Vie 28.05.2010

EL MUNDO  › ENTREVISTA CON EL ECONOMISTA FRANCES DOMINIQUE PLIHON, DE ATTACT

“Los pobres tuvieron que endeudarse”

Dice que detrás de la crisis están la dominación de las finanzas y la especulación por encima de los Estados, la pérdida del poder político frente al financiero, la degradación consiguiente de la democracia, los déficit y la pobreza.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

Dominique Plihon vio el desastre antes de tiempo. Este economista francés, presidente del comité científico de Attact y especialista de los sistemas financieros, sintetizó en un libro de anticipación económica la catástrofe que capturó a la economía mundial y que derivó en las dos crisis del siglo XXI: la de 2008 y la de 2009/2010, con su epicentro en Europa. Su libro El nuevo capitalismo ofreció hace casi diez años un retrato sintético de las transformaciones que estaban en curso en el seno del capitalismo, al tiempo que esbozó el rumbo que esas transformaciones le harían tomar: la dominación de las finanzas y la especulación por encima de los Estados, la pérdida del poder político frente al financiero, la degradación consiguiente de la democracia, el aumento de los déficit, la deuda y la pobreza. Reeditado el año pasado y reactualizado con nuevos análisis, el libro de Dominique Plihon sigue siendo una biblia pertinente y detallada sobre los estragos de un sistema financiero donde impera la impunidad y el apetito de dominación. Las finanzas terminaron fagocitando todos los campos: el conocimiento, el político, el social.

Las mutaciones tecnológicas –las nuevas tecnologías– y la globalización financiera son los dos signos concretos de las nuevas formas de dominación del capitalismo. Sin embargo, la crisis profunda que lo afecta vino a romper el consenso con el que esa forma del capitalismo había crecido hasta ahora. Este especialista en economía financiera, profesor en la Universidad de París XII y autor de varios libros sobre los mecanismos y los operadores del capitalismo, analiza en este entrevista con Página/12 la fractura del sistema y la necesidad de regularlo. Dominique Plihon, que estuvo en la Argentina durante la crisis de 2001, ve en la respuesta que la sociedad argentina dio a esa crisis formas originales que pueden servir para la crisis global de hoy.

–¿Cómo poner término a esta hecatombe del sistema financiero, que es a su vez un síntoma de su locura?

–Estamos en presencia de una crisis global del capitalismo. El principal detonante de esta crisis radica en el hecho de que el régimen de crecimiento que se instauró con la globalización está en crisis. Hoy estamos en la parte financiera de la crisis, estamos viviendo una crisis de la deuda, una crisis de la deuda privada de las empresas y de la gente, y una crisis de la deuda pública, de los Estados. En Estados Unidos, o en países de Europa como España, Italia, Francia, Grecia o Gran Bretaña, esta crisis se explica por el estancamiento del poder adquisitivo dentro del nuevo reparto de las riquezas. La gente más pobre tuvo que endeudarse masivamente para seguir viviendo. Y, a través de una serie de mecanismos complejos, la crisis financiera se extendió por la ausencia de control. Las autoridades no hicieron lo suficiente para regular las finanzas y ello derivó en una crisis profunda de las finanzas, de los bancos y de los actores financieros. El aumento brutal de la deuda pública se explica en gran parte por el hecho de que los gobiernos tuvieron que sustituirse a los actores privados para asumir sus deudas. La crisis de la deuda obliga a los gobiernos a llevar a cabo políticas duras, en particular en Europa, donde tenemos una crisis muy peligrosa y muy profunda. El gran error que están cometiendo hoy los gobiernos europeos consiste en llevar a cabo de manera conjunta y sin coordinación políticas presupuestarias y fiscales muy restrictivas. Esto conducirá a Europa a la deflación y, por consiguiente, a la agravación de los desequilibrios. Habrá que contar por lo menos con 10 años de crisis. La crisis es tanto más profunda cuanto que el capitalismo es víctima de sus contradicciones internas. El capitalismo no puede seguir funcionando así, se ha vuelto insostenible. Es preciso encontrar nuevas formas de regulación que necesitarán tiempo.

–Usted describe un capitalismo agotado. No obstante, hay hoy una característica inaudita: el capitalismo inauguró la era del crimen sin castigo. Los grandes responsables de la crisis están libres, con ganancias alucinantes. En suma, los operadores de la ruptura gozan de más privilegios que antes.

–Efectivamente. Por eso también estamos atravesando una crisis de la política, una crisis de la democracia. Hoy quienes deciden y toman las decisiones son los grandes actores financieros, los lobbies financieros. Los grandes bancos, los grandes actores, detentan un poder tal, tienen una potencia financiera y política de tales dimensiones que impiden que los gobiernos lleven a cabo auténticas reformas. Los gobiernos están capturados por los lobbies financieros. Esto es válido en los Estados Unidos, en Europa, en la Argentina o en Japón.

