Lunes, 28 de febrero de 2011 | Hoy
EL MUNDO › EL PRESIDENTE FRANCéS DEBIó REFORMAR SU GABINETE TRAS LA SALIDA DE MICHELLE ALLIOT-MARIE
La ministra Alliot-Marie, sus padres y su compañero Patrick Ollier estuvieron en Túnez en Navidad y viajaron dentro del país en un avión de un hombre cercano al dictador. Ella dijo ser víctima de un linchamiento de los medios.
Por Eduardo Febbro
Desde París
La ola de aspiraciones democráticas que arrincona desde principios de año las autocracias del sur del Mediterráneo (Túnez, Egipto) tuvo su primera víctima política en el Viejo Continente. La ministra francesa de Relaciones Exteriores, Michelle Alliot-Marie, presentó ayer su renuncia pocos meses después de haber asumido el cargo. Atrapada en una polifónica polémica en torno de sus relaciones con allegados del ex presidente tunecino Ben Alí, Michelle Alliot-Marie se vio obligada dimitir y con ello forzó la remodelación del gobierno de Nicolas Sarkozy. De manera solemne y poco usual, fue el presidente francés en persona quien, en una breve alocución televisiva, anunció los cambios en su gobierno.
La hoy ex ministra francesa cometió una serie inexplicable de torpezas. En primer lugar, en plena revuelta popular contra la dictadura tunecina, Michelle Alliot-Marie le ofreció a Ben Ali la cooperación policial de Francia. Luego del derrocamiento del dictador, el semanario satírico Le Canard Enchaîné reveló que la ministra, su compañero, Patrick Ollier –también ministro del gobierno– y los padres de la ministra habían viajado a Túnez durante las fiestas de Navidad y que se trasladaron dentro del país a bordo de un avión privado perteneciente a un empresario cercano al clan Ben Ali, Aziz Miled.
A partir de allí, la responsable francesa se fue hundiendo cada vez más con sus explicaciones. Primero dijo que viajó en el avión de Aziz Miled porque éste se lo había ofrecido luego de encontrarse con él por casualidad en el aeropuerto de Túnez. También explicó que había hecho un solo viaje. Sin embargo, unas semanas después, Le Canard Enchaîné aportó nuevas revelaciones. La ministra había hecho más de un viaje dentro de Túnez en el avión del empresario y además, su padre, Bernard Marie, aprovechó la ocasión para realizar inversiones en la empresa inmobiliaria de Aziz Miled. La estocada contra la responsable de la diplomacia francesa resultó profunda, y luego trascendió que su compañero y ministro de Relaciones con el Parlamento, Patrick Ollier, supo tener relaciones estrechas con el régimen de Muammar Khadafi. A partir de 2004, Ollier realizó numerosos viajes a Libia y en más de una oportunidad actuó como intermediario de las empresas francesas del sector del armamento y de la energía nuclear en los contratos que éstas firmaron con Khadafi. El costo político para Sarkozy empezó a ser muy alto. Los sondeos se fueron al fondo del abismo y la forma en que la ministra se defendió, sus reiteradas mentiras descubiertas por la prensa, fue empañando cada vez más la imagen del Ejecutivo. Peor aún: hace dos semanas, un día antes que saliera a la venta el citado semanario, el primer ministro, François Fillon, se vio forzado a revelar que había pasado las vacaciones de fin de año en Egipto, invitado por Hosni Mubarak.
En su carta de renuncia, Alliot-Marie alega que no cometió ningún error y dice ser víctima de un linchamiento de los medios. En todo caso, ello obligó a Sarkozy a mover las fichas de su gabinete. El puesto de Alliot-Marie lo ocupará Alain Juppé, hasta ahora ministro de Defensa. Brice Hortefeux, uno de los más fieles amigos de Sarkozy, dejó la cartera de Interior para ser consejero especial de la presidencia y preparar desde allí la campaña electoral de 2012. En su alocución de anoche, el presidente justificó los cambios en su gabinete por los “trastornos” en el mundo árabe. Sarkozy pierde con Alliot-Marie una personalidad de peso, una militante gaullista influyente y respetada. Se trata de una concesión fuerte en un mal momento: el gobierno del que Alliot-Marie formaba parte había sido nombrado en noviembre, al cabo de la extensa y escabrosa historia del ex ministro de Trabajo, Eric Woerth, implicado en el escándalo político-financiero de la heredera de L’Oréal y mantenido hasta el final por el presidente francés. La razón estratégica se impuso a la lealtad. Conservar a la canciller con toda la polémica a cuestas cuando falta un año para la elección presidencial equivalía a hipotecar las ya alteradas posibilidades de reelección.
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