Sáb 08.10.2011

ECONOMíA  › ENTREVISTA A BERNARDO KLIKSBERG, CON UNA MIRADA SOBRE LA DEBACLE MUNDIAL. MAñANA, CON PáGINA/12, EL SEGUNDO FASCíCULO DE SU COLECCIóN

“La mayor crisis es de legitimidad”

Kliksberg desgrana en esta entrevista algunos de los conceptos que dan base a la colección “¿Cómo enfrentar la pobreza y la desigualdad?”, que publica este diario todos los domingos. Del impacto de los ajustes en Europa a los indignados, pasando por el nuevo rol de la Argentina.

› Por Cristian Carrillo

Bernardo Kliksberg, considerado el Padre de la Gerencia Social, dialogó con Página/12 sobre la crisis financiera, la pobreza y el desarrollo, entre otros temas sobre los cuales reflexiona en la colección “¿Cómo enfrentar la pobreza y la desigualdad?”, que se publica los domingos en este diario. Kliksberg es considerado a nivel mundial como uno de los principales expertos en temas de pobreza y pionero en la ética para el desarrollo. Actualmente se desempeña como asesor especial de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y fue convocado a integrar un comité asesor en la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la recopilación, compuesta por 25 fascículos, el pensador expresa sus conclusiones sobre la economía social –o con “rostro humano”, como él mismo lo define– después de años de investigación y unos cincuenta libros, en su mayoría traducidos al inglés, francés, ruso, chino, árabe, hebreo y portugués. Las explicaciones de Kliksberg acercan los problemas de la política económica al lector de manera clara y sencilla.

–La crisis financiera internacional evidencia una fuerte regresión de las políticas sociales, a partir de los planes de ajuste a que son sometidos varios países. ¿Cree que se profundizará esta tendencia?

–Los datos son alarmantes. Portugal termina de reducir drásticamente su presupuesto de Educación, en un 8 por ciento. En tanto, Grecia ha bajado el sueldo de sus maestros y médicos. En Estados Unidos, el grupo conservador denominado “Tea Party” exige cortar severamente con todos los programas sociales. La austeridad que se está imponiendo en Europa no es una austeridad para todos, compartida, sino que apunta como una de sus víctimas principales a las políticas sociales. Hacer esto tiene costos, no es gratis. Así, los autodenominados indignados están diciendo en todos lados, con gran simpatía de sectores amplios de la población, que esto no es impune. Afirman, como lo recogió The New York Times hace pocos días, que el sistema político está abandonando a sus ciudadanos. Estamos perdiendo el sentido de responsabilidad por los otros. La mayor crisis es de legitimidad. “Pensamos que los líderes no están haciendo nada por nosotros”, es lo que se escucha decir.

–La crisis también desató un fuerte debate acerca del rol del Estado para salvar las asimetrías del mercado. ¿Cuál es su opinión?

–Es clave. Como lo está demostrando la crisis económica mundial, la política pública es imprescindible. En la Argentina, la dictadura militar asesina decía que “achicar el Estado es agrandar la Nación”. Lo decía al mismo tiempo que en todas las naciones de-sarrolladas el Estado crecía, y fue decisivo para el avance económico en Japón, Corea del Sur, Europa occidental, Canadá y los países nórdicos. También recordamos el “Menem lo hizo”. Desarticuló el Estado, redujo brutalmente el personal público, privatizó salvajemente y creó incentivos para que se fueran los más calificados. Los resultados fueron los esperables. En resumen, ese achicar el Estado significó reducir la Nación, dejar el terreno libre a la corrupción desenfrenada y a los monopolios, y dejar sin los servicios públicos más elementales, como el agua potable, a vastos sectores. Cuando llegaron los directivos de la nueva empresa pública de agua, creada por Néstor Kirchner en 2006, en sus oficinas sólo encontraron algunas secretarias y unas máquinas de escribir. La política pública del agua, como muchas otras, consistió en su desmantelamiento.

–En los ’90, el gobierno y algunos comunicadores instalaron la idea de que el Estado no puede gestionar con eficiencia.

–Desde ya que puede. Así lo muestra el Estado argentino, que ha montado en tiempo record, y con gerencia social de la más alta eficiencia, el mayor programa social de la historia de las políticas sociales del país. Me refiero lógicamente a la Asignación Universal por Hijo, establecida por la presidenta Cristina Kirchner, el cual llega a más de 3,5 millones de niños desfavorecidos. O el simple hecho de que desde el Estado se pueda sacar el documento de identidad en cualquier lugar, y en plazos mínimos, protegiendo el tiempo de los ciudadanos. O que una institución pública, como el Invap de Bariloche, sea una referencia planetaria en tecnología de punta y esté ganando licitaciones mundiales para exportar reactores nucleares para fines pacíficos. Lo que se requiere es un Estado de una calidad distinta al de los ’60. Un Estado que dé la cara, que esté donde está la gente que lo necesita, no encerrado en oficinas lejanas, en horarios imposibles para los pobres y tras formularios que no pueden llenarse. Un Estado que tenga gerencia profesional de alta calidad, carrera administrativa, capacitación continua y movilice el compromiso de servicio y ético de sus funcionarios.

–Chile fue tomado durante muchos años como ejemplo a seguir en materia de política económica y hoy cuenta también con sus indignados.

–Es similar a la Argentina de la década de los ’90. El país creció, pero no se desarrolló. Por el contrario, el modelo menemista triplicó la pobreza, hizo explotar la exclusión, produjo records históricos en desigualdad, cultivó el egoísmo exacerbado y redujo la participación. En medio de un 23 por ciento de desocupación con que terminó la convertibilidad, la libertad real dejó de existir.

