Vie 25.10.2002

EL MUNDO  › COMO ES LA SITUACION EN VENEZUELA DESPUES DE LA REBELION

Todo lo sólido se disuelve en el aire

A pesar de que la insurrección militar del martes no tuvo margen para triunfar, la crisis política y económica deja a Chávez débil frente a una oposición fracturada pero inquieta.

Por Miguel Angel Noceda
Desde Caracas

Desde que acabó la jornada de paro del pasado lunes, la algarabía de los antichavistas ha llenado de estruendo las plazas de los barrios altos de Caracas. La plaza de Altamira, que han rebautizado como “la de la Libertad”, se ha convertido en el punto de encuentro y protesta de ese colectivo variopinto en el que se mezclan pequeños comerciantes, ejecutivos encorbatados, operarios y jóvenes de todo tipo y hasta señoras con estampas en la pechera. Allí, acompañados por el constante tronar de las cacerolas y de las bocinas de los autos, los 14 militares que alientan un levantamiento contra Chávez (al tiempo que tratan de que éste no les retire el uniforme) han colocado su cuartel general de forma permanente. Mientras, el gobierno habla de “payasada” y la Organización de Estados Americanos (OEA) reclama desarme de la población civil, investigación de las muertes del 11 de abril y la reforma del poder electoral. La incertidumbre se ha adueñado de la población. Nadie se atreve a apostar nada.
En cualquier caso, lo que sí queda palmaria es la quiebra interna que, en todos los sentidos, tiene Venezuela. “Posiblemente es el caso más grave de desmantelamiento del sistema de partidos políticos en Latinoamérica”, subraya un analista. Ahora, el país se dirime entre dos polos con gran de poder de movilización. Pero “mientras las fuerzas que soportan el gobierno están unidas bajo el mando de Chávez, las de la oposición no tienen líder”, añade. Un asunto que cobra especial importancia es el papel que en ausencia de ese liderazgo y de la falta de partidos ha adoptado la prensa. Los medios de comunicación y principalmente las cadenas privadas de TV (Radio Caracas, Televen, Globovisión y Venevisión) se han tomado el derrocamiento de Chávez como algo personal. “La prensa fue la que aupó a Chávez y ahora quiere tirarlo”, manifiesta un veterano político, pesimista de que el presidente convoque elecciones antes de 2006.
De ahí el apuro. Pese a ese pesimismo, la continua caída de popularidad de Chávez (que ha pasado del 84 al 33 por ciento de respaldo popular entre abril de 1999 y agosto de 2002, según datos de la consultora Séller & Asociados, lo que la oposición reduce hasta el 25 por ciento) hace que la situación se encamine al precipicio. Sus defensores —los que le van quedando— sostienen que el país no ha perdido libertades y que son los “oligarcas, temerosos de perder sus privilegios”, los que no lo dejan gobernar. Ocurre, sin embargo, que el país está inmerso en una profunda polarización en la que las clases sociales están mezcladas. Algo parecido pasa en el ejército, donde chavistas e institucionalistas forman (de momento) frente común contra los antichavistas. En medio de la polarización quedan los autodenominados neutrales (cada vez menos), a los que les interesa mantener, por ejemplo, abierto su negocio. Algo difícil en días como el del paro: “Unos decían, ‘comercio cerrado, comercio saqueado; otros, comercio abierto, comercio desierto’, ¿qué hago, dejar el cierre a medio echar?”, decía un comerciante.
También se mantiene neutral en estos momentos la empresa petrolera PDVSA, un poder en sí mismo fundamental en la radiografía de Venezuela. Chávez intentó cambiar la compañía y se encontró con un intento de golpe de Estado en abril. Después negoció y ofreció muchas ventajas salariales a la empresa, que calmaron las aguas, a expensas –eso sí– de elevar los costos fijos de las sociedades, según apunta el analista político Simón Alberto Gonsalvi, ex ministro de Exteriores. “Este país no se entiende sin el petróleo”, añaden fuentes diplomáticas. Y es que Venezuela es demasiado dependiente de la factura petrolera, como lo demuestra el hecho de que el primer trimestre de 2002 el Producto Bruto Interno (PBI) cayó el 7,1 por ciento —y acabará con un retroceso del seis tras crecer el 2,6 por ciento el año pasado hasta 130.000 millones de dólares— por la fuertecontracción del precio del petróleo. El crudo supone el 25 por ciento del PBI venezolano y el 80 por ciento de sus exportaciones, que este año caerán a cerca de 21.000 millones de dólares frente a los 27.056 millones de dólares. Es decir, una dependencia perversa, ya que, además de provocar fuertes vaivenes en la balanza de cuenta corriente, impide el desarrollo de otros sectores.
Es, precisamente, la crisis económica la que puede profundizar el desprestigio de Chávez y acelerar su salida. El descenso de la actividad ha provocado un aumento enorme del desempleo, que alcanzó el 16,4 por ciento en julio de 2002, lo que significa 1,8 millón de personas sin empleo. Un dato alarmante. Pero tanto o más lo es la masiva salida de capitales, estimadas en 10.000 millones de dólares en el primer semestre de este año y que no hacen más que engrosar la cifra total, que algunas fuentes de la oposición sitúan por encima de los 100.000 millones de dólares. Asimismo, el incremento de la deuda interna (del ocho al 12 por ciento del PBI en un año) con una deuda externa ya alta (38.000 millones de dólares, en torno a la tercera parte del PBI), el aumento imparable de la inflación (un 33 por ciento en septiembre frente al 12,3 por ciento del año pasado) y una depreciación del bolívar superior al 100 por ciento (el dólar se cambia hoy a casi 1500 bolívares) llevan a una situación insostenible.
Según el análisis de Fidel Jaramillo, economista-jefe de la Corporación Andina de Fomento (CAF), el final de la cadena es dramático. La desaceleración de la actividad económica, junto a la contracción de las exportaciones petroleras, un déficit fiscal en crecimiento y la salida de capitales provocan que sean la colocación de deuda interna y la política monetaria los instrumentos a mano para proteger la divisa. Esto lleva al incremento de las tasas de interés, lo que, unido a los anterior, conlleva a una contracción del crédito, de los depósitos y al aumento de la morosidad. En consecuencia, surgen amenazas a la estabilidad del sistema, de la rentabilidad, solvencia y liquidez, que hará mella, sin duda, en el sector bancario.

De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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