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› LAS FUERZAS RUSAS USARON UN GAS CREADO EN LOS ‘80 QUE NO HABIA SIDO PROBADO
Los conejillos de Indias del zar de Rusia
El gas que mató a los terroristas chechenos y a más de 100 rehenes fue desarrollado en los tiempos soviéticos pero no se sabía sobre sus efectos reales. Estuvo a punto de ser usado para detener el golpe contra Mijail Gorbachov en 1991.
Por P.B. y Rodrigo
Fernández
Desde Moscú
Los militares rusos pudieron haber experimentado sobre los rehenes con un gas tóxico cuya naturaleza se negaban a develar, pese al creciente número de víctimas. Esta es la idea que iba cobrando fuerza ayer entre algunos expertos y medios de comunicación sobre el uso del misterioso gas asesino que ya se ha cobrado 115 vidas.
El hecho de que la composición química del gas sea un secreto de Estado alimentaba ayer críticas e hipótesis sobre la sustancia utilizada por los servicios especiales para terminar con el secuestro de unas 800 personas en el teatro de Dubrovka. Lev Fiodorov, presidente de Asociación Rusa de Seguridad Química, opinó que se usó un arma química que requiere la inyección de un antídoto, única forma de evitar las mortíferas consecuencias del gas que el sábado pasado lanzaron las tropas de elite rusas cuando tomaron el teatro y eliminaron a la casi totalidad del comando checheno suicida.
El reproche más serio que hacen Fiodorov y otras personas no va dirigido contra el grupo encargado de neutralizar a los extremistas e impedir que éstos hicieran volar por los aires el edificio sino contra los organizadores de la operación. Los militares debían saber las terribles efectos que podía causar el gas y, por eso, al asalto de las fuerzas especiales debería haber seguido inmediatamente una unidad de médicos y enfermeros militares para inyectar el antídoto directamente en la sala.
Desgraciadamente no hubo tal unidad médica y los socorristas, sin tener idea de lo que les sucedía a los rehenes, hicieron lo que creían que era mejor: sacarlos cuanto antes al aire libre. Pero con ello no sólo se perdió un tiempo precioso sino que, además, a algunos se les sacó no cargados a la espalda sino arrastrándolos de los pies o las manos. Más de uno murió debido a eso, ya que en esa posición el intoxicado se puede asfixiar con su propia lengua y los vómitos que causa la intoxicación.
Aún más, en los hospitales no sabían qué clase de antídoto inyectar. Si los militares no querían revelar sus secretos, deberían entonces, de haber actuado de un modo responsable, haber destinado por lo menos a uno de sus toxicólogos a cada clínica. Por cierto, en Moscú hay sólo un hospital que tiene una unidad especializada en intoxicación química –la Clínica Sklifosovski–, pero incluso allí no sabían qué sustancia se había utilizado ni qué inyectar.
No deja de ser curioso que la URSS comenzara a desarrollar nuevos gases y a transgredir la convención de armas químicas inmediatamente después de ratificarla en 1928. Como dice Fiodorov, tres cuartas partes de la industria era secreta y una serie de fábricas –como la de Novochebaksarski en Chuvashia, a orillas del Volga– se dedicaba a la producción de armas químicas. “En 1962 sucedió exactamente igual con la convención de armas biológicas”, denuncia Fiodorov. En 1967, a raíz del conflicto fronterizo con China, la URSS comenzó los trabajos de investigación para producir un tipo de gas que pudiera neutralizar rápida y eficazmente a un gran número de personas.
Las pruebas concluyeron con éxito a fines de los ‘80 y, en 1991, el grupo de científicos que lo elaboró recibió el premio Lenin, el más importante de la URSS. Este dato es importante porque el máximo galardón se podía dar sólo una vez completado el ciclo investigación-elaboración– producción. Durante el intento golpista contra Mijail Gorbachov, en agosto de 1991, la junta procomunista estudió la posibilidad de utilizar ese gas contra la Casa Blanca rusa, entonces sede del Parlamento donde Boris Yeltsin encabezaba la resistencia junto con sus partidarios.
Pero los militares en aquella ocasión no se atrevieron. Y ahora lo probaron por primera vez. Mientras tanto, continúan saliendo a luz pormenores de cómo vivieron algunos rehenes su liberación. El actor del musical Nord-Ost, Marat Abrajimov, relata con humor cómo los soldados los sacaron de la sala, tomándolo en un principio por un extremista. “Entiendo que mi cara no rusa me condenaba a ser interrogado. Así es que de inmediato, mientras me sacaban en vilo, les dije que era actor, comencé a nombrar a todos los que conozco tanto en el teatro como fuera de él, a contarles los papeles que interpreto e incluso a declamar partes escogidas. Los bombardeé con información, hasta que entendieron. Después me dieron agua. Me la tomé y la devolví de inmediato. Las arcadas no terminaban nunca”, recuerda Abrajimov.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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