Dom 25.09.2011

EL MUNDO  › OPINION

El fracaso del imperio

› Por Robert Fisk *

Los palestinos no lograrán un Estado esta semana. Pero probarán –si logran los votos suficientes en la Asamblea General y si Mahmud Abbas no sucumbe a su característica postración frente al poder de Estados Unidos e Israel– que merecen un Estado. Y establecerán para los árabes, lo que a Israel le gusta llamar –cuando agranda sus colonias en tierra robada– “hechos de la tierra”: nunca más podrán Estados Unidos e Israel chasquear sus dedos y esperar que los árabes junten los talones. Estados Unidos perdió su paquete en Medio Oriente. Se terminó: el “proceso de paz”, “la hoja de ruta”, el “acuerdo de Oslo”; todo el fandango es historia.

Personalmente creo que Palestina es un Estado de fantasía, imposible de crear ahora que los israelíes han robado tanto de la tierra de los árabes para su proyecto colonial. Vayan y echen un vistazo a Cisjordania, si no me creen. Las masivas colonias judías de Israel, su perniciosas restricciones a la construcción de hogares palestinos de más de un piso y el cierre de los sistemas de aguas cloacales como castigo, los “cordones sanitarios” al lado de la frontera jordana, los caminos sólo para israelíes han convertido el mapa de Cisjordania en un parabrisas aplastado de un auto chocado. A veces, sospecho que lo único que evita la existencia de “un Israel más grande” es la obstinación de los palestinos.

Pero ahora estamos hablando de un asunto mucho más serio. Este voto en la ONU va a dividir a Occidente –a los estadounidenses de los europeos y montones de otras naciones– y va a dividir a los árabes de los estadounidenses. Y va a hacer estallar las divisiones en la Unión Europea; entre europeos del Este y del Oeste, entre Alemania y Francia (el primero apoyando a Israel por todas las razones históricas de siempre, el último enfermo por el sufrimiento de los palestinos) y, por supuesto, entre Israel y la Unión Europea.

En el mundo se creó un gran enojo por las décadas del poder israelí, su brutalidad militar y la colonización; millones de europeos, aunque conscientes de su propia responsabilidad histórica por el Holocausto judío y bien conscientes también de la violencia de las naciones musulmanas, ya no se intimidan en su crítica por temor a ser catalogados de antisemitas. Hay un racismo en Occidente –y siempre lo habrá, me temo– contra los musulmanes y los africanos, así como hacia los judíos. Pero, ¿qué son los asentamientos israelíes en Cisjordania, en donde no puede vivir ningún palestino, árabe o musulmán, si no una expresión de racismo?

Israel comparte esta tragedia, por supuesto. Su gobierno demente ha llevado a su gente a este camino hacia la perdición, adecuadamente resumido por su temor a la democracia en Túnez y Egipto –qué típico que su principal aliado en esta tontería sea la terrible Arabia Saudita– y su cruel negativa a disculparse por la matanza de nueve turcos en la flotilla a Gaza el año pasado y su otra negativa a disculparse con Egipto por el asesinato de cinco de sus policías tras una incursión palestina a Israel.

Adiós a sus aliados regionales, Turquía y Egipto, en el período de apenas 12 meses. El gabinete de Israel está compuesto por gente inteligente y potencialmente equilibrada como Ehud Barak, y otros como el ministro de Exterior, Avigdor Lieberman, el Ahmadinejad de la política israelí. Dejando el sarcasmo de lado, los israelíes merecen algo mejor que esto.

El Estado de Israel puede haber sido creado injustamente –la Diáspora palestina es prueba de esto– pero fue creado legalmente. Y sus fundadores fueron perfectamente capaces de hacer un trato con el rey Abdulá de Jordania después de la guerra de 1948-49 para dividir a Palestina entre los judíos y los árabes. Pero fue la ONU la que decidió el destino de Palestina el 29 de noviembre de 1947, cuando le dio a Israel su legitimidad, siendo los estadounidenses los primeros en votar su creación. Ahora –por una suprema ironía de la historia– es Israel quien desea evitar que la ONU les dé a los árabes palestinos su legitimidad –y es Estados Unidos el primero en vetar tal legitimidad.

