EL MUNDO › CALA EL DISCURSO XENóFOBO Y ANTIMUSULMáN EN FRANCIA
Un sondeo reveló que un 26 por ciento de los jóvenes entre los 18 y los 24 años votaría por la candidata de ultraderecha Marine Le Pen. Las elecciones presidenciales serán en diez días y la campaña, para muchos, aburre.
› Por Eduardo Febbro
“Eterna y vieja juventud”, dice el tango “Naranjo en flor”. No hay evocación más ideal para leer con perplejidad la última síntesis de los sondeos que, día a día, escoltan la soporífera campaña para las elecciones presidenciales del 22 de abril y el 6 de mayo (primera y segunda vuelta). Según un estudio publicado por la encuestadora CSA, el 26 por ciento de los jóvenes de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años votaría por la candidata del partido de extrema derecha Frente Nacional, Marine Le Pen. Los porcentajes vienen a derribar el mito según el cual el electorado de la ultraderecha estaba compuesto esencialmente por personas de edad más que madura. El discurso antiextranjero y antimusulmán de la candidata de extrema derecha, su defensa del orden y de Francia por encima de todos y de todo y sus ataques contra el sistema político tocaron el corazón de la juventud francesa. Más de una cuarta parte de los jóvenes la elige a ella, delante del candidato socialista François Hollande (25 por ciento), del presidente conservador Nicolas Sarkozy (17 por ciento) y del representante de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon. Ese es el cuarteto de donde saldrán los dos candidatos para la segunda vuelta y el tercero, clave en la configuración de una alianza ganadora. El tercer puesto se lo disputan Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, mientras que los dos primeros están asegurados para Sarkozy y Hollande, sin que se sepa con certeza quién de los dos pasará primero.
La sociedad asiste a una campaña telúrica, teñida de golpes bajos, con un contenido superficial, donde las puestas en escena se tragan los temas esenciales y desembocan en esquemas repetitivos. Hace unos días, el líder del movimiento del Mayo Francés y eurodiputado ecologista Daniel Cohn–Bendit dijo: “Entre nosotros, ¡cómo nos aburrimos! Propongo una idea revolucionaria: votemos el domingo y se acabó”. François Hollande se mantiene en la misma línea con que inició su campaña: didáctico, sereno, a veces marmóreo, con un perfil de hombre “normal” que se metió en una apuesta extraordinaria, totalmente fuera de los radares de la sondología hasta hace unos meses. A su lado, el presidente candidato Nicolas Sarkozy se ha vuelto el hombre de las reencarnaciones fulgurantes. Cada semana es un hombre nuevo: hubo el Sarkozy “candidato del pueblo”, después el Sarkozy “candidato del pueblo contra las elites”, luego el Sarkozy que giró hacia la derecha más dura, casi antieuropeo, partidario de “las fronteras”, de dividir por dos el flujo de extranjeros, de supervisar “las oleadas migratorias fuera de control”, amenazante con su propuesta de suspender los acuerdos de Schengen que garantizan la libre circulación de las personas en los países de la UE. Y al fin, hace unos días, tocó tierra el último Sarkozy, el candidato centrista que ofreció su programa oficial con un credo único: la lucha contra los déficit y el endeudamiento.
Es precisamente esa velocidad transfiguracional la que introduce en la campaña la sensación de que todo gira en un vacío, de que la estela de lo anterior aún no se depositó en la conciencia cuando otra ya viene a reemplazarla, a deconstruir el discurso que estaba antes. Los medios, sin distancia y con un miedo de niño en la oscuridad, juegan a fondo la carta de los “nuevos Sarkozy” sin que, hasta ahora, ninguna encuesta certifique que esa estrategia de la cortina de humo perpetua haya reducido de manera decisiva la distancia que lo separa de su rival socialista en las encuestas de opinión. Falta casi un mes para la segunda vuelta, tal vez lo logre. Quién sabe. El humo nubla la vista y la lucidez. Con un 26 por ciento del electorado joven seducido por las incongruencias, aproximaciones, mentiras e histerias xenófobas de la extrema derecha, todo parece posible. El odio al otro como programa político en plena cosecha generacional es un dato que va mucho, mucho más allá que el “fascismo senil” descripto por el demógrafo y ensayista Emmanuel Todd. La otra amenaza que resaltan los medios es la de la abstención. Casi una cuarta parte del electorado (24 por ciento) declaró su intención de abstenerse. El desencanto democrático acecha. La idea según la cual la alternancia democrática no trae ninguna solución, alimenta a su vez el voto hacia la extrema derecha, la cual hace de la descalificación de la clase política tradicional, es decir, los partidos de gobierno son todos corruptos e ineptos, uno de sus repetidos argumentos electorales. La República más emblemática del sistema democrático mundial atraviesa una zona de desilusiones. François Hollande se mantiene en la línea de no suscitar demasiadas ilusiones con promesas movilizadoras. Nicolas Sarkozy encarna cada semana una promesa distinta. Con lo tímido de uno y lo volátil y polifónico del otro, la sociedad oscila entre una ilusión moderada y un sueño del que ya conoce qué ocurre a la hora de despertar.
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