Lun 20.02.2012

ECONOMíA  › TEMAS DE DEBATE: LA ESTRATEGIA PARA FRENAR LA FUGA DE DIVISAS

Verde que te quiero verde

Las causas de la merma de dólares son diversas. Un aparato productivo dependiente de insumos y bienes de capital extranjeros, la dolarización de los ahorros y una cúpula empresaria extranjerizada que remite sus abundantes ganancias al exterior. La respuesta oficial.

Producción: Tomás Lukin

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La puja con las multis

Por Andrés Asiain *

Así como la gestión de Néstor Kirchner estuvo signada, en el plano económico, por la renegociación de la deuda externa y el primer mandato de Cristina Fernández por el conflicto con las patronales del campo, la madre de las batallas se encuentra ahora en el mercado de cambios. La corrida cambiaria, a poco de asumir Cristina Fernández su segundo mandato, encendió la luz de alerta de que la abundancia de dólares que había caracterizado la economía argentina en los últimos años había llegado a su fin.

Las causas de la merma en el ingreso de dólares son diversas. Un aparato productivo dependiente de insumos y bienes de capital extranjeros que impulsa las importaciones a medida que la economía crece. La dolarización de los ahorros de las empresas y muchas familias, que da lugar a la fuga de capitales. Una cúpula empresarial extranjerizada que remite sus abundantes ganancias al exterior. Y, aunque reducidos por la política de desendeudamiento de los últimos años, aún siguen pesando los intereses para pagar deudas externas.

La obtención de dólares es vital para el sostenimiento del crecimiento económico con inclusión social. La historia económica argentina enseña que el faltante de dólares encierra a la política económica en el dilema de una devaluación con consecuencias negativas sobre la distribución del ingreso y el crecimiento, o una política mendigante frente a quienes manejan las finanzas internacionales cuyas consecuencias de mediano plazo pueden ser destructivas. El gobierno nacional parece haber tomado nota de ello y avanzado por varios frentes para evitar llegar a esa situación.

Luego de limitar la compra de dólares por los particulares y restringir de diversas maneras los que se gastan en importaciones, la lupa se puso sobre los balances de las multinacionales. Es que en una economía altamente extranjerizada como la nuestra, el fuerte crecimiento de las ventas y las ganancias se traduce también en remisión de utilidades y dividendos. Y las mismas pesan cada vez más sobre un balance cambiario. Según el Banco Central, aproximadamente un tercio de los dólares generados por la vía del comercio exterior en 2011 es remitido al exterior por las empresas extranjeras.

Las empresas del sector petrolero son las que más dólares enviaron al exterior: el 25 por ciento del total. De esta manera, las petroleras suman un nuevo punto en su contribución al deterioro de las cuentas externas de la economía nacional, luego de que se conociera que tras décadas de autosuficiencia energética, el año pasado la importación de combustible superó las exportaciones, arrojando un déficit de casi 3000 millones de dólares. La principal empresa del sector es YPF, cuyo balance publicado en la Bolsa da cuenta de que repartió dividendos a lo largo del año pasado por 1270 millones de dólares, gran parte de los cuales se enviaron al exterior. Otros sectores que aportaron a la remisión de utilidades y dividendos son las comunicaciones (12 por ciento), la banca (9), la siderurgia (8), la petroquímica (8) y las alimentarias (8 por ciento).

La idea de un cambio en la ley de inversiones y los tratados bilaterales de inversión provenientes de los tiempos de la dictadura y el menemismo, que permite la libre remisión de utilidades, parece no estar en los planes del oficialismo por el momento. En su discurso del 22 de noviembre de 2011, la propia Presidenta calificó como una tontería el rumor de que “que no se va a permitir por ley remitir ganancias”. La estrategia parece pasar por medidas más informales como una mayor presión empresa por empresa para la reinversión de las utilidades en el país. Negativa de los directores de la Anses en las empresas al reparto de dividendos. Exigencia de un mayor “colchón de liquidez” a la banca. Obligación de pedir autorización al BCRA para acceder al mercado de cambios y remitir los dividendos.

En la gestión de esas medidas se definirá si el Gobierno logra disciplinar el comportamiento de las grandes empresas para hacerlo compatible con el crecimiento económico, hoy pendiente del balance externo. O si la iniciativa privada de las multinacionales de maximizar sus ganancias de corto plazo termina ahogando el desarrollo de la economía nacional.

* CNE Arturo Jauretche.