–Paralelamente a esta realidad, la gestión de la crisis por parte del poder político es totalmente oral, es decir, televisiva. Grandes declaraciones, megacumbres como las del G-20, pero, en realidad, ninguna medida se llega a plasmar contra esos lobbies financieros. ¿Cómo regular entonces en un sistema semejante?

–Hay que desarmar los mercados, es decir, recuperar el poder que está en manos de las finanzas para dar vuelta la corriente. La economía y la sociedad están hoy al servicio de las finanzas y del capitalismo financiero. Es preciso que ocurra todo lo contrario: las finanzas deben estar al servicio de los ciudadanos y de la sociedad. Debemos establecer nuevas formas de control del sistema financiero. Controlar quiere decir varias cosas: en primer lugar, tomar el control de la gestión de los bancos, de las decisiones. Para ello es preciso socializar el sistema bancario y prohibir que determinados actores realicen determinadas operaciones. Por ejemplo, habría que prohibir los hedge funds, suprimir los paraísos fiscales e implementar nuevos instrumentos, como la idea de aplicar tasas globales sobre las transacciones financieras. Ello permitiría luchar contra la especulación y, al mismo tiempo, recabar recursos para llevar a la práctica nuevas políticas.

–¿Cómo realizar un proyecto semejante cuando sabemos que, por ejemplo, la primera plaza financiera mundial offshore no son las Islas Caimán sino Londres, o sea, el corazón del sistema financiero internacional? En Londres se gestiona el 70 por ciento de los fondos especulativos europeos.

–Es un verdadero problema. Como los gobiernos están capturados por los medios financieros, es preciso pactar una alianza. Hace falta instaurar una nueva relación de fuerzas mediante una alianza entre los movimientos sociales, la sociedad civil, las organizaciones sindicales, las organizaciones de defensa de los consumidores y ciertas fuerzas políticas de izquierda que están dispuestas a luchar y cortar ese sistema. No habrá cambios si no se instaura una mínima relación de fuerzas políticas. Y esto debe hacerse a nivel internacional. Hay que coordinar los movimientos sociales de los distintos continentes. Ese es el único medio para obligar a los gobiernos y a los medios financieros a que cambien. De lo contrario todo seguirá igual.

–Usted se opone a la idea de-sarrollada por Toni Negri según la cual la economía inmaterial, es decir, Internet y todos sus derivados, puede convertirse en un aliado de ese contrapoder social internacional que usted describe.

–Tengo una postura crítica ante la tesis de Toni Negri. El cree que gracias a las nuevas tecnologías vamos a crear un nuevo mundo y salir del capitalismo. No creo en ello. Yo digo en mi libro que las nuevas tecnologías permiten nuevas formas de organización, empezando por la comunicación a través de la red, de todos los actores de la mundialización. Puede entonces ser utilizada como un medio de hacer circular la información y de organizarse para ganar nuevos espacios democráticos de debate, y coordinar las acciones contra esos adversarios que son los actores financieros, los políticos y los gobiernos aliados con esos actores. Ahí hay una posibilidad, pero no es suficiente.

–Con todo, ¿acaso podemos esperar que esa crisis abra nuevos métodos de acción?

–Sí. La crisis puede ser una oportunidad, una ocasión de dar vuelta la relación de fuerzas. La opinión pública, los gobiernos, son muy críticos ante el mundo de las finanzas. La gente está dispuesta a apoyar medidas radicales y es preciso articular una nueva forma de organización a fin de hacer el lazo entre las opiniones públicas. Ese es el trabajo que tenemos por delante, pero es una tarea difícil porque debe llevarse a cabo a nivel internacional, en el marco de la globalización. Esa es el único camino para salir de esto.

–Usted estuvo en la Argentina en el momento de la crisis de 2001. Sé que encontró, en la manera en que la sociedad argentina enfrentó esa crisis, respuestas adecuadas para la hecatombe actual. ¿Cuáles son?

–Entre las muchas cosas que vi en la Argentina en esa época hay dos que me parecen interesantes. La primera es el control de las empresas por parte de los asalariados: el hecho de que los empleados e incluso los habitantes de los barrios fueron capaces de asumirse para intentar reorganizar la producción y el funcionamiento de los barrios. Esos embriones de autogestión y de control popular son importantes y están llamados a desarrollarse en períodos de crisis. Lo segundo que encontré interesante atañe a la moneda. Me resultaron muy importantes las nuevas formas de organización monetaria, las monedas paralelas, que se pusieron en circulación para reemplazar la moneda nacional, que atravesaba por un momento de gran dificultad, con un sistema bancario que se había hundido. La experiencia argentina fue interesante por lo que ocurrió con la moneda y con las monedas como forma de organización social alternativa. Esa experiencia puede contribuir a reactivar lo que en Francia se llama la relocalización. Para luchar contra la globalización hay que relocalizar la actividad, hay que recrear la democracia a nivel local y regenerar la vida.

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