargar sobre la espalda de sus trabajadores el peso de una crisis o de una simple retracción pasajera en las ventas. No se copian: se imitan a sí mismos.

Anticipándose a la apertura de las negociaciones salariales por paritarias, la dirigencia empresaria se permitió reflexionar, en voz alta, que “pretender discutir aumentos de salarios en medio de la crisis sería ridículo”. Desde su concepción, o sus costumbres, si lo que impera es una oleada de despidos y suspensiones –que ellos propician como respuesta a la crisis–, las discusiones salariales deberían ser archivadas. Hasta se llegó a proponer un acuerdo de negociación salarial única a nivel nacional que fijara la pauta de mejora salarial. Según su propio criterio, no mayor al 10 por ciento. La respuesta sindical fue inmediata, exigiendo paritarias con un piso de aumento del 18 por ciento. El Gobierno reclamó responsabilidad y cautela. Y reivindicó la vigencia de las paritarias.

La crisis de origen estadounidense encontró a los principales países de América latina con muy buena salud en sus datos macroeconómicos. Ello ayudó a esperar con más paciencia el impacto externo. Sin embargo, hacia fines de 2008, Argentina y Brasil empezaron a sentir de lleno en sus respectivas balanzas comerciales las restricciones de la demanda externa. Después de muchos años de crecimiento, en ambos países comenzaron a caer las exportaciones. La preocupación por la reversión del saldo comercial llevó a Brasil a aplicar medidas paraarancelarias para detener el proceso. Fue una reacción mecánica de su ministro de Industria y Desarrollo, Miguel Jorge, se indicó, y la medida fue revertida en 48 horas por su par de Hacienda, Guido Mantega. Entre los perjudicados, se hallaban sus socios del Mercosur. Otra antilección de la crisis: el proteccionismo contra la solidaridad regional.

Todos estos acontecimientos tienen un hilo conductor: son síntomas de que ninguno de los actores involucrados estaba preparado para una crisis como la que sobrevino. Y menos, tuvo en claro cómo responder a la misma. Estados Unidos le “pifió” de movida al diagnóstico de la crisis, considerándola como de raíz puramente financiera y queriendo responder desde ese espacio. George Bush lanzó multimillonarios paquetes para salvar al sistema bancario y cuando incluso absorbió para el Estado a los que parecían insalvables, hasta se habló de “renacionalizaciones” y “keynesianismo”. Curiosa interpretación, cuando el diagnóstico y respuesta dados tuvieron una clarísima interpretación monetarista (Escuela de Chicago, Milton Friedman). Barack Obama encaró un discurso diferente, aunque entre sus asesores no hay pocos representantes de la etapa anterior.

En un país cuyo mercado se achica, ajustar por vía de los despidos masivos se asemeja a una práctica suicida. El Estados Unidos de Obama, el posterior al 20 de enero, no está saliendo de la crisis, se va hundiendo cada vez más. La retracción del consumo pegará más fuerte en la medida en que se extienda la expulsión de personal, pero hay quien sigue pensando que así se salvan las empresas. Tampoco suena muy keynesiano.

En Argentina, y entre sus vecinos, la región está pagando costos por el retraso en la reformulación del Mercosur, más ajustado a los nuevos gobiernos. Brasil volvió a reaccionar en forma unilateral, pero cerrando su economía a la importación sin medir el perjuicio a sus propios industriales, que necesitan importar insumos. Desistió más por la presión interna que externa.

Por último, el mezquino planteo empresario respecto de los salarios muestra palmariamente, una vez más, que en Argentina no hay burguesía ni mucho menos nacional. No hay proyecto, no hay propuesta de protección del crecimiento de estos últimos años, sólo evitar como sea los costos de este proceso. No hay cuidado por mantener el mercado interno, del que la mayoría de empresarios vive.

La crisis global demanda una estrategia de respuesta de cada país, de cada región. No está muy a la vista el debate sobre esa estrategia. No abundan las ideas, ni siquiera los análisis e interpretaciones plausibles. Fronteras afuera, tampoco hay modelos o ejemplos de los cuales sacar provecho.

Los paliativos permiten ganar tiempo, sin duda. Pero el desafío es por más que eso. Argentina no se podrá conformar con depender del precio y producción de cereales, como pretenden algunos. Ni conformarse con ver cómo otros se caen mientras el país no. El Gobierno está convencido de que no es el mercado el mejor asignador. Pero no deja en claro quién lo reemplazará.

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