ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE CóMO SUPERAR LAS RESTRICCIONES Y PROMOVER LA INVERSIóN
Naclerio y Padín analizan el tipo de inversiones que impulsan la industrialización, mientras que Aschieri remarca que la inversión depende del consumo, al contrario de lo que plantea el gobierno de Mauricio Macri.
Producción: Javier Lewkowicz
Por Alejandro Naclerio * y Juan Manuel Padín **
Para alcanzar el estatus de país industrial se requiere contar, entre otras cuestiones, con capacidades de innovación que permitan complejizar la matriz productiva e impulsar la diversificación de la inversión hacia sectores “nacionales” más intensivos en conocimientos. La dependencia externa de bienes de mayor agregado tecnológico que tiene la industria argentina es, por tanto, uno de los principales factores limitantes para subir la escalera del desarrollo.
Una manera de ver las restricciones tecnológicas es a través del análisis de la “competitividad externa” de los diferentes sectores productivos. Para este punto, vale la pena exponer algunos resultados de un trabajo que hemos realizado recientemente.
Al analizar el comercio exterior argentino, utilizando la taxonomía del economista indio Lall (quien clasificó a los bienes según sectores tecnológicos, dividiendo a éstos en primarios, intensivos en recursos naturales, y manufacturas de tecnología baja, media y alta) se hace evidente que falta un largo camino por recorrer, teniendo en cuenta que los resultados del comercio exterior se proyectan (cada vez más) deficitarios en los sectores de mayor agregado tecnológico.
El desbalance tecnológico estructural argentino se debe, básicamente, a dos cuestiones. En primer lugar, la matriz exportadora argentina tiene una significativa participación de los bienes primarios y las manufacturas basadas en recursos naturales, que concentraron alrededor de las tres cuartas partes de las exportaciones totales en el último cuarto de siglo.
Esta matriz es indicativa de un sector productivo especializado en bienes primarios y de poco valor agregado. Se trata de actividades intensivas en recursos naturales y de inversión en tecnologías maduras o dependientes de corporaciones transnacionales y/o de grupos económicos locales.
Se debe señalar en este punto que, mayormente, los agregados tecnológicos que requieren los procesos productivos locales, o bien son de estrecho recorrido tecnológico, o están dominados por patentes controladas por empresas líderes (multinacionales).
En segundo lugar, en el caso de las importaciones, su comportamiento está asociado al crecimiento de la economía. Cuando la economía crece las importaciones aumentan. Pero, particularmente, crecen de forma exponencial las importaciones de los sectores de tecnología media y alta.
Cuando las exportaciones no son dinámicas, el financiamiento de las importaciones puede volverse una limitante importante. La resolución de este dilema suele conducir -a menos que medie un cambio estructural- al endeudamiento y/o políticas de aliento a la entrada de capitales para financiar los crecientes déficit de cuenta corriente.
Es preciso recordar que la especialización en productos primarios y manufacturas basadas en recursos naturales no permite sortear el problema de la restricción externa, que obedece al subdesarrollo de la industria; en particular, respecto a la producción de bienes de tecnología media y alta. Estos segmentos son estructuralmente deficitarios.
A modo de ejemplo, si consideramos cualquier etapa de crecimiento argentino posterior a 1990, el déficit agregado de estos sectores es más que elocuente. Por caso, en los periodos 1993-1997 y 2003-2007, el déficit promedio para esos años era de algo más de 10 mil millones de dólares. Este resultado se agudizó fuertemente en 2008-2013, donde el déficit saltó a 24.000 millones de dólares.
Vale aclarar, de todos modos, que en los años de crecimiento de la convertibilidad había un déficit en la balanza comercial promedio de 2500 millones de dólares. En las fases de crecimiento de la posconvertibilidad, contrariamente, había superávit comercial, aun cuando el tipo de crecimiento industrial fue impulsado por sectores estructuralmente deficitarios (complejo automotriz, bienes de capital, electrónica en Tierra del Fuego, sector farmacéutico, etc.).
Por último, para que la economía argentina pueda crecer sostenidamente, es indispensable desarrollar ventajas competitivas dinámicas, que descansen en la acumulación y desarrollo social de conocimientos, y permitan apuntalar la competitividad de los sectores de mayor valor agregado como generadores de divisas. Para esto es esencial repensar qué entramado de políticas pueden conducir a una estructura productiva más compleja, donde intervengan una heterogeneidad de sectores con alta capacidad tecnológica que permitan el desarrollo del sistema económico y eviten que el mismo caiga periódicamente en crisis.
