Dom 26.12.2010

ECONOMíA  › OPINION

Ocho al hilo

› Por Alfredo Zaiat

La edición de mediados de noviembre pasado de Coyuntura y Desarrollo, publicación de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo, comienza con una contundente sentencia del economista coreano Ha-Joon Chang: “El ejercicio de buenas políticas económicas no requiere de buenos economistas”. Este mensaje tiene un componente eminentemente político que no reniega del aporte técnico de profesionales del saber económico. Sólo enfatiza la necesidad de la supremacía de la conducción del poder político sobre la labor de los economistas.

Esa dinámica que empezó a desarrollarse desde el 2003 incomoda hasta la exasperación a las corrientes conservadoras. Estas consideran que la economía tiene una única forma de ser entendida y que no es otra que la ortodoxa, más conocida como neoliberal. Por ese motivo no se permiten reconocer que una economía pueda crecer en forma sostenida sin seguir sus recetas, que, como se sabe, no han tenido buenos resultados para las mayorías. Esta notable carencia conceptual explica los reiterados errores de diagnósticos y pronósticos de sus economistas, elegidos por la cadena nacional de medios privados para difundir sus opiniones sobre la evolución de la economía argentina. También se les sumaron otros que en este año padecieron la pérdida de topos en el Ministerio de Economía que traficaban información confidencial. Todos, otra vez más, han fallado en sus estimaciones 2010, como se ilustra en la producción especial del suplemento económico Cash de esta edición del diario.

Es un caso con pocos antecedentes a nivel mundial: acumulan ocho años ininterrumpidos de vaticinios equivocados. Y van por su noveno con la evaluación de la economía 2011, en la que no pueden ocultar que registrará una variación positiva pero consideran que será sólo por factores externos. El reiterado concepto mediático “viento de cola” será el único motor del crecimiento argentino, afirman los gurúes de la city. Esta secta merece ser reconocida por un mérito sorprendente: pese a sus equivocaciones sucesivas siguen siendo figuras estelares de eventos corporativos y fuente de consulta de gran parte de los medios y del mundo empresario.

Domingo Cavallo y el ejecutivo del banco JP Morgan devenido en diputado nacional Alfonso Prat Gay aseguraban con una seguridad impactante que 2010 sería un año de estanflación: estancamiento más inflación. El crecimiento de casi 9 por ciento los ha dejado en ridículo. No fueron los únicos. Al mismo nivel se ha ubicado el ex presidente del Banco Central durante cinco años de administración kirchnerista, Martín Redrado, con sus pronósticos de catástrofes por la medida de pagar deuda pública con reservas. No pasó nada de lo que había estimado con escaso rigor técnico, sino que pese a las cancelaciones por unos 6500 millones de dólares, el stock total de reservas aumentó poco más de 4000 millones de dólares en el año.

El consenso es que el año próximo a comenzar será uno de crecimiento económico. Las razones de ese probable comportamiento para la mayoría de los economistas del establishment se encuentran exclusivamente en un contexto internacional muy favorable. Precios de las materias primas en niveles elevados con la soja como estrella, Brasil creciendo y un real apreciado y una economía mundial en recuperación. Todos son factores ajenos a decisiones de política doméstica. Ese rechazo visceral a comprender los motores internos del importante desempeño de la economía se debe a la resistencia de admitir la existencia de una conducción política en la definición de objetivos y de herramientas aplicadas al servicio de su cumplimiento. El economista rey, que definía lo que se podía y no se podía hacer en materia económica, quedó desplazado. Por ese motivo, además de un muy amigable escenario internacional, no admiten la posibilidad de que iniciativas de orden interno hayan podido amortiguar el shock externo del 2008-2009 ni que el crecimiento elevado durante tantos años sea parte de un esquema económico que no les pertenece.

“La viga central en que se apoya esta concepción acerca del ‘arte de gobernar’ pasa por haber dado vuelta al dogma establecido”, se precisa en la mencionada publicación de la FIDE. Ese dogma sostenía que “el poder político debía estar al servicio de los economistas preferidos por el establishment local, con buena llegada al mundo de los negocios globalizados y en perpetuo vínculo con el FMI”. Para agregar que “nada podía hacerse que inquietara a las corporaciones y a los financistas internacionales”. Por eso, se señala en el documento de la Fundación presidida por Héctor Valle, lo decisivo en un gobierno era elegir un ministro de Economía que fuera miembro del selecto club integrado por los “confiables” para el poder económico. Ese orden fue alterado por el kirchnerismo y es lo que no toleran los gurúes. Estado de ánimo que lo expresan en pronósticos pesimistas sobre el nivel de actividad, deformando el estado de situación de la cuestión social y minimizando o hasta eliminando en sus análisis los lineamientos básicos del esquema macroeconómico que permitió un proceso de firme expansión.

Ese empecinamiento ha colaborado en el fortalecimiento del relato oficial, puesto que las reiteradas críticas de la ortodoxia apuntan a los núcleos más fuertes de la política económica kirchnerista. De ese modo se termina estancando el marco del debate debido a que el cuestionamiento del frente fiscal, por supuestos desbordes del gasto público, del monetario, por la obsesión sobre el ritmo de emisión de dinero, o del sector externo, por el crecimiento de las importaciones, quedan descolocados ante la implacable realidad de los números. Gran parte de la discusión pública queda encapsulada en aspectos que hoy no son centrales en el recorrido de la economía. Luego de la rápida recuperación e iniciado un sendero de fuerte crecimiento se requiere avanzar en una agenda de segunda etapa, frenada por las alucinaciones de la ortodoxia que terminan favoreciendo al gobierno debido a que le permite moverse con comodidad en el complejo terreno de la economía. La reforma de la ley de entidades financieras, avanzar en un régimen tributario más progresivo eliminando exenciones en el Impuesto a las Ganancias, diseñar una intervención pública más efectiva en mercados dominados por pocas empresas, discutir la orientación y calidad del gasto público, debatir el patrón de desarrollo industrial, profundizar las mejoras en la estructura del mercado laboral, seguir saldando deudas en el frente social, entre otras cuestiones cruciales, debería integrar una nueva agenda económica. Si se lograra ingresar en ese estadio de debate económico, los gurúes de la city con sus pronósticos fallidos, que los dejan año tras año en el ridículo, confirmarían que de ese lugar no se vuelve.

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