EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
No estuvimos ahí pero nos podemos imaginar porque somos argentinos. Un negro laburante llamado Mark Duggan baleado por la policía. La furia, partes de Londres, Manchester, Birmingham y otras ciudades inglesas en llamas. Cuatro días de saqueos a toda marcha, con la policía a reglamento y los políticos de vacaciones. Lo mismo que ya conocemos, pero con un toque inglés. Blackberries por celulares a tarjeta y en vez de vaciar un Coto te saquean una Reeves, mueblería que viene de los tiempos de la reina Victoria. Y no son los marginales como dicen los mano dura de la prensa internacional, son muchos más los que sienten que se están quedando afuera, o que simplemente están repodridos. Como Charlie Gilmour, estudiante de Cambridge, hijo del cien veces millonario David, guitarrista de Pink Floyd. Charlie marchó preso en diciembre pasado por tirarle piedras al principe Carlos y a Camila durante una protesta contra el aumento de las matrículas universitarias. O como Chelsea Ives, campeona de 400 metros llanos, modelo, embajadora olímpica de Gran Bretaña. La denunció su madre, que la vio por televisión tirarle un piedrazo a un patrullero y un ladrillazo a una vitrina de Vodafone. Esa noche, antes de caer presa, mandó por el feisbú en inglés guarro: “Los cerdos no tendrían que haber matado anoche. Entonces no estarían estallando. Las chicas van a robar. Bieeen! Pero es robar? Lo hacemos porque el dueño no se coje sus jarras de cerveza”. Fue su discurso de despedida. El comité olímpico anunció el martes pasado que Chelsea había cesado en sus funciones. O sea, la bronca está bastante extendida.
Metieron presos a dos mil pibes y los está procesando el sistema judicial, que extendió su trabajo al sábado y domingo, por orden de los políticos que volvieron volando de sus vacaciones, incluyendo el primer miniistro conservador David Cameron, que estaba en Córcega. Pero los judiciales no están de ánimo para la patriada, porque este año recibieron un hachazo presupuestario en el orden del 20-30 por ciento, igual que los policías que tardaron tres días en prender sus mangueras y disparar sus balas de plástico para apagar el incendio.
Los jueces reparten penas durísimas. Según el Times de Londres, un estudio demostró que en promedio son el 25 por ciento más pesadas que lo habitual, en línea con el discurso cavernícola de los políticos, que tratan a los pibes como si fueran unos delincuentes que acaban de aterrizar de Marte, como si pensaran que si les dan con un caño los chicos no van a volver a romper todo, y ellos no van a tener que volver a laburar horas extra por el 80 por ciento de lo que ganaban el año pasado. Entonces se descargan con los hoodies, los jóvenes encapuchados.
Los policías tampoco están de humor. Debido al ajuste y la reducción del personal, el despliegue de 16 mil efectivos que fue necesario para calmar la furia se hace insostenible. Después del estallido, Cameron contrató como asesor al coimisario estadounidense que patentó la Tolerancia Cero, William Bratton. Pero como ya sabemos la cosa no se arregla así nomás. En los últimos cinco años murieron 333 personas bajo arresto en Gran Bretaña, sin que ni un solo oficial de la maldita policía haya sido arrestado o investigado. El mes pasado echaron al jefe de Scotland Yard por venderle data a los diarios de Murdoch. La cuenta ya la conocemos: gatillo fácil más corrupción, equivale a estallido.
Encima, los recortes de Cameron no fueron parejos. Los programas sociales y las zonas marginales recibieron la peor parte. Los distritos de Hackney y de Haringey, donde mataron a Duggan, que están entre los más pobres de Londres, sufrieron más recortes que los demás, por encima del diez por ciento, informó la revista Time. “Todos los programas de pasantías en las empresas, programas de inserción laboral, sufrieron recortes del orden del 75 por ciento. Cerraron los clubes de barrio donde los pibes iban a jugar al billar, mirar televisión, recibir entrenamiento para buscar trabajo, y ahora toda esa gente no tiene a dónde ir”, dice Guillermo Makin, analista internacional argentino asociado al Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge, al teléfono desde Londres.
Déficit, recorte, recesión, más déficit, más recortes, más recesión. Pasó con Thatcher en los ochenta y la gente salió a la calle a romper todo. Ahora lo mismo pero peor, porque el gobierno conservador apuesta a la inversión privada pero los bancos no sueltan un mango por la crisis con las hipotecas. Como si Keynes hubiera nacido en la China. El desempleo va en ascenso y ya roza el ocho por ciento, según el cálculo más conservador. Parece poco, “el perro que aún no ha ladrado” escribe Larry Elliot en The Guardian, pero hay dos millones y medio de británicos sin laburo. El ministro de Economía ya ajustó dos veces para abajo la cifra estimada de crecimiento anual, que ahora quedó por debajo de medio por ciento, en una economía que se contrajo el seis y medio por ciento en el último año y medio, sin contar que ya venían de la recesión del 2008 y 2009.
Pero lo que más molesta, me parece, es la desigualdad. Esto se ve en los ghettos y los castillos cuando viajás en tren desde Londres a la campiña. Según el índice GINI, Gran Bretaña es uno de los países más desiguales del mundo desarrollado, el cinco por ciento de la población acumula el 33 por ciento del ingreso.
Los recortes universitarios que los estudiantes intentaron resistir con violentas protestas este año están destinados a profundizar la brecha. “La enseñanza universitaria gratuita acá era una institución, un derecho adquirido desde la Segunda Guerra Mundial. A lo sumo, los alumnos de mayores ingresos tenían que sacar unos préstamos muy fáciles de pagar, porque recién se les cobraba cuando empezaban a ganar más de 25.000 libras (130.000 pesos) por año. Ahora les cobran nueve mil libras por año (63.000 pesos) por la matrícula y los estudiantes están furiosos”, explica Makin. Los recortes también golpean el área de defensa, otrora orgullo de la corona. El sueño gaullista de Thatcher y Blair de tener peso en el mundo se evaporó. Salieron corriendo de Irak y Afganistán. “Hoy Gran Bretaña no tiene portaaviones, el último fue desguazado hace unos meses. Encargaron dos, pero como no tienen presupuesto, en vez de construirlos en cinco años lo van a hacer en diez. Para entonces es posible que no tengan aviones para los portaaviones, porque los Harriers van a ser piezas de museo”, opina Makin. Shhhh. No digan nada. Ahora sí, el imperio se derrumba.
Vale la pena tomar nota de que el diario conservador Daily Telegraph, lectura de cabecera del establishment militar, publicó el 2 de agosto un artículo advirtiendo con tono alarmista que Argentina estaría construyendo un submarino nuclear. “De ser así, Gran Bretaña enfrentaría una tarea irremontable si la Argentina decidiera invadir las Falklands otra vez”, advierte el articulista.
Pensando en Malvinas, nunca es un buen momento para empezar otra guerra y lejos está uno de sugerir semejante barbaridad, pero no está de más tomar nota de la debilidad de los ingleses para empujarlos a negociar. Algo que el Gobierno viene haciendo, claro, pero por ahí ahora se puede un poco más.
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