Martes, 19 de abril de 2011 | Hoy
EL MUNDO › FALTAN AVIONES, METAS COMPARTIDAS Y ACUERDO POLíTICO
Una tras otra, las fuerzas leales a Khadafi retoman el control de las ciudades en manos rebeldes. EE.UU., Gran Bretaña y Francia imaginan una Libia sin el dictador y buscan un país que lo reciba, pero éste no renuncia.
Por Eduardo Febbro
Los aliados de la OTAN se enredan en el cielo libio. Faltan aviones, acuerdo político, metas compartidas y una coherencia global que está ausente desde que la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU autorizó la instauración de una zona de exclusión aérea con el objetivo incierto de proteger a la población civil. Oficialmente, la misión cumple con sus fines. Sin embargo, las fuerzas leales al coronel Khadafi no cesan en su asedio a los rebeldes mientras que las contradicciones y carencias adquieren cada día un perfil más neto. La meta inicial definida por la resolución de la ONU es un recuerdo. El viernes pasado, el presidente norteamericano, Barack Obama; el francés, Nicolas Sarkozy, y el primer ministro británico, David Cameron, firmaron una tribuna común publicada por tres grandes diarios del mundo, en la cual aseguraban que “es imposible imaginar que Libia tenga un porvenir con Khadafi”. Por ahora, nada permite “imaginar” que Khadafi se vaya a ir. La OIM, Organización Internacional para las Migraciones, tuvo que intervenir para rescatar a unos 1000 trabajadores extranjeros atrapados en una de las ciudades más atacadas por Khadafi, Misrata. Londres anunció ayer que se sumaría al dispositivo a fin de sacar a otros 5000 extranjeros (ver aparte).
Una tras otra, las localidades conquistadas por los insurgentes vuelven a caer bajo el poder de Khadafi. Los rebeldes se quejan hoy de que la OTAN no los apoya lo suficiente, pero la poderosa Alianza Atlántica carece de aviones suficientes –y hasta de municiones– para completar su misión. Según varias fuentes citadas por la prensa en los últimos días, a la OTAN le faltan municiones de precisión. Y no sólo eso: también aviones. Reunidos en Berlín la semana pasada, los miembros de la Alianza no llegaron a ponerse de acuerdo sobre el envío de más aparatos. Estos son indispensables para aumentar la frecuencia de los bombardeos contra el arsenal de Khadafi. El cielo libio está lleno de aviones de última generación, pero no bastan: apenas un puñado de aparatos participa realmente en los ataques reales, los demás lo hacen en operativos de vigilancia. Estados Unidos e Italia se negaron a implicarse más en este conflicto que, con el correr de las semanas, beneficia más al mismo Khadafi que a quienes pretendían sacarlo del poder.
Las declaraciones públicas sobre la innegociable salida de Khadafi se esparcen sobre el telón detrás del cual otras siluetas pactan una solución política cuyos contornos son por demás oscuros. París propone una nueva resolución del Consejo de Seguridad de la ONU exigiendo la renuncia del dictador libio, pero esa propuesta se disuelve en el desierto. Las últimas opciones adelantadas por la prensa dejan flotando un inquietante asombro: Washington estaría buscando un país capaz de recibir a Khadafi. No se ve muy bien a dónde podría ir el dirigente libio, ni menos aún si aceptaría refugiarse en un tercer país. El investigador y analista Said Haddad comentó a la prensa que le “cuesta creer que un dirigente que está en el poder desde hace 40 años pueda dejarlo así como así. Me parece poco probable”. Tampoco hay muchos países que puedan ofrecerle ese honor.
El férreo coronel tiene la espada de Damocles de la Corte Penal Internacional, la CPI, dirigida por el juez argentino Luis Moreno Ocampo. Si una vía tan improbable fuese posible sólo sería factible en un país que no haya adherido al Tratado de Roma y con el cual Khadafi tenga relaciones amenas, lo que tampoco es común. La no adhesión al Tratado de Roma de 1997 implica que ese país no está obligado a entregar a un acusado inculpado por la CPI. De los 53 países de Africa, 22 no ratificaron ese tratado. Entre esos 22 países, Zimbabwe, Mauritania y Sudán serían los más óptimos. El otro camino –siempre según la hipótesis en la cual trabaja la administración Obama– consistiría en que Khadafi negocie su impunidad, se saque el peso de la CPI y se refugie en otro país africano –Africa del Sur, por ejemplo– o de América latina. En este último ejemplo, la pista de Venezuela es la más citada. Pero si los aliados llegaron a estos extremos de improvisación, ello demuestra que al operativo que se puso en marcha con la resolución 1973 de la ONU –fue votada el 17 de marzo pasado– no sólo le faltan aviones. En su ávida intención de derrocar a su déspota más querido, los aliados se olvidaron de un plan para reemplazarlo. Mientras tanto, las bombas racimo vendidas por España a Libia y otros objetos similares entregados por Rusia y Occidente siguen cayendo sobre la población que los mismos vendedores de armas se propusieron proteger.
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