EL MUNDO › OPINION
› Por Atilio A. Boron
En el día de ayer el Comité por la Defensa de los Derechos Humanos de Honduras (Codeh) hizo público un informe en el que responsabiliza al presidente de facto de ese país y líder de los golpistas, Roberto Micheletti, por las más de 101 muertes extralegales y sumarias perpetradas desde el 28 de junio hasta la fecha. La Codeh fue creada el 11 de mayo de 1981 por un grupo de ciudadanos hondureños preocupados por las graves violaciones a los derechos humanos que se estaban produciendo en ese país cuando el gobierno de Ronald Reagan decidió que Honduras sería la plataforma de operaciones desde la cual la Casa Blanca lanzaría su ofensiva en contra de la Revolución Sandinista, que acababa de triunfar en Nicaragua, y del Frente Farabundo Martí, que en El Salvador estaba progresivamente dirimiendo a su favor la lucha en contra del ejército salvadoreño y sus “asesores” estadounidenses. Como se recordará, Reagan dispuso que al frente de ese operativo estuviera John Negroponte, un hombre carente de escrúpulos morales y que no vaciló en organizar escuadrones de la muerte e involucrarse en el tráfico de armas y drogas de la Operación Irán-Contras dirigida por el Coronel Oliver North. La dura lucha de la Codeh y su intransigente defensa de los derechos humanos hizo que recién en noviembre de 1994 el gobierno de Honduras le otorgara un status jurídico legal.
Esta institución, que cuenta con numerosos hombres y mujeres que pagaron con su vida su devoción por la causa de los derechos humanos, acusa a los golpistas hondureños de producir un nuevo holocausto. Esta masacre silenciosa, de la que apenas unos muy pocos casos quedaron registrados en los medios debido a la casi total censura de prensa y al sistemático bloqueo de toda información relativa a esos hechos, tuvo lugar, según la Codeh, en el marco de los sucesivos “toques de queda” decretados por los usurpadores. Sus víctimas incluyen a menores y mujeres, y estos asesinatos tuvieron lugar principalmente durante las horas en que la policía y las fuerzas armadas ejercían un control absoluto de las calles y plazas de Honduras.
Más allá de cualquier polémica sobre la cifra exacta de personas que murieron en este triste período, lo cierto es que, de la mano de Micheletti y sus cómplices y mentores, la violencia y la muerte se han enseñoreado de ese país. Y lo cierto también es que esta brutal escalada prosigue su curso con la total complicidad del presidente Barack Obama, cuya defensa de los derechos humanos, la legalidad, la democracia, la libertad y otros valores consagrados por la lucha de los pueblos ha demostrado ser, como lo preveíamos, una retórica dirigida a engañar a los incautos y nada más. Días atrás el presidente Hugo Chávez preguntaba, ante la Asamblea General de la ONU, cuál era el verdadero Obama: si el que decía frases bonitas o el que convalidaba el golpe de Estado en Honduras (al que tercamente se rehúsa a llamar por su nombre), mantenía el bloqueo a Cuba y la injusta e ilegal prisión de “los 5”, y sembraba bases militares por toda América latina en nombre de la libertad. Lamentablemente, la respuesta salta a la vista y exime de mayores argumentaciones.
Los gorilas hondureños no dejaron derecho alguno sin violar: asesinatos, torturas, secuestros, represión a manifestantes pacíficos e indefensos, desprecio por el marco jurídico nacional y la legalidad internacional, ataque a la embajada de Brasil, censura de prensa; en fin, la lista sería interminable. Queda en pie la pregunta: ¿cuántas muertes más necesitará la Casa Blanca para abandonar su incalificable complicidad con un régimen que retrotrae a nuestra región a lo peor del siglo pasado? ¿Cuántas necesitará Obama para darse cuenta de que cada una de ellas es también un golpe más a su ya menguada credibilidad? ¿No será que Honduras está prefigurando el futuro terrible de América latina y el Caribe, y Obama no es otra cosa que un sonriente y simpático relacionista público pero que no por eso deja de ser una pieza más en el infernal engranaje del “pentagonismo”, como lo denominara Juan Bosch?
Para concluir: no es que ahora los antiimperialistas le piden a Washington que intervenga, como sofísticamente argumentara días pasados. Ya está interviniendo, y mucho. Y lo está haciendo para perpetuar un régimen violatorio de los derechos humanos, no para promoverlos. El silencio de Obama ante tantos crímenes nada tiene que ver con la prescindencia o el no intervencionismo; callar también es una forma –taimada, a menudo artera y cobarde– de intervenir. Lo que se le pide es que, de una vez por todas, Estados Unidos deje de hacerlo y se abstenga de respaldar a los golpistas. Del resto se encargará el pueblo hondureño, que ha dado muestras de su capacidad y valentía para sacarse de encima a Micheletti sin necesidad de ayuda alguna de la Casa Blanca.
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