ECONOMíA › OPINION
En guerra con papá
Por James Neilson
Buena parte de la población rasa y casi todos los políticos se proclaman firmemente contrarios al FMI, entidad que, como todos saben, es una banda de mafiosos neoliberales encabezada por un indio parco y una mujerona terrible que por motivos siniestros se han propuesto reducir la Argentina a la esclavitud luego de haberla saqueado. Sin embargo, ¿cuántos realmente quisieran romper con el monstruo? La verdad es que muy pocos. No existe indicio alguno de preparativos para “vivir con lo nuestro” a espaldas del “mundo”, aventura que acaso tendría cierto sabor épico pero que también exigiría una dosis de disciplina y abnegación jamás vista en estas comarcas. Puede que morir por la patria a manos de un enemigo de carne y hueso sea dulce y decoroso, pero morir de hambre no lo sería en absoluto.
El país se ha acostumbrado tanto a depender de otros, a dar por descontado que pase lo que pasare el FMI, Estados Unidos, Europa y la banca siempre estarán, que la política local se ha hecho absurdamente teatral convirtiéndose en un extraño baile de máscaras protagonizado por hipócritas fogosos. A los radicales les da escalofríos la mera idea de que Eduardo Duhalde cayera en los días próximos, abriendo así las puertas a elecciones inmediatas que los depositarían en el basural de la historia, pero por suponer que el gobierno triunfaría en el Congreso por un voto o dos después de una sucesión cinematográfica de vicisitudes grotescas, pudieron permitirse el gusto de rabiar contra la derogación de una Ley de Subversión Económica que en otras circunstancias hubieran denunciado con pasión ética por lopezreguista y castrense. Lo mismo podría decirse de los demás “disidentes” legislativos, partidarios y mediáticos. El papel del “rebelde” les encanta tanto que lo peor que podría sucederles sería verse privado de él por la debilidad imprevista del gobierno. Entonces sí tendrían que ponerse a pensar en serio sobre las alternativas frente al país, desafío éste que les parecería insoportablemente injusto. En cuanto a los “oficialistas”, ellos también hacen lo posible por hacer pensar a sus compatriotas que comparten el odio generalizado por el FMI pero que, pobres, se ven obligados por vaya a saber cuáles razones a actuar como si lo respetaran, acatando sus instrucciones a regañadientes aunque, como nos informa Duhalde, de poder elegir estarían en la calle con los caceroleros y piqueteros o, lo que es más probable, en el Congreso pronunciando diatribas furibundas contra medidas cuyo eventual hundimiento los llenaría de pánico.