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› CHIRAC AVENTAJA A JOSPIN PARA LAS PRESIDENCIALES DE ABRIL
La izquierda hace y la derecha gana
La campaña electoral francesa es escenario de una paradoja: Lionel Jospin, el premier socialista, fue exitoso en su agenda social, pero es el presidente conservador Jacques Chirac quien recoge los beneficios.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Bajo una foto de perfil del presidente conservador Jacques Chirac una leyenda dice: “Cambiar la vida sin cambiar de ideas”. Junto a él, el afiche publicitario de la radio BFM muestra una foto del primer ministro socialista Lionel Jospin, serio, con el rostro enjuto, casi enojado a fuerza de concentración. La leyenda que acompaña la imagen del jefe del gobierno francés dice: “El porvenir le sonríe”.
Cuando faltan menos de tres meses para la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, nada define mejor la situación preelectoral de ese ya polémico afiche: un presidente de derecha que llegó al poder en 1995 y lo perdió en el ‘97 frente a quien será, sin dudas, su rival el próximo 21 de abril. Un premier que lleva gobernando cinco años sin ninguna sonrisa pero que ha transformado al país con un trabajo legislativo profundo y de largo alcance. Al cabo de cinco años de una cohabitación amable y sin tropiezos, las dos cabezas del Estado francés se aprestan a protagonizar la disputa a “vida o muerte” por el supremo poder presidencial. Ni Chirac ni Jospin declararon aún oficialmente sus candidaturas pero ambos tienen a sus equipos trabajando, preparando un enfrentamiento que ya empezó a través de los “gabinetes negros” que operan desde las sombras.
Revelaciones estrepitosas, denuncias de corrupción, zancadillas del Consejo Constitucional controlado por la derecha, reaparición de personajes turbios que empañan el entorno de Chirac, huelgas corporativistas, hombres de segunda mano encargados de disparar misiles de prueba, críticas veladas, insinuaciones perniciosas: no falta ningún ingrediente de esos que hacen de las campanas encubiertas el espectáculo público que precede las grandes batallas. A Jospin y a Chirac les quedan menos de 100 días para ganar una contienda que, por el momento de manera paradójica, parece girar a favor del presidente francés. Chirac ha sido en estos cinco años de cohabitación una sonrisa permanente: sin poder real, reducido a un papel de figurante, el mandatario francés supo capitalizar su simpatía personal frente a la sequedad legendaria de Jospin. Contrariamente a él, Jospin es el hombre expuesto, el dirigente de las 35 horas semanales, el primer ministro que hizo bajar el desempleo, que desactivó muchas de las bombas sociales que la derecha había dejado en el terreno durante sus años de gobierno (del ‘95 al ‘97). Trabajador empedernido pero demasiado dogmático y serio a los ojos de la prensa y la opinión pública, Jospin se encuentra en la encrucijada de ser el hombre que siembra para que Chirac recoja los frutos. Según las últimas encuestas de opinión, el presidente lleva una ventaja de cinco puntos en la primera vuelta y le ganaría a Jospin por unos cuatro puntos de diferencia en la segunda vuelta de las presidenciales. Hasta los atentados del 11 de septiembre, era Jospin quien superaba a Chirac pero los ataques de Nueva York Y Washington proyectaron al presidente a la escena internacional como el representante del “estado” francés y eso parece haber “regenerado” su imagen pasiva.
