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Crímenes modernos
Por José Natanson
Un genocidio es por definición un acontecimiento único, irrepetible de tan horroroso. Hasta fines de los ’80, la perspectiva hegemónica de las ciencias sociales enfatizaba el aspecto singular de cada episodio o proceso genocida: ¿cómo comparar el Holocausto, el mayor crimen de la historia de humanidad, con cualquier otro acontecimiento histórico? ¿Cómo establecer un paralelo entre la matanza masiva de armenios en 1915 y el terrorismo de Estado en la Argentina? Ceñida durante años a los estudios de caso, la producción teórica sobre el tema dio un giro importante en la última década, cuando comenzaron a aparecer más y más intentos por encontrar similitudes e identificar lógicas comunes en los diferentes casos de genocidio.
En Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad, Daniel Feierstein compila artículos de investigadores, sociólogos e historiadores de diferentes países que rompen con la visión exclusivista para tratar de encontrar denominadores comunes del genocidio, entendido como una práctica “constitutiva y constituyente de la modernidad”. Sociólogo y profesor universitario, Feierstein sostiene que, aunque la Argentina sufrió un genocidio hace menos de treinta años, existen poquísimos estudios académicos sobre el asunto.
El libro aborda el tema desde diferentes perspectivas. En su artículo, Feierstein lo relaciona con la modernidad y apela a la idea de “autonomía” para identificar a los grupos víctimas de las prácticas genocidas: su característica común –sostiene– es el ejercicio de su autonomía (en el campo cultural, ideológico, social) respecto del grupo dominante. Esta definición, cuyo origen puede rastrearse a la Alemania nazi, se aplica al caso argentino, donde el terrorismo de Estado buscó “aniquilar” a cualquiera que hiciera uso de su autonomía.
Uno de los artículos más notables es el del ex profesor de Harvard Vahakn N. Dadrian, que compara los tres grandes genocidios del siglo XX –el armenio, el judío y el ruandés– bajo el presupuesto de que sólo así es posible identificar al genocidio como un “problema general de la humanidad”. El análisis de Dadrian incluye relatos estremecedores, como el del ex embajador norteamericano en Turquía Henry Morgenthau, que describió cómo el curso del río Eufrates fue alterado por la acumulación de cadáveres de armenios asesinados. Su objetivo es identificar los increíbles puntos en común entre el genocidio armenio y el judío: se perpetraron contra dos pueblos con un legado cultural que data de la Antigüedad y que habían sido expulsados de los puestos públicos y militares, por lo que se dedicaron al comercio (y a la acumulación de riqueza). Los genocidios armenio y judío –añade– fueron la culminación de miles de años de persecuciones, se concretaron en el marco de las dos grandes guerras mundiales y fueron ejecutados por estados-partidos (nazis e ittihadistas). En cuanto a las diferencias, la más notable es la reacción posterior: arrepentimiento, comprensión mundial y regeneración política (que culminó en la fundación del Estado de Israel) para el caso judío; negación, indiferencia y silencio para el caso armenio.
Editado por la siempre movediza Universidad de Tres de Febrero, el libro de Feierstein incluye también un artículo sobre la definición de genocidio (de Matthias Bjornlund, Eric Markusen y Martin Mennecke) y otro, de Henry R. Hottenbach, sobre su historia. Barbara Harff realiza un listado impresionante de los genocidios y politicidios y demuestra que una mayor diversidad étnica no necesariamente conlleva a un mayor riesgo. Su mayor mérito es que trata de pensar el papel de la ciencia social comogeneradora de modelos que permitan anticipar los genocidios. Planteado desde una perspectiva académica norteamericana, el artículo de Harff cumple con el objetivo general del libro: superar la visión exclusivista y proponer una mirada que conecte los diferentes genocidios como la única forma de descubrir sus causas, diseñar instrumentos de “alerta temprana” y generar mecanismos que permitan evitar que vuelvan a suceder.