Promover el desarrollo

Por Emiliano Libman *

El superávit por cuenta corriente figura entre los aspectos más destacados del ciclo de crecimiento rápido de la economía argentina del último lustro. También un número amplio de mercados “emergentes” exhibieron cuentas corrientes fuertemente superavitarias en el período reciente. Esta “exportación de capital” de la periferia al centro de la economía global figura entre los responsables de un fenómeno curioso: por primera vez en 30 años la crisis golpea a los países centrales, mientras que el resto del globo enfrenta condiciones ciertamente inmejorables, dada la magnitud de los nubarrones que asoman en el horizonte.

La importancia del superávit por cuenta corriente radica, contablemente hablando, en que implica en términos netos una acumulación de activos o una desacumulación de deuda contra el resto del mundo. En vistas de la inestabilidad intrínseca de los mercados financieros internacionales, no endeudarse en moneda extranjera es una importante ventaja. Incluso algunos economistas más ortodoxos (contrariando su vieja idea de que “los déficit no importan si los crea el sector privado”) han comenzado a reconocer que los países que menos se endeudan suelen ser los que más crecen.

No todos los superávit corrientes son creados igual: mientras que algunos son el fruto de una economía en recesión que demanda pocos bienes del resto del mundo, otros reflejan una economía nacional competitiva o beneficiada por términos del intercambio sumamente favorables. La ventaja del contexto actual es que el superávit se da en un marco de crecimiento vigoroso. Pero esto genera un aluvión de importaciones, lo que en un contexto global que promete una tasa de expansión de las exportaciones seguramente no mejor que la registrada entre 2003 y 2008, tiene una implicancia clara: si hemos de sostener un crecimiento rápido el superávit corriente tenderá a evaporarse. ¿Entonces? ¿Defendemos a toda costa el superávit o aceptamos cierto nivel de endeudamiento?

La primera opción plantea un claro dilema de política económica. Defender el superávit en un contexto de crecimiento implica proteger la producción local. Esto puede hacerse de múltiples formas, pero a grandes rasgos o se restringe el comercio exterior o se mejora la competitividad de la economía doméstica, bajando los salarios en dólares. Sin aplicar políticas de promoción, desarrollo de obras de infraestructura o retenciones a las exportaciones, una mejora de la competitividad industrial requiere salarios más bajos, tanto en dólares como en pesos (con tales políticas existe margen para subir salarios en pesos y mantenerlos bajos en dólares).

La otra opción es tolerar un cierto déficit por cuenta corriente. A diferencia de la opción anterior, esto permite un salario en dólares algo más alto. Realmente no se trata de algo tan grave. El verdadero problema es una apertura indiscriminada del grifo, es decir renunciar definitivamente a promover el desarrollo aceptando una apreciación del tipo de cambio real o, lo que es lo mismo, una suba del salario en dólares. Ciertamente, se puede mejorar las condiciones de vida de los trabajadores con semejantes políticas. Ojo, si éstas resultan “excesivas”, las mejoras suelen durar por un período breve. Quienes tengan la suerte de conservar el trabajo (la apreciación real destruye mucho empleo en el sector transable) podrán viajar al exterior durante un tiempo. Pero a la larga las consecuencias son nefastas para toda la sociedad; América latina ha vivido estas experiencias de fuertes apreciaciones del tipo de cambio real, claramente incompatibles con el desarrollo.

¿Y si tomamos la deuda para promover la acumulación de capital? Muy difícil en un contexto de apreciación real del tipo de cambio. Es más, incluso en los países que han intentando tomar deuda para promover procesos sostenidos de desarrollo, evitando una sobreapreciación de su tipo de cambio, han tenido resultados mixtos: el milagro brasileño de los años ’70 colapsó en la crisis de la deuda, pero países asiáticos como Corea del Sur (¡porque pudieron tomar deuda a tasas fijas!) lograron sortear las turbulencias de dichos años. El éxito coreano se debió a que la deuda se mantuvo siempre bajo control y el país habría de sucumbir a los programas de apertura de la década de los ’90.

En conclusión, cuando discutimos sobre el superávit es imperativo no hacer la vista gorda y permitir que la deuda externa crezca como en el pasado. Un poco de endeudamiento no significa el fin del mundo. Por eso hay que tener en cuenta que defender el superávit per se no produce resultados mágicos, y por el contrario puede perjudicar a los sectores más necesitados (en la medida en que implica sostener un tipo de cambio real más alto), por lo que requiere de un mix complejo de políticas que promuevan el desarrollo y esto siempre es más fácil decirlo que hacerlo.

* Becario del Conicet, UBA.

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