* Doctor en Economía (París 13). Profesor UNLP, Unqui, UNM.
** Politólogo. Especialista en Economía (Flacso).
Por Enrique Aschieri *
Es recurrente que en el debate público actual, se defina y reproche como experiencia populista a aquellas que se desenvolvieron cabalgando sobre la incentivación al consumo, menospreciando o lo que es peor contrariando las inversiones. Aunque las pruebas sobre lo que afirman brillan por su ausencia, la lógica cartesiana que los anima los hace aparecer como el último refugio de la racionalidad: más ahorro, esto es menos consumo y volcar la diferencia así obtenida a la inversión, y el crecimiento asegurado sobre bases muy firmes. Pura y lisa lógica cartesiana. El asunto es que al capitalismo realmente existente se lo puede acusar de muchas, muchas cosas, pero de una no: ser cartesiano. El sistema capitalista realmente existente cuanto más consume más invierte y si no hay mercado previo nadie se pone a producir; es decir, no se invierte. De manera que en el mundo tal cual es, la inversión resulta una función creciente del consumo.
Bajo la lógica señalada, de la inversión como función creciente del consumo, ambicionar el impulso a la inversión o al menos evitar que recule cuando las metas enunciadas buscan premeditadamente que el consumo final decline o que se ajuste a lo que se considera sus posibilidades reales; o sea, por debajo del nivel a que –con cierta perversidad– alentó llegar el populismo, como se lo suele declarar abierto o embozado, deviene en una mera ilusión sin ningún sustento en los datos reales de las condiciones de funcionamiento del sistema. Pero es una ilusión peligrosa. No da los resultados que se esperan, porque no puede dar los resultados que se esperan, y el gambito puede durar hasta que la sociedad civil comienza a comportarse como Tarzán. Es esto lo que no le conviene a nadie.
No obstante, y en medio de este escenario de misiones imposibles ¿qué pasa si un buen día, de golpe y porrazo, por la razón que fuere, le llueven al país miles de millones de dólares? Incluso, ¿no sería provechosa la disciplina impuesta de que al haber menos consumo del acostumbrado tramposamente por el populismo se apresura el ritmo de la inversión, pues se puede consagrar la parte del león de estos llovidos ingresos adicionales a la compra e instalación de bienes de capital, importando máquinas para construir altos hornos para producir acero para hacer chapa para hacer más automóviles y aires acondicionados, en un par largo de lustros? ¿Durante esta hipotética etapa los trabajadores industriales estarían aferrados al piso, con ingresos tan interesantes que les permitiría consumir cosas reales, por caso esos mismos automóviles y aires acondicionados, en vez de las ficciones a las que mal acostumbró el desangelado populismo?
Lo cierto es que al razonar con la buena voluntad de esa manera, a la inversión y el consumo se los trata como magnitudes inversamente proporcionales, que es lo que son por naturaleza. La excepcional entidad del sistema capitalista es que éste puede funcionar solamente por tratar al consumo y la inversión como directamente proporcionales entre sí, mientras que esto es objetivamente imposible, ya que el consumo y la inversión son los dos componentes de una dimensión dada, es decir, el ingreso nacional. Contradictorio en vez de cartesiano. Es que este dilema es una de las manifestaciones de las contradicciones fundamentales del capitalismo, entre la producción social y la apropiación privada. Como corolario, tomando como punto de partida la perspectiva en baja del ingreso de los argentinos, ningún empresario –mono o multinacional– instalaría fábricas aquí. Sin embargo, sin nuevos medios de producción los ingresos de los argentinos no pueden ser aumentados. Y si se plantea esquivarle al bloqueo por medio de producir sólo para exportar, sucede que a excepción de los productos primarios estandarizados, tal operación luce ir más allá de la “fiabilidad” del capitalismo tradicional. En cualquier caso, nunca se había visto sin ingredientes geopolíticos de consideración. Lo único que lloverá, si llueve, será deuda.
En realidad, las posibilidades de incrementar la inversión con salarios deprimidos están restringidas a la economía planificada por el Estado, no regulada por el mercado. Es entonces una suprema ironía y el último absurdo que partidarios tan decididos de la libre empresa alienten un capitalismo en el que para maximizar el crecimiento del producto prevalezca, muy fuerte, la planificación central, a la que deploran. Curioso, muy curioso, es que parecen ni estar enterados de la contradicción inscripta entre los fines que persiguen y lo medios que necesitan. Las consecuencias políticas de esta inadvertencia pintan como no menores.
* Economista, docente de la UNM.
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