Dom 29.12.2002

EL MUNDO  › VIDA Y MILAGROS DEL HOMBRE DEL AÑO

Lula hermano presidente

El 1ª de enero, después de un año que vio el triunfo del coronel progresista Lucio Gutiérrez en Ecuador y del líder cocalero de izquierda Evo Morales en Bolivia, ocurrirá el reemplazo más importante de todos, con el histórico ascenso del ex líder sindical metalúrgico Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia del Brasil. En estas páginas, un periodista recrea junto a la familia de Lula la extraordinaria historia de vida, hambre, explotación, represión, tragedia personal y surgimiento político detrás del “hermano presidente”, y Valter Pomar, vicepresidente del PT, dialoga con Página/12 sobre lo que se viene.

Por Francesc Relea *
desde San Bernardo do Campo, Brasil

Es una mañana soleada de domingo en San Bernardo do Campo, una de las localidades más populosas del cinturón industrial de San Pablo. Aquí tienen fábrica conocidas marcas de coches en las que se formó como sindicalista Luiz Inácio Lula da Silva, que el 1º de enero será investido presidente de Brasil. Los días festivos, muchas familias acuden a comer churrasco en los restaurantes de salas inmensas situados a pie de carretera. Hemos convocado a los Silva a un almuerzo, y la familia del presidente ha respondido en pleno. Hermanos, primos, sobrinos, tíos y amigos van llegando para compartir mesa y mantel en una reunión tan multitudinaria como inusual. Aparentemente, nada ha cambiado en la vida de esta familia, originaria de uno de los Estados más pobres del noreste brasileño, Pernambuco. Bueno, una cosa sí. La silla reservada a Lula está vacía. Su hermana María lo ha estado llamando por teléfono hasta el último minuto y ha hablado con él antes de salir de casa. “Estoy segura de que le encantaría estar aquí. Quizá venga a tomar café, pero tiene la casa llena de asesores porque esta noche vuela a la Argentina”.
Sus seis hermanos confían en él y en su capacidad para reducir las tremendas injusticias de su país. “No quiero nada para mí porque, gracias a Dios, no lo necesito –dice María–, sino para el pueblo brasileño, que vive en la miseria”. Marinete desea que “haga algo por Brasil”. “Sé que yo no voy a tener nada más. Ya he casado a mis cuatro hijos. Claro que si nos ayuda un poco no será malo”. Frei Chico asegura que “Lula no acostumbra a pedir favores para los parientes, ni para nadie, porque está convencido de que las cosas deben conseguirse de otra manera”. Jaime, el hermano mayor, cree que “Lula va a hacer un buen gobierno”, aunque tiene claro que no por ello él dejará de trabajar.
Los Silva son numerosos en Pernambuco. Hijos, nietos y biznietos se cuentan por decenas en todo el Estado, desde el que se diseminaron por otras zonas del país, como San Pablo. Luiz Inácio, o Lula, es el séptimo de los ocho hijos que nacieron del matrimonio de Eurípides Ferreira de Melo, más conocida como doña Lindu, con Aristides Inácio da Silva. El padre tuvo 10 hijos más de otra mujer, y la madre perdió cuatro hijos además del primogénito, José Inácio, o Zé Cuia, que falleció del mal de Chagas. Los siete hermanos con vida son: Jaime, de 65 años; Marinete, de 64; Genival, o Vavá, de 63; José, o Frei Chico, de 60; María, de 59; Lula, de 57, y Tiana, o Ruth, de 52 años.
La historia de los Silva es el vivo retrato de una familia pobre brasileña que ha padecido las mayores lacras sociales del país: marginación, abandono, desempleo, inseguridad, violencia. Lula y sus hermanos, nacidos todos en casa con ayuda de la comadrona, desarrollaron por necesidad el instinto de supervivencia. Cuando Lula explica que pasó hambre en una infancia y adolescencia míseras, que no tuvo acceso a una educación decente y que a los siete años tuvo su primer trabajo de vendedor ambulante y aprendió a leer y escribir, no hace retórica; ni cuando recuerda con amargura la figura de su padre analfabeto, que abandonó a la madre y murió como un indigente; ni cuando se estremece al hablar de la muerte de su primera esposa y el bebé en la sala de partos, de los meses que estuvo desempleado o del accidente de trabajo que acabó con un dedo de su mano izquierda.
El hijo del Brasil
Lula representa a la perfección el mosaico de sufrimientos de las clases populares de Brasil. Es uno más, un hombre del perfil de millones de brasileños que está a punto de sentarse en el sillón presidencial. Con una diferencia: “Tiene una inteligencia fuera de lo común”, apunta su biógrafa Denise Paraná. La autor de O filho do Brasil destaca el hecho de que Lula “se ha mantenido 25 años en el centro de los acontecimientos políticos deBrasil. Sin tener doctorado ni título universitario alguno. Es más grande que su partido, como lo demostró el resultado de las elecciones”.
