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La bomba de tiempo japonesa

 Por Juan Gelman

Por un error técnico, esta nota fue publicada en forma fragmentaria el domingo pasado. Con el correspondiente pedido de disculpas a los lectores, se repite a continuación en su versión completa.

El primer ministro de Japón, Naoto Kan, insiste en recortar las consecuencias del problema nuclear que estalló en Fukushima. “La crisis se está estabilizando paso a paso, pero no hay razones para el optimismo” (www.businessinsider.com, 12-4-11). Instó a la gente a vivir como de costumbre, no incurrir en autorrestricciones y consumir los productos de las zonas afectadas “para darles apoyo”. El gobierno nipón, sin embargo, elevó el nivel del riesgo a 7, el máximo, el mismo de Chernobyl –según las categorías establecidas por el Organismo Internacional de Energía Atómica para evaluar el alcance de las catástrofes nucleares–, y sus funcionarios declaran que el material radiactivo que escapó de los reactores de Fukushima sólo constituye un décimo del que emitió la planta rusa. No todos comparten una posible tranquilidad.

El destacado físico nuclear Michio Kaku, que trabaja en EE.UU., donde se formó, ha señalado que la Compañía de Energía Eléctrica de Tokio (Tepco, por sus siglas en inglés), dueña de las instalaciones de Fukushima, “trata de minimizar el impacto de este accidente nuclear” que ya ha liberado algo así como 50.000 billones de bequereles de radiación (de uranio). Esto equivale a la mitad del nivel 7, pero los reactores siguen propalándolos. La situación no es para nada estable... el menor accidente –un nuevo sismo, la ruptura de un conducto, la evacuación de los equipos que trabajan en Fukushima– podría desatar una fusión en tres de las estaciones nucleares, de una dimensión mucho mayor que la de Chernobyl” (www.democracynow.org, 13-4-11).

El accidente ha despedido hacia la atmósfera una enorme cantidad de yodo radiactivo (I-131), un 10 por ciento en relación con Chernobyl, que es soluble en agua. La lluvia lo deposita en tierra, las vacas comen pasto y su leche se contamina. Los granjeros de la zona la tiran porque es demasiado radiactiva. Se ha descubierto agua contaminada en Tokio y algunos de sus habitantes abandonaron la capital, advertidos por las contradicciones de los anuncios oficiales y la clara voluntad de acallar los alcances del desastre. Occidente calla, pero EE.UU. prescribió que su personal debe alejarse 80 kilómetros de Fukushima, ni 20, ni 30, ni 40, y el gobierno francés aconseja a sus ciudadanos que abandonen Japón. También éstas son medidas del peligro, aunque no tengan un enunciado matemático.

Cabe preguntarse el porqué de los ocultamientos del gobierno japonés. ¿Para evitar el pánico de la población? Tal vez. ¿Para no ahondar la crisis económica que el terremoto y el tsunami agravaron de manera extraordinaria? Quizá. Pero los especialistas se preguntan por qué no se recurre al método empleado en Chernobyl: consistió en encerrar o enterrar el reactor 4 de la planta bajo toneladas de concreto –como el gigante Toshiba viene aconsejando– en vez de intentar su desmantelamiento con vistas al cierre de la central nuclear por tiempo indefinido. Esta tarea, según el doctor Kaku, podría durar diez años: “Nos encontramos en terreno desconocido... y somos los conejillos de Indias de este experimento científico”.

La tendencia a tapar los propios errores “para evitar el pánico público” no es exclusiva de Tokio, las autoridades del país controlan las noticias de las agencias en aplicación del artículo 15 de la Ley de Emergencia. Yoichi Shimatsu, ex director del semanario Japan Times y columnista de 4th Media, indaga el origen de las confusas informaciones acerca de la planta Fukushima 1: “Las demoras inexplicables y las explicaciones poco fundadas de la Tepco y del Ministerio de Economía, Industria y Comercio parecen motivadas por un factor oculto... La explicación más lógica: la industria nuclear y las instancias del gobierno procurarán impedir que se descubra la existencia de instalaciones de producción de bombas atómicas en las plantas civiles de energía nuclear de Japón” (//en.m4.cn/archives, 11-4-11). Una hipótesis que, de ser cierta, entrañaría consecuencias impensables.

Shimatsu analiza la brecha entre la narrativa oficial y la aparición de fenómenos sin aparente explicación: un incendio estalló en la dañada construcción del reactor de la unidad 4 debido –se dijo– al sobrecalentamiento del uranio vertido en una piscina de enfriamiento seca. “Pero el volumen del incendio –anota– indica que el reactor se estaba calentando por otra razón que la generación de electricidad. Su supresión de la lista de operaciones generadoras de electricidad despierta la pregunta de si acaso se estaba utilizando para enriquecer uranio, el primer paso que conduce a la obtención de materia fisionable para una bomba atómica.”

La unidad 6 desapareció rápidamente de la lista de reactores operativos porque una explosión de la unidad 3 la cubrió de partículas letales de MOX, una mezcla de plutonio y uranio. Es notorio que el plutonio es un componente de las cabezas nucleares más pequeñas y más fáciles de producir. ¿Y por qué Japón procuraría obtener armas nucleares? No puede hacerlo sin alguna clase de permiso: en virtud del artículo 9 de la Constitución que le impuso EE.UU., Tokio ha renunciado a la guerra y al uso de la fuerza para solucionar sus conflictos internacionales. ¿Quién le habrá dado el visto bueno? ¿Y con qué fin? ¿China? ¿Corea del Norte? ¿Otros blancos?

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