ECONOMíA
› LA ARGENTINA ANTE EL MUNDO
En el comercio, un cero a la izquierda
› Por Julio Nudler
Más allá de las vehementes discusiones sobre la apertura de su economía, lo que la Argentina no ha logrado en ya muchas décadas es recuperar cierto peso en el comercio internacional, más allá de algún rubro primario en particular. En realidad, ha ocurrido lo contrario, porque el país ni siquiera consiguió que su intercambio mantuviera el paso con la expansión de las transacciones en el mundo. De esta manera, en 2002 el comercio argentino representó apenas un 0,26 por ciento del global. Vale decir, una cifra completamente marginal, que obviamente impide ejercer cualquier papel relevante en las grandes discusiones comerciales de esta época, de las cuales, a pesar de ello, depende en buena medida la suerte de la economía nacional y de la corriente de inversiones que reciba.
Si un país le interesa al mundo en función del mercado que ofrece, la Argentina no puede atraer por el momento demasiada atención, después que la demanda de servicios públicos ya está asignada. Sus importaciones no significaron el año pasado ni el 0,2 por ciento de las mundiales, y, a pesar de su notable repunte actual, no llegarán al 0,3 por ciento este año. En números de 2002, fueron 13 mil millones de dólares en un mundo en el que los países se compraron unos a otros por 600 veces ese monto.
América Latina es, en general y con la sola excepción mexicana, una región poco presente en las corrientes comerciales. Pero incluso dentro de ella la relevancia argentina es muy modesta, con el 6,8 por ciento de las exportaciones y el 3,2 por ciento de las importaciones, según datos 2002. Obviamente, como contrapartida de esta insignificancia, el país podría obtener un avance sustancial en su comercio con solo aumentos modestos en su tráfico absoluto, a lo cual se opone por ahora el proteccionismo de los más poderosos.
En el ranking de exportadores, la Argentina ocupa el puesto 42, a sideral distancia de los grandes protagonistas. Tres países –Estados Unidos, Alemania y Japón– acaparan casi el 27 por ciento de las exportaciones mundiales, proporción que sobrepasa el 40 por ciento si se añaden Francia, China y Gran Bretaña. Queda aún una franja de protagonistas relevantes –Sudcorea y España, por caso, con exportaciones por unos 190 mil millones de dólares cada una–. La Argentina forma parte, bastante más abajo, de ese amplio pelotón de naciones de presencia apenas estadística.
Mientras es evidente en qué medida la Unión Europea contribuyó a abrir las economías de sus miembros por la intensidad de sus intercambios mutuos, lo es hoy menos en el caso del Mercosur, dentro del cual las asimetrías macroeconómicas y los desfasajes de las crisis provocan bandazos del comercio intrabloque que sus socios no consideran tolerables. La respuesta a esos desequilibrios es siempre menos intercambio a través de la imposición de restricciones. A esta altura ya no es descartable que esas tensiones terminen desarticulando el Mercosur, o lo licuen dentro de tratados de libre comercio más vastos.
En este sentido, la constitución del ALCA implicaría para la Argentina la integración sin barreras a un área comercial de dimensiones incomparablemente mayores y también más amenazantes. El año pasado, Estados Unidos exportó por 958 mil millones de dólares, 74 veces las importaciones argentinas, lo que puede dar una idea de la masa de bienes que golpearía a las puertas de este mercado. Claro que los norteamericanos a su vez importaron por un billón 370 mil millones, o 49 veces las exportaciones argentinas, con lo que no parece que el potencial vendedor del país pueda afectarlos demasiado. Esto parece tener el sabor de la oportunidad, aunque muchos queden en la Argentina del lado de los perdedores.