En la primera foto de Lula a los tres años, junto a su hermana María, el fotógrafo prestó la ropa y los zapatos. Las criaturas apenas sabían lo que era el calzado. El padre partió hacia San Pablo con su hijo Jaime en busca de mejor vida, y con otra compañera; mientras, en Pernambuco, doña Lindu peleaba para sacar adelante a los siete hijos restantes. Frei Chico recuerda que don Aristides no era una referencia para los hijos. “No fue un padre para nosotros”. Lula le conoció a los cinco años, porque, cuando nació, su padre ya se había marchado del Noreste.
La madre es otra historia completamente distinta. Fue la persona que afrontó la situación, aceptó el desafío: tomó a sus hijos y, cinco años después de la partida del padre, emprendió viaje hacia San Pablo sola con la prole. “Mi madre consiguió, en un momento de miseria muy grande, criar cinco hijos, que se transformaron en hombres pobres, pero honrados, y tres mujeres que no tuvieron que prostituirse”, dice Lula con orgullo en la biografía.
La aventura duró 13 días. A bordo de un camión vetusto con una tabla de madera atravesada en la carrocería, unas 40 personas apiñadas como sardinas en lata recorrieron los 2500 kilómetros que separan el mísero Estado de Pernambuco del pujante San Pablo. Doña Lindu hizo el viaje con seis de sus hijos, dos hermanos y un sobrino. “Nunca olvidaré aquel viaje, que me marcó para toda la vida”, relata María, que tenía nueve años cuando participó en la odisea. “Llegamos a la ciudad de Vasouras, en el Estado de Río de Janeiro. Bajamos del camión después de nueve días y nos echamos todos en la calzada. Luego, de madrugada, nos despertamos con una lluvia torrencial”.
Abundan los ejemplos de la pobreza en que transcurrió la infancia del presidente electo de Brasil. En San Pablo hubo largos meses en que tenía un solo pantalón, con el que iba a la escuela de lunes a viernes, y el sábado, la madre lo lavaba. La primera vez que subió a un coche fue el taxi que trasladó a la familia desde San Pablo hasta Santos, donde se reunió con el padre. Era un Chevrolet de principios de los cincuenta. A los nueve años recibió el primer regalo de su vida. El Ayuntamiento distribuyó por Navidad juguetes para los niños más pobres, y a Lula le tocó un cochecito de cuerda. Los fines de semana empezó a trabajar como limpiabotas. La casa en la que vivían no tenía luz (“empleábamos quinqués de querosene”, dice Jaime) ni agua corriente (“íbamos a una fuente que estaba en el puerto”).
La madre no sabía leer, pero nunca se perdió en una ciudad gigantesca como San Pablo. Iba sola a todas partes y no era de las que preguntaba. María fue a la escuela en San Pablo durante cuatro años. Cuando llegaba a casa a mediodía, comía lo que había y se iba a trabajar a la casa de una familia, como empleada doméstica, hasta las cinco de la tarde. Trabajó de los 9 a los 15 años. Marinete también se puso a trabajar cuando llegó del Norte, en una escuela, hasta que se casó a los 18 años. Tiana empezó a los 14 años en una empresa, donde conoció a su futuro marido. Llevaba 29 años casada sin trabajar, y desde hace dos años tiene un empleo, en un colegio municipal, como agente escolar. “Por necesidad”, porque su marido se quedó sin trabajo y sus hijos no encuentran empleo. Jaime fue carpintero parte de su vida. Hasta que se jubiló. En 1993 volvió a trabajar, como metalúrgico, hasta hoy.
Frei Chico comenzó a los 13 años. Después de pasar por varias empresas del cinturón industrial de San Pablo inició la militancia en el sindicato. A los 22 años ya era un dirigente. Le despidieron, estuvo un tiempo sin empleo y acabó en la empresa Villares, donde trabajaba Lula, en San Bernardo do Campo. “Estaba en todas las asambleas, participaba en seminarios, y a Lula no le gustaba eso. Era de aquellas personas, como el 99% de los brasileños, que decían que los sindicatos no valen nada, que no pelean y que perdíamos el tiempo”. “Yo le invitaba a participar”, recuerdaFrei Chico, “y él me decía: `No, no voy. No seas tonto, sal con chicas, vete a jugar al voleibol’”.
