ECONOMíA › OPINIóN
› Por José Ignacio de Mendiguren *
Algunas de las naciones más importantes del mundo parecen estar viviendo en la Argentina de diciembre del 2000. Ese mes, nuestro país anunciaba “buenas noticias” para que el año siguiente resultase un gran año. Nos hablaban del “blindaje financiero” que, decían, nos mantendría a flote. Nos brindaría certezas, fortaleza y credibilidad para salir de una recesión que llevaba ya tres años y así, entonces, “crecer espectacularmente”. Ese fin de año, nuestras avenidas rebasaban de afiches publicitarios muy seguros de sí mismos: “Blindaje es trabajo, salud, educación”. Un año después, diciembre de 2001 fue la noticia, y ya no tan buena.
Europa vive hoy en la Era del Blindaje. Estados Unidos ya llegó al tiempo del Déficit Cero. En ambos casos, el principal error es creer que los problemas de fondo se solucionan atacando las consecuencias no deseadas de aquéllos. El problema de fondo para la realidad argentina a fines del Siglo XX no era la deuda sino el cerrojo que el esquema de la convertibilidad había echado sobre nuestras potencialidades productivas, priorizando el endeudamiento por encima de la producción. Y la solución no podía ser nunca financiera sino que se trataba de cómo crear las condiciones para que el país volviera a generar riqueza.
Aquel Blindaje 2000, plagado de buenos augurios, fue una cortina de humo que tapó una enfermedad terminal, ya que el problema argentino no era financiero sino de solvencia. Eso era así entonces para Argentina y lo es hoy para los países europeos en situaciones similares, por el simple hecho de que el capital financiero, por sí mismo, no genera riqueza ni bienestar sostenible en el tiempo. En aquel contexto, el crecimiento de nuestra economía era –y fue– posible, pero sólo a costa de endeudamiento y aun así quedaba supeditado al “humor” de los mercados de crédito. El sector financiero es un combustible importante para el desarrollo de las potencialidades productivas de un país, pero no puede ser nunca su fuerza primera de generación de riqueza, porque esa riqueza será siempre ficticia y de corto plazo.
¿Qué nos decían a nosotros? Que teníamos que ajustarnos para poder pagar la deuda. No hace falta ser magíster en macroeconomía para intuir que si la familia no come difícilmente pueda salir a trabajar o producir. Nos decían que teníamos que achicar el gasto social para que los bancos extranjeros nos dieran más plata, y con ella pagarles la deuda a esos mismos bancos. Vivíamos encorsetados en un blindaje de ideas. Durante todo ese período, desde la Unión Industrial Argentina dijimos una y otra vez que el círculo era demasiado vicioso para tener alguna virtud. Los gurúes económicos ordenaban más y más ajuste, diagnosticando a fuerza de equívoco o mala intención. Nada nuevo: sus recetas no harían más que profundizar la recesión y las penurias de la sociedad argentina. Hoy el mundo le está dando tiempo al sector financiero para evitar sus pérdidas, pero no está corrigiendo los fundamentos que lo llevaron a esta situación. En la actualidad, les dicen eso mismo a los PIGS de Europa. Ajusten, reciban préstamos, paguen. Pretenden resolver el problema de competitividad de algunas de sus economías con ajustes estructurales, blindajes multibillonarios y creaciones de una especie de Fondo Monetario propio con sus propias agencias de calificación de riesgo. Y miran todos los días, con la obsesión con la que mirábamos nosotros, si la “prima de riesgo” de España o Italia sube o baja unos puntos. Acá le llamaban de una forma un poco más dramática: riesgo país. Las economías de los países centrales no encontrarán respiro si no asumen la realidad y sinceran su situación, igual que nos pasó a nosotros. Cuanto más demoren esa decisión, más conflictos tendrán y más lejos verán la luz al final del túnel. Y estarán más cerca –como ya se está viendo en algunos lugares– del 20 de diciembre.
Aquel 2001 del blindaje y del déficit cero, del que se cumple una década este año, nos hizo vivir aprisionados en un discurso sordo e intransigente que se originaba tanto fuera como dentro del país. Hoy nuestra experiencia es citada en círculos políticos y económicos del mundo como evidencia de la inutilidad de las recetas contractivas. Como escribiera hace poco el Premio Nobel Paul Krugman, ya no hace falta que lloren por Argentina. Sí hace falta que entiendan que nuestra salida –como deberá ser la de ellos– se logró a partir de un diagnóstico de la economía real y no gracias a ninguna ficción financiera.
* Presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) @dmvasco.
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