¿Tiene Israel el derecho a existir? La pregunta es una trampa, regularmente y estúpidamente recitada por los llamados partidarios de Israel: para mí también, en pocas pero cada vez más ocasiones. Son los Estados –no los humanos– los que le dan a otros Estados el derecho a existir. Para que los individuos lo hagan tienen que mirar un mapa. Porque, ¿dónde exactamente está Israel? Es la única nación en la tierra que no sabe y no quiere declarar dónde está su frontera oriental. ¿Es la antigua línea de la ONU del armisticio, la frontera de 1967 tan querida por Abbas y tan odiada por Netanyahu, Cisjordania palestina menos los asentamientos o todo Cisjordania?

Muéstrenme un mapa del Reino Unido que incluya Inglaterra, Gales, Escocia y el norte de Irlanda, y tiene derecho a existir. Pero muéstrenme un mapa del Reino Unido que afirma incluir los 26 condados de Irlanda independiente y muestra a Dublín como británica en lugar de una ciudad irlandesa, y diré no, esta nación no tiene el derecho a existir en esas expandidas fronteras. Que es el porqué en el caso de Israel, que cada embajada occidental, incluyendo las embajadas estadounidenses y británicas, están en Tel Aviv y no en Jerusalén.

En el nuevo Medio Oriente, en medio del Despertar Arabe y la revolución de la gente por la dignidad y la libertad, este voto de la ONU –aprobado en la Asamblea General, vetado por Estados Unidos si va al Consejo de Seguridad– constituye un tipo de bisagra: no es sólo una vuelta de página, sino el fracaso del imperio. Tan encerrada en Israel se ha convertido la política exterior de Estados Unidos, tan temerosos están todos sus congresistas –al extremo de amar más a Israel que a los Estados Unidos–, que esta semana Estados Unidos resaltará no como la nación que produjo a Woodrow Wilson y sus 14 principios de autodeterminación, no como el país que luchó contra el nazismo y el fascismo y el militarismo japonés, no como el modelo de libertad que representaban sus Padres Fundadores, sino como un Estado viejo y cascarrabias, egoísta y asustado cuyo presidente, después de prometer un nuevo afecto por el mundo musulmán, se ve obligado a apoyar a una potencia ocupante contra un pueblo que sólo pide un Estado.

¿Deberíamos decir “pobre Obama”, como lo he hecho yo en el pasado? No lo creo. Bueno para la retórica, vanidoso, entregando amor falso en Estambul y El Cairo a pocos meses de su elección, esta semana probará que su reelección es más importante que el futuro de Medio Oriente, que su ambición personal por quedarse en el poder está antes que el sufrimiento de un pueblo ocupado. En este contexto, es bizarro que un hombre que se supone de altos principios se muestre tan cobarde. En el nuevo Medio Oriente, donde los árabes están reclamando los mismos derechos y libertades que Israel y Estados Unidos dicen que ellos defienden, esta es una profunda tragedia.

Los Estados Unidos son responsables del fracaso por no enfrentarse a Israel y no insistir en una paz justa en Palestina, inducidos por el héroe de la guerra de Irak. Los árabes también, por permitir que sus dictadores duraran tanto tiempo y por lo tanto obstruir el escenario con falsas fronteras y viejos dogmas y petróleo (y no vayamos a creer que una “nueva Palestina” sería un paraíso para su propia gente). Israel también, cuando debería estar contento con el pedido palestino de un Estado en la ONU con todas sus obligaciones de seguridad y paz y reconocimiento de otros miembros de la ONU. Pero no. El juego está perdido. El poder político de Estado Unidos en Medio Oriente será esta semana neutralizado en beneficio de Israel. Un gran sacrificio en el nombre de la libertad....

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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