Lula cambió de opinión después de la detención de su hermano, que militaba en el Partido Comunista y que fue torturado en las mazmorras de la DOPS (policía política de la dictadura). Frei Chico logró que su hermano se afiliara al sindicato de metalúrgicos, pero fracasó en su segundo objetivo de introducirle en el Partido Comunista. “Para nuestra suerte hoy”, recuerda, “Lula no aceptó ninguna propuesta de entrar en un grupo político; no se metió en política porque no le gustaba, creía que estaban todos locos”. “Sólo se implicó en política a medida que se dio cuenta de que las reivindicaciones laborales no bastaban porque tropezaban con el poder judicial y el poder ejecutivo. Fue cuando fundó el Partido de los Trabajadores (PT). Tuvo que vivir esa experiencia para darse cuenta de que el trabajo del sindicato terminaba allí. Fue un proceso de aprendizaje”.
La tragedia
Un mes después de ingresar en el sindicato, Lula se casó, el 25 de mayo de 1969, con María Lourdes, una morena del interior de San Pablo de la que se enamoró apasionadamente. El primer embarazo de María Lourdes, en 1971, concluyó dramáticamente con uno de los golpes más duros recibidos por Lula. Al séptimo mes, Lourdes contrajo hepatitis. Los médicos no diagnosticaron a tiempo la enfermedad.
Jacinto Ribeiro dos Santos, Lambari, hermano de Lourdes y amigo de la infancia de Lula, recuerda aquellos momentos: “Estábamos sentados Lula y yo, esperando. Llegó el médico, nos saludó y se produjo el siguiente diálogo con Lula:
–Tiene que ser fuerte. Su hijo ha nacido muerto.
–Bueno, pero eso ya lo sabía, he ido a buscar la ropita para enterrar el bebé.
–Sí, pero usted tiene que ser todavía más fuerte, porque su mujer también ha muerto.
Lula tuvo un fuerte mareo, empezó a dar vueltas y a sentir náuseas”.
Lambari vio por última vez a su hermana dos días antes de que la ingresaran. Una de las enfermeras estaba profundamente enojada con los médicos y contó lo ocurrido: “Esa chiquilla ha estado toda la noche en el pasillo vomitando trozos de hígado, llamando a Lula y a su madre, y nadie les llamó, nadie les dijo nada”.
“Lo que pasó allí es lo que ocurre todos los días en Brasil. Hubo negligencia médica. Sucedió hace 31 años y sigue pasando hoy, todos los días, a todas horas y en todos los hospitales”, dice amargamente Tiana. Lula pasó más de tres años deprimido y se refugió en el sindicato. Cuando empezó a recuperarse inició una etapa en la que se enamoraba cada día. Así fue como conoció a Miriam Cordero, una enfermera a la que dejó embarazada, y que coincidió con el verdadero flechazo por Marisa Leticia da Silva, su esposa actual. La situación era complicada.
Cuenta Lambari que un día le dijo Lula:
–Tengo un problema serio.
–¿Qué pasó?
–Es muy confidencial... Esa Miriam... Está embarazada.
–¿Y ahora?
–Se lo voy a decir a Marisa.
–No tienen otra opción.
Lambari, buen amigo y confidente, conocía la historia de Lula con Miriam y sabía que estaba a punto de casarse con Marisa. “Le contó la verdad, y Marisa lo aceptó bien”. Nació una niña, a la que el médico llamó Lurian (combinación de los nombres del padre y de la madre), y dos meses después, Lula se casó con Marisa. Pero la historia con Miriam no quedó en el olvido de la afectada, que años más tarde acabó vengándose.
Noticia de un arresto
El encuentro entre Lula y Marisa se produjo por azar en la sede del sindicato. Los abuelos de ella, emigrantes italianos, se conocieron en el barco. Marisa empezó a trabajar a los nueve años y se casó por primera vez a los 19 con un metalúrgico que trabajaba de taxista en sus horas libres. Estaba embarazada de seis meses cuando su marido fue asesinado en el taxi por un asaltante. “No pensaba volver a casarme nunca más”, cuenta Marisa en la nueva edición de la biografía de Lula, a punto de publicarse. “A los tres años y medio conocí a Lula. El era viudo, yo viuda. Siempre dice que se apasionó de mí a primera vista. Yo no”.
Tuvieron tres hijos –Fabio, Sandro y Luis Claudio–, además de Marcos, que nació en el primer matrimonio de Marisa. De los años negros de la dictadura militar, ella recuerda con particular emoción la noche que Lula fue detenido. “Estábamos durmiendo, y de madrugada golpearon la puerta. Había un montón de policías armados con metralletas. Quedé petrificada. Frei Beto, que estaba en casa, abrió la puerta y preguntó: ¿quién es? “El señor Luiz Inácio, ¡por favor!”, respondieron. Dijeron que tenían que llevarse a Lula porque había una orden de detención. Hablé con él, se sentó en la cama y me pidió un café. Se vistió tranquilamente. Yo estaba muy nerviosa. Pensaba en los niños, estaba aterrorizada. No sabíamos adónde le iban a llevar. Subió al coche y desapareció”. Estaba en la cárcel el día que falleció su madre. Cuenta Lambari que Lula pudo asistir al entierro, vigilado por dos policías, “muy delgado y amarillo, porque llevaba días en huelga de hambre”.
