ECONOMíA • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Raúl Dellatorre
No hay demasiados antecedentes, si es que alguno hay, de países que hayan convertido parte de sus reservas internacionales en un fondo de garantía sobre su propia deuda, ya contraída y a punto de vencer. Tampoco ha sido muy frecuente que estas medidas nada convencionales se adopten en el momento de mayor impacto de una crisis, sino como parte de la estrategia de montaje del escenario post crisis. Lo que no es nuevo es que este Gobierno deba recurrir a mecanismos inéditos para remontar situaciones que aparecen enrarecidas más desde el clima político que desde una estricta lectura de los datos económicos. Eso es lo que le pasa, justamente, a la Argentina, con el supuesto “clima de desconfianza” respecto del cumplimiento de pago de su deuda.
El gobierno de Cristina Fernández, obligado a recrearse a sí mismo en forma permanente desde hace casi un año y medio –desde el momento en que perdió la pulseada por las retenciones móviles–, echó mano esta vez a una herramienta financiera que “sobreactúa” la voluntad de pago: reasigna parte de sus reservas para crear un fondo de garantía de pago equivalente a la mitad de los vencimientos que debe afrontar en 2010.
En política económica, la relación entre deuda externa y reservas internacionales suele ser un indicador de la salud de la economía. Basta con que esa relación sea baja (3 a 1 en el caso argentino), y que la tendencia no sea explosiva (de un crecimiento desmesurado) para dar por “buena” la situación. Pero a la Argentina de hoy con eso no le alcanza. Además de tener las reservas, debe decir que “están” para pagar la deuda, si es necesario.
Bajo una visión estática, declararlo no mejora la situación. Pero despeja sospechas, con lo cual puede mejorarla en términos dinámicos. Y es a lo que el Gobierno apuesta: con menos dudas sobre la capacidad de pago, habrá menos resistencia de las inversiones externas para venir al país, habrá más facilidades para el gobierno nacional y las provincias para conseguir crédito externo, que se conseguirán a menores tasas de interés porque bajaría “el riesgo país”.
Desde esa misma óptica oficial, la medida anunciada ayer por el ministro de Economía y la Presidenta de la Nación es otra apuesta al crecimiento, a la consolidación de la recuperación de la economía real. Va de la mano de las políticas sectoriales de aliento a la producción, a la estructura de financiamiento armado desde los recursos del Banco Nación y la Anses, de la articulación de las medidas de rescate a empresas en dificultades por impacto de la crisis y políticas promocionales a nuevos sectores emergentes.
El Gobierno crea un fondo para que “le crean” que va a pagar. Es paradójico, pero Argentina debe hacer estos esfuerzos para alcanzar aunque sea parte del nivel de confiabilidad que merecen, por ejemplo, Estados Unidos, que empapeló el mundo con billones de dólares en títulos de deuda después de haber provocado la peor crisis financiera internacional de los últimos setenta y pico de años. O la confianza que generaban Bear Stearns o Lehman Brothers, los bancos de inversión que orientaban las inversiones de miles de grandes, medianos y pequeños inversores que seguían sus consejos. Por ejemplo, invertir en el también muy confiable mercado de títulos hipotecarios. Y los ejemplos pueden seguir. Paradójico pero no es raro, porque así funciona el sistema: para sacar un crédito en un banco es imprescindible demostrar que uno no necesita la plata, que le sobran los recursos “propios”.
Desde visiones más ortodoxas, se cuestionará que, en vez de bajar el gasto público, el Gobierno sigue “inventando” formas de endeudamiento con otras áreas del sector público. Dicho sin eufemismos: ¿para qué arriesgar reservas, si la deuda se puede pagar con más hambre y desigualdad social, como se ha hecho tradicionalmente?
El debate es instrumental, el trasfondo es ideológico. La economía se encamina con políticas activas concretas que ya están en aplicación y dando resultados. Pero la mejora se percibe sólo si la visión subjetiva está en el mismo lugar que la realidad. Es el objetivo, en definitiva, del Fondo propuesto por Amado Boudou: que a través de la ilusión, se llegue a ver la realidad que otros niegan u ocultan.
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