ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
El establishment está desorientado. Voceros del poder económico obsesionados con la opinión del mundo sobre el país están descolocados. Profesionales con títulos de licenciados en Economía dedicados a dar pronósticos que no se cumplen están perturbados. Medios de comunicación relevantes del mercado local están desconcertados con declaraciones de personalidades de prestigio mundial. A lo largo de la historia el bloque dominante estuvo pendiente de la mirada externa, al tiempo de imitar pautas de consumo y culturales de las elites europeas y más recientemente de la estadounidense. Para reafirmar ese rasgo de ajenidad sobre lo doméstico adquirieron la costumbre de convocar al país a referentes internacionales para que hablen de las maravillas de ese otro mundo en comparación con las miserias propias. Algo ha empezado a fallar en esa dinámica de autoflagelación. Por eso expresan cierto aturdimiento. Esas figuras de renombre que invitan a sus eventos para señalar el camino correcto no dicen lo que ellos anhelan. Azorados escuchan que la economía argentina no tiene grandes problemas, que el actual recorrido de la inflación no es preocupante, que está creciendo mucho y que es correcto continuar con el control de capitales especulativos. Esas definiciones que van a contramano de las ideas establecidas por los economistas de la city corresponden al Premio Nobel de Economía Paul Krugman en su reciente visita al país.
La mirada K sobre la economía argentina tiene la virtud del sentido común sobre rasgos generales de la macroeconomía en un contexto de grave crisis en Estados Unidos y Europa. Krugman les explicó a los miembros de las principales cámaras empresarias reunidas en el Grupo de los Seis que el alza de precios en Argentina “tiene que ver con el aumento de los commodities y el ingreso de divisas por exportaciones”. Es lo que se conoce como “inflación importada” que las retenciones amortiguan y que las móviles hubieran podido intervenir con mayor eficacia aún en estos momentos. Ese instrumento derrotado por una extraordinaria confluencia conservadora y progresismo votando con la Sociedad Rural es una referencia ineludible ante tantos expertos en política antiinflacionaria que ofrecen recetas que consideran infalibles y fueron un fracaso.
Krugman no mencionó aspectos monetarios ni fiscales, sobre los que insiste la ortodoxia local, haciendo un comentario que cualquier estudiante aprende en la facultad: una economía con un ritmo elevado de crecimiento, como la argentina, genera tensiones en la estructura de precios. El columnista del New York Times y hoy uno de los principales referentes mundiales para entender qué está pasando con la crisis internacional siguió sorprendiendo a sus ocasionales interlocutores. Afirmó una obviedad mayúscula: la suba de precios que se registra en la economía argentina es una situación “claramente mejor que la depresión y deflación que padecen varios países debido a la crisis” internacional.
Las observaciones de la ortodoxia han sido una colaboración significativa para la consolidación del relato económico de la administración kirchnerista. La inconsistencia de sus críticas respecto a imaginarios desbordes monetarios o fiscales, acompañados de previsiones negativas que no se cumplieron, han permitido convalidar el discurso económico oficial. Así se fueron desplazando del debate central aspectos relevantes, como el régimen tributario, la regulación al sistema bancario o el patrón de especialización productiva. La corriente conservadora batalla con escaso éxito sobre las fortalezas del actual proceso económico. Así ayudan a resaltarlas aún más.
El establishment empresario y mediático exhibe su confusión no sólo por las explicaciones básicas de Krugman, sino por la escasa capacidad que manifiesta de reconocer que las potencias económica con las que se identifican, están transitando una profunda debacle. La crisis es de tal magnitud que varios analistas la comparan con la vivida por Argentina en 2001 y especulan con alternativas de escape similar. En un reciente artículo publicado en el diario español Público se afirma que “parecería que el fantasma del ex presidente argentino Néstor Kirchner, recientemente fallecido, está ahora mismo recorriendo Europa. Es decir: el espectro de reestructurar la deuda exterior con acreedores bancarios y tenedores de bonos”. El periodista Ernesto Ekaizer señala que durante su mandato Argentina anunció, en septiembre de 2003, la reestructuración de su deuda de 102.500 millones de dólares, la mayor de la historia financiera hasta entonces, con una reducción cercana al 70 por ciento de su valor. “Toda una herejía”, advierte, para luego explicar que “esta decisión formó parte de un programa dirigido a obtener un superávit fiscal basado no en la contracción sino en el relanzamiento de la actividad económica apoyada por un tipo de cambio favorable”.
En ese mismo sentido, esta semana Dean Baker escribió en The Guardian que Irlanda debe estudiar las lecciones de la Argentina. “La decisión de hacer que los trabajadores de Irlanda, junto con los trabajadores en España, Portugal, Letonia y otros países, paguen por la imprudencia de los banqueros de su país es una decisión política impuesta por el Banco Central Europeo y el FMI.” Baker recuerda que a fines de 2001 era políticamente imposible para el gobierno argentino aceptar más austeridad. “Como resultado, se rompió el vínculo supuestamente indisoluble entre su moneda y el dólar y dejó de pagar su deuda.” Rescatando el antecedente argentino concluyó que para esos países “es más probable que el dolor de la ruptura sea menor que el dolor de permanecer” atado al euro.
Krugman & otros, como el economista coreano Ha-JoonChang, uno de los grandes expertos de la economía del desarrollo, observan con elogios la experiencia argentina del kirchnerismo, despreciada por el establishment y sus voceros. Esos referentes internacionales la exhiben para encontrar lecciones para los países europeos sometidos a un feroz ataque especulativo del capital financiero. El desconcierto de esos empresarios y gurúes de la city así se entiende: se les rompió el espejo, se resisten a aceptarlo y les muestran que están equivocados.
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