La trampa de Collor
En las elecciones de 1989, Lula compitió por primera vez por la presidencia de la República. Su rival era el gobernador del Estado de Alagoas, Fernando Collor de Mello, a quien respaldaban sectores políticos y económicos poderosos. Lurian Silva, la hija de Lula y Miriam Cordero, tenía 15 años. Un periodista le advirtió que estuviera atenta al Jornal do Brasil porque el día siguiente iba a publicar una noticia bajo el título: “La hija que Lula escondía”. Era la última semana de la campaña electoral y los asesores de Collor no perdieron la ocasión. A cambio de una buena manutención y de un apartamento, llevaron a la madre de la niña ante las cámaras de televisión, en el programa de propaganda electoral del 12 de diciembre. Fue una auténtica bomba.
“Nadie esperaba que mi madre pudiera hablar de aquel modo. Dijo que mi padre hizo todo lo posible para que abortara, que nunca la ayudó, que nunca se preocupó del bebé y que fue abandonada. Mi abuela, la madre de mi madre, negó todo”, dice Lurian, que hoy trabaja en la oficina de prensa del PT en Blumenau, una ciudad fundada por alemanes en el Estado de Santa Catarina. Cuando vio y escuchó las acusaciones de su madre, Lurian quería ir a la televisión para rebatirlas. “Mi padre no quería exponerme, porque además la ley electoral prohibía la utilización de menores de 16 años en los mensajes de campaña”. Finalmente, el candidato del PT compareció en televisión junto con Lurian, que no dijo una palabra, para anunciar que aquélla era su hija, que estaba siendo usada por sus adversarios políticos, que nunca la escondió, que fue fruto de un momento de amor y que no la abandonó jamás.
Las reacciones no se hicieron esperar. Miriam tuvo que ser protegida para evitar reacciones furiosas de muchos ciudadanos, que interpretaron su gesto como el golpe más bajo que Collor podía propinar a Lula. Miriam Cordero se convirtió en el centro de la mayor polémica de la campaña y echó por tierra las aspiraciones presidenciales de Lula, que a escasos días de las elecciones estaba prácticamente empatado con Collor en las encuestas.
Lurian había pasado la mayor parte de su vida con su abuela materna, y conoció a su padre a los cuatro años, cuando fue llevada, a escondidas de la madre, al sindicato de metalúrgicos. Probablemente lo descubrió tarde,pero Lurian es hoy una lulista ferviente. Le defiende a capa y espada, “como político, como ser humano y como padre”. Y en un arranque de sinceridad confiesa que el pasado 24 de octubre “Brasil ganó un presidente y yo he quedado huérfana”. Admira de él “su vida y su trayectoria”, lo define como su punto de equilibrio y de desequilibrio. “Le necesito para tomar cualquier decisión en mi vida. Cuando quiero hacerle una consulta y no consigo hablar con él, me desequilibrio y me entra una gran ansiedad”.
La familia desunida
“¡No!, ¡no!, ¡no!, responden al unísono los Silva sobre la posibilidad de trasladarse a vivir a la capital, Brasilia, para estar cerca del hermano presidente. La nueva situación empieza a provocar ansiedad en la familia. Las llamadas se suceden, y ellos no pueden hablar con Lula cuando quieren. Tiana no pudo entregarle personalmente la invitación para la boda de su hija. “Se la envié por correo. La gente cree que vas a llegar y decirle: ‘Eh, Lula, toma esto que me han dado’, y no es así”.
Son los mismos de siempre. Quieren seguir comiendo en familia los domingos y no están dispuestos a alterar sus costumbres sencillas. La verdad es que sienten muy lejano el mundo que se le viene encima a Lula. “A nosotros, como hermanos, no nos cambiará la vida. Yo no voy a ser la cocinera del Planalto (palacio presidencial). Voy a seguir en mi colegio. Pero ahora nuestra responsabilidad es mucho mayor, las exigencias también”, dice Tiana. María expresa un deseo: “Que quienes estén alrededor suyo, que no somos nosotros, le ayuden a gobernar. Si no consigue hacer todo, al menos que logre la mitad”. Jaime siente orgullo: “Salir de allí, del pueblo, y llegar adonde ha llegado es una gran alegría para todos. Pero no vamos a hacernos los chulos por eso. Yo, al menos, todavía me emociono”.

(De El País Semanal de Madrid, especial para Página/12)

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