ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
La República Popular China modificó la paridad cambiaria del renminbi o yuan (moneda del pueblo) al devaluarla en poco más del 4 por ciento. Fue la mayor variación del tipo de cambio desde que el gigante asiático estableció en 1994 su sistema de flotación de la moneda. Desde entonces China escaló rápidamente de ser la octava a la segunda potencia económica mundial, a un paso de desplazar del trono a Estados Unidos. El sorpresivo movimiento cambiario derivó en las tradicionales advertencias sobre su impacto negativo en la economía argentina. En realidad, para la mayoría de los economistas que circula por los grandes medios cualquier acontecimiento local o internacional siempre es malo para las perspectivas argentinas. Agregaron en su análisis convencional que la principal motivación del gobierno chino para disponer esa devaluación fue la de impulsar las exportaciones por la desaceleración de su tasa de crecimiento. Esta movida entonces sería el inicio de una guerra de monedas en una carrera para mejorar la competitividad externa en un escenario de estancamiento del comercio internacional. Esta línea interpretativa conduce a insistir acerca del atraso cambiario de la moneda argentina para considerar inevitable una brusca devaluación. Todo tiene que ver con todo para llegar al mismo lugar: devaluar fuerte. El tema es más complejo e interesante que esa obsesión.
La dirección política de la economía de China decidió en noviembre de 2012 en la XVIII Congreso Nacional del PCCh que el principal motor del crecimiento sea el consumo interno en lugar del sector externo (exportaciones). No ha modificado esa estrategia y la tasa de desaceleración del crecimiento, que igual se mantiene en niveles elevados del 7 por ciento anual, es el resultado de ese proceso de transición y del estancamiento del comercio internacional. El pequeño ajuste de la paridad del yuan no alterará esa situación. La devaluación respondió entonces a otro objetivo central del gobierno de la economía china: la internacionalización de su moneda. Este es un factor más relevante para evaluar las perspectivas de la economía mundial que pensar esa devaluación coyuntural como una medida para impulsar exportaciones. Y es mucho más importante porque refleja que China empieza a competir en un espacio de las finanzas y del comercio internacional dominado hasta ahora por el dólar, y en menor medida por el euro. La pretensión de China no es reemplazar a la moneda norteamericana sino convivir con ella, lo que de por sí ya es todo un acontecimiento del nuevo ordenamiento económico mundial. Es la exteriorización de China como líder económico mundial, ya no sólo como potencia emergente. Para consolidarse en ese nuevo papel no basta con mostrar indicadores de crecimiento y magnitud de mercados que provocan asombro, sino ejercer como potencia en el concierto internacional. Para ello les resulta indispensable incorporar el yuan en el flujo global de transacciones comerciales y financieras.
Para impulsar la expansión de su moneda, al comenzar el nuevo siglo, China implementó un proceso que incluyó, primero, la paulatina liberalización de la cuenta corriente y unos años después una gradual y parcial apertura de la cuenta capital y financiera. Desde 2005, introdujo una mayor flexibilidad en el régimen cambiario que incluyó un esquema de flotación administrada con una banda atada a una canasta de monedas. La moneda china empezó a estar disponible en los mercados financieros internacionales a partir de nuevas regulaciones, acompañando la gran transformación de la economía china de las últimas décadas. Desde 2010, China autorizó a otras bancas centrales a mantener reservas internacionales en renminbi (yuan). Por caso, la autoridad monetaria de Australia invierte el 5 por ciento de sus reservas netas en renminbi.
Varias instancias ha recorrido el gobierno chino en ese tránsito de internacionalización del yuan. Desde 2011 ha firmado veintitrés acuerdos de intercambio de moneda (swap), uno de ellos con la banca central de argentina, por un total equivalente a 400 mil millones de dólares (2,6 billones de yuanes). Los swaps de monedas permiten utilizar la contraparte de yuanes tanto para comerciar con China como para convertirla en otras monedas. Todos los acuerdos de swaps fueron realizados por tres años con posibilidad de renovación. China promueve que se utilice al yuan no sólo para el comercio sino también de esa manera como reserva de valor.
