Mar 21.02.2012

EL MUNDO  › PRAGMáTICA, MERKEL DEBIó ACEPTAR EL CANDIDATO DE LOS LIBERALES

El pastor de la discordia

El acuerdo logrado para la elección de Joachim Gauck como nuevo presidente alemán sumió en una crisis profunda a la coalición gobernante de demócrata-cristianos y liberales. Impulsaron su figura Los Verdes y los socialdemócratas.

› Por Cristián Elena

Desde Frankfurt

No fueron solamente los responsables de decorar las carrozas de Carnaval quienes trabajaron a destajo durante el fin de semana último para presentar en los multitudinarios desfiles de ayer y hoy la efigie de un Christian Wulff noqueado tras su dimisión el viernes: buena parte de la elite política alemana estuvo en esos días abocada en negociaciones febriles para consensuar un sucesor del presidente caído en desgracia. Y al anochecer del domingo fue oficializada la candidatura del ex pastor luterano y militante de DD.HH. Joachim Gauck. Sin embargo, el acuerdo logrado alrededor de Gauck fue un parto con dolor que sumió a la coalición de demócrata-cristianos y liberales, liderada por Angela Merkel, en la crisis más profunda de su de por sí turbulenta existencia.

El pasado viernes, cuando tras el anuncio de la renuncia de Wulff, Merkel se apresuró a comunicar públicamente su intención de buscar un candidato único junto a los partidos de la oposición, probablemente no imaginaba que serían sus socios del FDP (liberales) quienes le pondrían los mayores obstáculos. Los delegados del FDP –partido que lucha por la mera subsistencia a nivel nacional, tras una serie de cosechas electorales paupérrimas– se obstinaron en apoyar la candidatura de Gauck, instalada a su vez por el SPD (socialdemócratas) y Los Verdes. La táctica de los liberales resulta particularmente curiosa si se tiene en cuenta que hace menos de dos años forzaron la realización de tres votaciones en la Asamblea Federal para que fuera electo el ahora dimitente Wulff, cuyo único adversario era... Joachim Gauck, personalidad que ahora consideran como la única plausible para ocupar el cargo de jefe de Estado. Por otra parte, la hilacha oportunista se vuelve visible a la luz de que ya los primeros sondeos de opinión realizados el viernes ponían la figura de Gauck en un lugar de privilegio, lejos de otros presidenciables. En un ejercicio de pragmatismo Merkel, cuyo manejo en la crisis de la Eurozona le sigue deparando altos valores de imagen pública, finalmente cedió a la presión, ante la perspectiva de un conflicto en el frente interno absolutamente innecesario.

Más tarde, en la conferencia de prensa en que se presentó a Gauck –cuya consagración en marzo ante la Asamblea Federal debería ser una mera formalidad– todas fueron caras de satisfacción y abundancia de superlativos para con la trayectoria y las cualidades del elegido.

Todo lo que se resalta ahora sobre la figura de Joachim Gauck estaba ahí ya en 2010, cuando perdió la votación con Wulff, pero de todos modos es útil volver sobre un par de estaciones de su trayectoria pública para entender por qué el imaginario social alemán suele asociar su nombre con el bagaje de valores que se espera de un Bundespräsident. Gauck, que carece de afiliación partidaria y se autodefine como un “conservador liberal de izquierda”, nació en 1940, en medio de la dictadura nazi y pasó buena parte de su vida adulta en otra dictadura: la que gobernó la ex Alemania Oriental. Allí, como párroco luterano en Rostock, su ciudad natal, fue testigo de las arbitrariedades del régimen, enrolándose luego en el grupo disidente Nuevo Foro, una de las organizaciones de la resistencia pacífica. En 1990, tras la reunificación alemana, fue comisionado con la administración de los documentos pertenecientes a la Stasi (policía secreta), tarea que le valió un amplio reconocimiento por haber echado luz sobre el accionar criminal de la autoridad comunista.

Pero es también el nivel de compromiso con que llevó a cabo esa labor lo que generó hacia la figura de Gauck sentimientos que van desde la reticencia hacia el rechazo absoluto en el seno del partido La Izquierda. Heredero en parte del capital político del antiguo régimen germano-oriental, La Izquierda ha sido en varias oportunidades objeto de críticas frontales por parte de Gauck (“no puedo reconocer un vínculo entre La Izquierda y el proyecto democrático europeo”), quien en 2010 se pronunció también por la observación del partido por parte del Servicio de Protección Constitucional (uno de los servicios de inteligencia estatales).

En ese contexto, resulta entendible (aunque de ninguna manera justificable) que, al abrir el juego a la oposición en la búsqueda de candidato, Merkel le haya aplicado a La Izquierda el derecho de admisión, ninguneando obscenamente el valor de los 76 escaños que ésta posee en el Bundestag.

Fuera del ámbito político-partidario, durante la jornada de ayer brotaron en las redes sociales otros focos de disconformidad hacia la candidatura de Joachim Gauck, desde aquellos que le enrostran expresiones recientes en tono peyorativo hacia el movimiento Occupy hasta los que directamente lo tachan de “cazacomunistas” u objetan su pasado clerical como un supuesto impedimento para ocupar la jefatura de Estado. Persiguiendo la utopía del candidato perfecto.

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