–En su más de medio centenar de libros, se insiste en la idea de una economía con rostro humano. ¿Cómo se puede ligar el crecimiento con un desarrollo sustentable de la sociedad?

–Hay que diferenciar un estadio de crecimiento con el de desarrollo. Un desarrollo real y sostenible significa crecer, pero asimismo integrar socialmente, universalizar la salud y la educación de buena calidad, dar acceso a la cultura, fortalecer la participación ciudadana, cuidar el medio ambiente, eliminar las discriminaciones por género, etnia y otras formas, posibilitando así el pleno ejercicio de la libertad. La Argentina de los últimos ocho años creció a altas tasas, pero al mismo tiempo se desarrolló. Todas estas dimensiones que fueron arrasadas en los ’90 han mejorado sustancialmente. La inversión social se ha duplicado, al igual que el presupuesto en Educación en términos del Producto Bruto, y es el mayor de América latina. El acceso a salud se amplió y la desocupación es mucho menor a la de los países desarrollados. La gente ahora tiene libertad real. Sin embargo, no basta, hay que avanzar mucho más, profundizando el modelo.

–En el libro que escribió junto al Premio Nobel Amartya Sen, Primero la gente, analiza las inequidades en salud en América latina. ¿En qué se evidencian esas diferencias?

–El tema de las desigualdades es esencial, como lo entendieron los estudiantes chilenos que pelean por equidad en la educación, con el apoyo, según las últimas encuestas, del 90 por ciento de la población. El acceso a salud es muy dispar en la región. La distancia en mortalidad infantil se dobla en Monterrey, México, cuando se va del municipio rico de San Pedro Garza, donde mueren 18,4 niños de cada mil antes de cumplir los cinco años, a los municipios vecinos en la misma ciudad: General Zaragoza (37,9) y Mier y Noriega (37,5). La mortalidad materna en las poblaciones indígenas del Perú es casi diez veces la de las áreas urbanas. La esperanza de vida se reduce en las grandes ciudades cuando se toma el subte y se recorren algunas estaciones de las áreas de clase media, a las zonas pobres.

–¿Cómo se puede revertir?

–Se pueden enfrentar las inequidades, primero invirtiendo fuerte en atención en salud de calidad para todos. Al mismo tiempo, actuando sobre los determinantes sociales en salud, asegurando entre otros agua potable en instalaciones sanitarias. Asimismo, subiendo los niveles educativos. En la Argentina se ha mostrado con los excelentes resultados obtenidos en reducción de la mortalidad infantil, materna y general, por programas ejemplares como Remediar, Medicamentos Genéricos y otros en marcha en la actual gestión. En Uruguay son impactantes los éxitos alcanzados por la Reforma Integral de la Salud del Frente Amplio, y en el Brasil de Lula y Dilma, por el fortalecimiento de los consejos municipales participativos de salud. La participación en salud de la población es una estrategia ganadora, como indican los logros de los Municipios Saludables, desarrollados con un liderazgo de excelencia, por la Organización Panamericana de la Salud.

–¿Cuál es el gasto necesario para que un Estado pueda combatir la pobreza?

–Una distinción que he tratado de aportar a este debate es que ante todo deberíamos diferenciar de una vez entre gasto e inversión. Cuando hablamos de salud o educación, no es “gasto social”, como se lo denomina. Eso es pura inversión, de las más productivas que una sociedad puede hacer. Según los estudios de la Organización Mundial de la Salud, el retorno sobre la inversión en salud es de un 600 por ciento. En educación se multiplica muchas veces. Ganan, con ella, las personas, las familias y el país. Es por eso que deberíamos dejar de hablar de gasto social, que se asocia de por sí con algo prescindible, para empezar a tratarla como inversión e imprescindible.

–Me corrijo entonces: ¿cuál debería ser la inversión?

–No debería ser menor, según la Unesco, al 6 por ciento del Producto Bruto en Educación, y lo mismo, de acuerdo con la OMS, en Salud. En América latina es cercana al 4 por ciento en Educación y al 3 por ciento en Salud. Incluso en países de alto crecimiento como el Perú, está en el 2 por ciento en ambos campos. Estos niveles son inaceptables. Significan que no son una prioridad real para los que toman las decisiones presupuestarias, digan lo que digan en el discurso. En Argentina, Brasil y Uruguay son hoy prioridades reales. Argentina invierte actualmente el 6,5 por ciento del producto en educación, pero se necesita seguir aumentando estas inversiones, que son la mejor apuesta a un desarrollo integral y al mejoramiento de la equidad.

–En sus escritos también trata el tema de la ética empresaria. Son conocidos los debates sobre Responsabilidad Social Empresaria, pero en la práctica parece más un eufemismo que una realidad.

–La responsabilidad empresaria está creciendo y no es un regalo gracioso para los dueños de las compañías. Economistas muy conservadores, como el estadounidense Michael Porter, sostienen que la empresa privada está en uno de sus puntos más bajos de legitimidad histórica. Han contribuido fuerte la especulación salvaje en Wall Street y lo que el presidente Barack Obama llama “la codicia desenfrenada”. En tanto, otra parte de la sociedad civil está cada vez más organizada en muchos países, exigiendo ética a los líderes políticos. Y ahora la reclaman también a los empresarios. A esto se suman los pequeños inversores, muy ansiosos por ética, después de los gigantescos desfalcos y malos manejos, y los consumidores responsables que prefieren comprar productos de empresas “verdes” u orgánicas, sin manchas éticas. Uno de los empresarios más exitosos de Estados Unidos acaba de hacer un llamado que tuvo mucha repercusión en el mundo empresarial desarrollado, solicitando que se aumenten seriamente los impuestos a los más ricos para que los sacrificios sean realmente compartidos. Fue Warren Buffet quien planteó ante el Parlamento estadounidense: “No nos mimen más”.

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