Mié 16.10.2002

EL MUNDO

La fiesta de la democracia en versión Saddam Hussein

Ciento por ciento de participación y de apoyo a Saddam, sacrificios de corderos y gente que vota con su propia sangre en el referéndum de ayer en Irak.

Por Angeles Espinosa *
Desde Bagdad

Amira y Taber hicieron coincidir su boda con el plebiscito de ayer en Irak. Los dos jóvenes acudieron a votar vestidos para la ceremonia ante el regocijo de los presentes, que los jalearon y agasajaron. Las autoridades iraquíes no esperaron al cierre de las urnas para celebrar el triunfo de Saddam Hussein en el referéndum que lo confirmó como presidente por otros siete años con un 100 por ciento de participación.
“Hoy, los iraquíes estamos enviando un mensaje muy claro a Estados Unidos y otros países: ‘Sí’ a Saddam, ‘no’ a Bush”, manifestó a este diario el diputado Mohamed Al Atabi en un colegio electoral de su distrito, el barrio de Ciudad Saddam, uno de los más pobres de Bagdad. Allí se han ido asentando desde los ‘60 los emigrados de las zonas rurales, sobre todo del sur del país, hasta alcanzar sus cerca de dos millones de habitantes actuales. Lugares como Ciudad Saddam, que las autoridades hubieran evitado mostrar en el período desarrollista de los ‘70 y los ‘80, constituyen hoy el escaparate de las víctimas del embargo.
Los votantes en la escuela Ramala son gente humilde que acude a votar con sus mejores galas: trajes árabes tradicionales en el caso de los hombres y abeyas negras o pañuelo y falda larga en el caso de las mujeres. Pero para llegar hasta allí hay que sortear charcos de aguas sucias y montones de basura sobre los que pastan algunas cabras. Los niños que agitan retratos de Saddam llevan la ropa raída y los zapatos rotos.
Nada parecido al colegio Utba Ibn Hasuan, donde a primera hora de la mañana había depositado su voto el vicepresidente Izzat Ibrahim. El número dos del régimen iraquí (también acumula, entre otros, los cargos de vicesecretario general del Partido Baas y de vicecapitán general de las Fuerzas Armadas) llegó rodeado de forzudos guardaespaldas y fue recibido con el sacrificio ritual de un cordero. No fue la única sangre que se derramó. Baher Alaui Naji esperó a que llegara su turno. Se aproximó a la urna, pero en lugar de introducir la papeleta que llevaba en la mano, sacó una pequeña cuchilla, se hizo un corte en el dedo índice y marcó el “sí” con su propia sangre. Ninguno de los presentes se inmutó. Los alumnos coreaban “con nuestra sangre te defenderemos, Saddam”.
A Jalil Sabri Abdalá nadie le obligó a venir a votar desde su Zajo natal. Zajo es una localidad del norte iraquí que tras la Guerra del Golfo (1991) ha quedado fuera del control de Bagdad, en la zona gestionada por los movimientos nacionales kurdos. Sabedor de que su convocatoria electoral no alcanzaba a ese territorio, el gobierno iraquí decretó que los habitantes de las tres provincias afectadas (3,6 millones de iraquíes, en su mayoría kurdos) estaban autorizados a votar en cualquier mesa.
Ni corto ni perezoso, Abdalá se plantó en Bagdad con su familia, en total 25 personas. “Vine hace 10 días para votar y para celebrar el referéndum”, proclama orgulloso al ser abordado por esta enviada en el colegio de secundaria de Ahdamiya, en el centro de la capital iraquí. Abdalá viste el traje nacional kurdo: zarigüeyas, chaleco ajustado y turbante. “Kurdos y árabes somos un mismo pueblo”, afirma tras asegurar que no ha tenido ningún problema para cruzar la “frontera” de hecho que se ha establecido entre el norte y el resto del país.
A Manal, la joven profesora de inglés que atiende a los visitantes, se le ilumina la cara.”’¿Ve cómo tenemos libertad para votar?”, subraya. Los votantes llegan provistos de una octavilla con sus datos registrales. Tras comprobar su nombre, reciben una sencilla papeleta en la que se les pregunta: “¿Está usted de acuerdo con que Saddam Hussein sea presidente?”. Hay un recuadro para el “sí” y otro para el “no”. “Aquí están las cabinas para que cada uno pueda marcar su opción”, muestra Manal sin reparar en que carecen de cortinas para garantizar la privacidad. El autobús del Ministerio de Información que lleva a los periodistas a hacer una ronda de colegios electorales por Bagdad se extravía en algún lugar de Ciudad Saddam. En este barrio de casas baratas, unas calles son iguales a otras. Cuando por fin llega a la escuela secundaria Ramala, el calor ya ha empezado a hacer mella en las alumnas que animan la votación con loas y cantos dedicados a Saddam Hussein. Incluso los votantes parecen haber desertado. De repente, como surgidos de la nada, un montón de ciudadanos forman fila frente a la urna y depositan disciplinadamente su papeleta para satisfacción de fotógrafos y cámaras de televisión. Las palmas y los estribillos de las colegialas vuelven a cobrar energía para tranquilidad de sus profesoras que las animan con gestos.
“Larga vida a nuestro líder, Saddam Hussein”; “Saddam, te queremos, te apoyamos” e incluso una incursión en inglés “Down, down, US” (“Abajo, abajo, Estados Unidos”) son algunos de los más repetidos. Las paredes exhiben carteles con las mismas rimas. “Nos dijeron que iban a venir a las ocho y estamos aquí desde la seis preparándolo todo”, confiesa con franca ingenuidad una funcionaria que disfruta recibiendo a los extranjeros. “Todo” son los pósters y pancartas con los que se ha decorado cada escuela, los forros de las urnas con fotos de Saddam y corazones como símbolo del amor de su pueblo, las bandejas de dátiles y leche amarga con que se agasaja a los visitantes. En 1995, en el anterior “referéndum popular”, Saddam Hussein obtuvo el 99,96 por ciento de los votos.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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