EL MUNDO › ORGANIZAN UNA CUMBRE PARA REDINAMIZAR LA ACTIVIDAD NOCTURNA
Hace exactamente un año, 13 mil propietarios de bares, restaurantes y locales nocturnos firmaron la petición “La noche se muere en silencio”. Ahora sociólogos, policías y empresarios se juntaron para hacer algo al respecto.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
A lo largo de la Rue des Cinq Diamants, en el histórico barrio de la Butte Aux Cailles, la hora de la revuelta contra el silencio ha llegado. En la puerta del restaurante Chez Gladines, un cartel invita a los clientes a salvar este reducto típico de París donde aún es posible sumergirse en la noche auténtica sin que las boutiques de grandes marcas internacionales de moda o los bares para ricos urbanos dicten sus hábitos. La Butte aux Cailles, sin embargo, va perdiendo sus lunas, bombardeadas por las protestas de los vecinos y las querellas judiciales contra todo lo que produce ruido o perturba la noche de una ciudad envejecida, donde la tercera edad impone su autoridad sobre el barullo juvenil. Las noches bohemias de París son un relato histórico. La noche actual es un bostezo, el reflejo de lo que muchos califican como “una ciudad museo”.
“La Unión Soviética era más divertida”, dice un nochero parisino que prefiere saltar unos días a Londres, Berlín o Barcelona antes que permanecer en la capital francesa. Hace unas semanas, las autoridades municipales tomaron cartas en el asunto. A lo largo de dos días, la Municipalidad de París organizó una cumbre con sociólogos, policías y profesionales del mundo de la noche para pactar ideas y redinamizar una actividad festiva bajo la luna que se va muriendo con las quejas de los vecinos, el hostigamiento policial, los precios astronómicos y la desaparición del espíritu nocturno que anima otras capitales europeas.
París envejeció en sus hábitos y ahora son los poderes públicos los que deben mediar para sacar a la noche de las sábanas. “Hay que tomar en cuenta el conjunto de las demandas: la necesidad de tranquilidad, pero también la de fiesta”, dijo el intendente de París, el socialista Bertrand Delanoë. Hace exactamente un año, 13 mil propietarios de bares, restaurantes y locales nocturnos firmaron la petición “la noche se muere en silencio”, donde lamentaban el ocaso de la vida nocturna. Los problemas de 2009 siguen vigentes en 2010: 14 dólares una cerveza en un bolichón de mala muerte, rondas policiales constantes motivadas por las quejas de los vecinos que llaman a la policía porque, como no se puede fumar dentro de los locales, la gente fuma en la vereda. La ausencia de transportes públicos, de locales sin una verdadera propuesta festiva y cambio de las costumbres han ido acorralando la noche de la capital más visitada del mundo. Pero después de las 22 horas, mejor ir a otro país: París es un casi desierto, aburrido y carísimo, donde la espontaneidad no tiene cabida. Una de las medidas tomadas por la Municipalidad para reactivar la noche es una muestra del carácter absurdamente organizado de todo lo que tiene que ver con la fiesta: del 17 al 21 de noviembre, la Municipalidad propuso el programa “Noches Capitales”, en el cual participan 70 establecimientos que se comprometieron a bajar sus precios para atraer a la gente. Idea generosa, salvo que, si uno quería gozar del privilegio, debía, previamente, obtener un pase mediante una inscripción en Internet. Imposible apostar por la noche con la espontaneidad del azar.
“Muy complicado, espíritu de cementerio”, dice Jean Paul, un joven estudiante que, una vez cada dos meses, hace “un retiro espiritual festivo” a Londres o a Berlín. La vida de noche derivó en un conflicto legítimo entre quienes quieren divertirse y quienes quieren descansar. Sin lugar a dudas, con decenas de personas fumando en la vereda a las 12 de la noche, vivir en un primer o segundo piso es una tortura. El problema es que, la más de las veces, los vecinos llaman a la policía a las nueve. Esa es la misión de supervisión de la red Vivre Paris, para la cual “la calidad de vida de los habitantes de París no debe sacrificarse en provecho de intereses que no son de interés público”.
París vive bajo un orden estricto y cualquier pájaro que vuela fuera de los límites es una anomalía. El geógrafo Luc Gwiazdzinski explicó al vespertino Le Monde que “los conflictos entre la ciudad que duerme, la que se divierte y la que trabaja se van a multiplicar si no se lleva a cabo una verdadera reflexión para pensar la ciudad en su globalidad”. Los clientes, sin embargo, no faltan. El 45 por ciento de los parisienses trabaja después de las 8 de la noche y el 25 por ciento lo hace toda la noche. Pero los precios son prohibitivos: 7 dólares un concierto en Berlín contra 27 en París, 8 dólares un cóctel en Londres contra 25 en la capital francesa, 2, 5 dólares una cerveza en Barcelona contra 10 y 14 en París. La intervención de la policía se explica también porque la arquitectura de la fiesta cambió. Desaparecieron los lugares emblemáticos –Palace, Bains Douches– en beneficio de una multitud de locales nocturnos en los barrios. Las nuevas generaciones compraron los bares de antes, restauraron y conservaron su apariencia pero triplicaron los precios y los fumadores en la vereda, de allí los conflictos permanentes. El portal “cuando la noche se muere en silencio” (www. quandlanuitmeurtensilence.com) lanzó una cruzada contra los inspectores nocturnos y el ocaso de la noche. Eriac Dahan, un cronista de Libération que escribió una crónica durante casi diez años sobre la noche parisina (“Nuits Planches”), asegura que la “transformación de París en ciudad-museo es ineluctable”. Según Dahan, los cambios son más profundos que el mero humor de los vecinos. El periodista explicó que “el tiempo que la gente pasa en Facebook es tiempo que no se pasa en el bar. Las necesidades ya no se satisfacen en los lugares colectivos sino en fiestas privadas. El bar ha dejado de ser una escena social”.
Este análisis vale en el territorio de París porque en otras capitales europeas la noche sigue viva. París es una ciudad hipernormalizada, de una codificación extrema donde cualquier cosa que sale de la norma es visto como una amenaza. Hoy, los fiesteros de los años ’70, ’80 y parte de los ’90 irían todos presos. La intención misma de la Municipalidad, de querer “regular” la vida nocturna, es una muestra de esa normalización. Al final de la cumbre de nocheros que organizó la Municipalidad se decidieron algunas ideas para conciliar el sueno y el ruido. Son por demás estrambóticas. París contempla poner en circulación una banda de gente disfrazada de payasos llamados “agentes del silencio”. Los payasos recorrerán la ciudad en rollers a fin de advertir a quienes fuman en la vereda que hagan menos ruido.
“Mi noche triste.” El título del célebre tango le cae muy bien a la soporífera noche parisina.
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