En ese proceso se inscribe el Acuerdo de Reservas de Contingencia firmado en la VI Cumbre del grupo de economías Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) realizado en Fortaleza, Brasil, a mediados de julio del año pasado. Ese fondo sumará 100.000 millones de dólares, de los cuales 41.000 millones los aportará China, 54.000 millones serán integrados en partes iguales por Brasil, India y Rusia, y los 5000 millones restantes por Sudáfrica. Otra iniciativa promovida este año por China con el mismo objetivo es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras integrado por 57 miembros fundadores. Estados Unidos y Japón –el gran aliado de Washington en Asia Pacífico– son los grandes ausentes de esa entidad que contará con un capital inicial equivalente a 50.000 millones de dólares con el objetivo de financiar proyectos de infraestructura en Asia. Estados Unidos había expresado su oposición a la creación de esa entidad porque pasará a competir con instituciones similares bajo su control (Banco Mundial) o el japonés (Banco Asiático de Desarrollo).
El tránsito hacia la internacionalización del yuan había registrado un paso significativo en 2009 cuando se definió un acuerdo de settlement cross-border para el comercio en renminbi con plazas domésticas y fuera de China (Hong Kong, Macao y los países asiáticos agrupados en la ASEAN). A partir de julio de 2010, esa moneda empezó a ser oficialmente convertible en Hong Kong, tras un acuerdo entre el Banco Popular de China y la Autoridad Monetaria de Hong Kong. Esto dio lugar al lanzamiento del mercado de la cotización offshore del yuan en Hong Kong. Otra medida fundamental en ese sentido fue que en 2010 las autoridades chinas lanzaron un programa que permitió a ciertos inversores institucionales seleccionados invertir en el mercado interbancario de bonos. De ese modo inició el camino para que el yuan sea totalmente convertible a otras monedas. Esto significa que pueda ser vendida o comprada libremente a precios de mercado.
El Banco Popular de China designó al China Construction Bank y al Bank of China como agentes de clearing en Londres y Frankfurt (éste último con alcance a toda la zona del euro), lo que permitió a los no residentes en China que operen con estos bancos poder comprar yuanes. Esto se concreta mediante cupos que el Banco Popular de China otorga a esas dos entidades. El establecimiento de estas entidades como agentes de clearing fue complementado con líneas específicas de swaps con el Banco de Inglaterra (junio de 2013) y con el Banco Central Europeo (octubre de 2013).
El artículo “El uso de divisas como reservas internacionales: el caso del renminbi” publicado en el Informe Macroeconómico del Banco Central de agosto del año pasado, explica que “las diversas medidas adoptadas por el gobierno chino hacia una internacionalización de su moneda se condicen con el programa de reformas estructurales que, entre otros, incorporan el alcance de los mecanismos de mercado en las transacciones. Ello, sumado a la creciente importancia relativa de su economía a nivel global, ubicó a la moneda asiática como la novena mayor divisa comercializada en el mundo y la primera en Asia, posición que alcanzó en los últimos años”.
Como parte de esa amplia y planificada estrategia irrumpe la decisión de la devaluación del yuan que está ligada primordialmente al objetivo de internacionalización de la moneda. China quiere que el Fondo Monetario Internacional incorpore al yuan en la canasta de monedas conocida como Derechos Especiales de Giro (unidad de cuenta de los créditos de este organismo financiero). Para aceptarla, el FMI le reclamó al gobierno chino la flexibilización de la política cambiaria para ligarla al movimiento del mercado y que el yuan sea totalmente convertible, como el dólar, el euro, el yen, la libra británica y el franco suizo. Hace dos semanas, Christine Lagarde mencionó la posibilidad de “incorporar al renminbi a la cesta de las monedas para fijar el valor de los Derechos Especiales de Giro (DEG) algún día, cuando llegue el momento, en cuanto todas las señales se hayan coordinado de forma positiva”. También indicó que una de esas condiciones es que el yuan sea una moneda de “libre uso”. La devaluación del yuan a la semana siguiente de las declaraciones de Lagarde fue una de esas señales reclamadas. A nivel oficial, la banca central china informó que esa medida forma parte de una reforma del sistema cambiario que tiene por fin acercarlo más al mercado.
Después del euro en 2002, no se ha registrado la aparición de otra moneda internacional importante hasta la irrupción del renminbi. El euro es un caso especial porque en la práctica reemplazó al marco alemán que ya era una moneda de uso internacional, en cambio la influencia de la moneda china nace de una dinámica económica distinta. En junio de 2011, China tenía el 11,4 por ciento del comercio mundial, pero solamente el 0,24 por ciento de los pagos eran efectuados en su moneda. Esto ha cambiado drásticamente, habiendo subido a 9,43 por ciento a comienzos de 2015. En apenas tres años la participación del comercio en yuanes se ha cuadruplicado. El auge del yuan hoy no es una amenaza para la hegemonía del dólar, pero sí lo es para el lugar que ocupan el yen y el euro en el sistema monetario mundial.
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