Chirac tiene previsto declarar su postulación a la presidencia de la República lo más tarde posible mientras que Jospin se fijó finales de febrero como plazo máximo para transformar “lo probable” en candidatura oficial. Por lo menos una media docena de libros recién publicados narran desde el interior estos cinco años de cohabitación y algunos detalles previos a la elección presidencial de 1995. Varias de estas obras permiten entender mejor la mecánica política que permitió que Francia viviera medianamente en paz durante cinco años pese a que los dos hombres que la gobiernan pertenecen a campos distintos. Una de las revelaciones mássabrosas atañe al debate televisivo entre Chirac y Jospin que tuvo lugar antes de la elección presidencial de 1995. Según narra su autor, pocos minutos antes de que comenzara el debate, Chirac pidió una entrevista “a solas” con su adversario, es decir, sin consejeros ni testigos. Una vez frente a frente, el presidente le dijo a Jospin: “No me ataque, no me saque trapos sucios”. El pacto tendía a evitar que Jospin, seguro de que no podría ganar la elección, provocara el debilitamiento de Chirac frente a los demás adversarios de la derecha, principalmente el primer ministro liberal Edouard Balladur, rey de los sondeos en ese momento de la historia. A cambio de ese silencio televisivo, Chirac, si ganaba la presidencia, le ofreció darle a Jospin el lugar de “jefe de la oposición”, Según relatan los testigos, cuando Jospin salió de esa entrevista le entregó a su consejero personal todas las fichas “sucias” que llevaba preparadas diciéndole: “Ahora no me van a hacer falta”. Esa anécdota explica en mucho el clima de odio palpable pero callado que envolvió estos años de coexistencia. A los libros escritos sobre Jacques Chirac tampoco le faltan anécdotas e incluso son más feroces que las que aparecieron sobre el mismo Jospin. En “El hombre que no se quería”, el periodista Eric Zemmour cuenta cómo en dos ocasiones el actual presidente francés se encontró secretamente con el líder de la extrema derecha francesa, Jean Marie Le Pen, para pedirle su “ayuda” de cara a la segunda vuelta de la elección presidencial de 1988 que opuso al hoy mandatario con el difunto socialista François Mitterrand, quien le ganó por un alto porcentaje. Le Pen relata que Chirac le dijo: “Ayúdeme, pero sobre todo no se pronuncie a favor mío”.
Por el momento, Francia vive al compás de las revelaciones y los golpes bajos más que al ritmo de los programas electorales. La derecha, totalmente desarticulada y dominada por Chirac, no ha avanzado aún sus líneas electorales. Los socialistas tampoco han definido aún cómo asimilarán las críticas más rotundas que caen sobre los años de gobierno de Jospin. Estas conciernen sobre todo a la gestión del estilo “socialismo liberal” que se les reprocha a los socialistas. Las corrientes internas del PS empujan a Jospin a salir del “social-liberalismo” mientras que los sectores más allegados al jefe de gobierno acotan que no existe ninguna “oposición caricatural entre una izquierda que sólo cree en el Estado y otra izquierda avergonzada y conquistada por los mercados”. El presidente francés parece hoy adoptar una línea muy semejante a la que siguió François Mitterrand en 1988. Es el “padre de la nación”, el garante del “respeto y la estabilidad constitucional”, el hombre que, pese a haberla acrecentado de manera dramática, sigue denunciando la “fractura social”. Los socialistas prometen una gran sorpresa, algo semejante a lo que ocurrió en el ‘95 cuando, al cabo de una campaña ejemplar y en contra de lo que se esperaba, Lionel Jospin quedó como primer candidato al término de la primera vuelta electoral.
No obstante, los socialistas tienen un problema del que la derecha carece. Chirac no tiene ningún personaje o candidato de su campo que le pueda hacer sombra ni sacarle votos suficientes como para imponerle una negociación posterior. Jospin, en cambio, sí está amenazado por el imprevisible ex ministro de Defensa y de Interior Jean Pierre Chévénement. Candidato a la elección presidencial, Chévénement cuenta con más del 10 por ciento de intenciones de voto y las características de su discurso tornan borroso el destino final de esos votos frente a una segunda vuelta. Socialista declarado y miembro del PS, animador y creador del partido MDC, Movimiento de los ciudadanos, Chévénement asume una postura “republicana” cuyas tesis lo aparentan a menudo con la derecha más ruda de Francia. El dilema consiste en saber hacia dónde irán esos votos que la derecha y la izquierda se disputan con igual necesidad. A su vez, Jospin cuenta con una carta que Chirac no tiene en su mazo: la derecha duda de él, de suscapacidades para convencer a la opinión pública, de su estrategia y de su programa. Jospin, en cambio, reina en el jardín socialista como líder indiscutido. El hombre que sonríe y no gobierna y el hombre serio que actúa viven los días finales de una cohabitación pactada que llega hoy a sus últimos momentos de consenso.
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