Dom 28.10.2012

EL MUNDO  › ESCENARIO

Encuestas

› Por Santiago O’Donnell

A diez días de las elecciones en Estados Unidos, las últimas encuestas muestran al contrincante Mitt Romney aventajando al presidente Barack Obama por primera vez desde que empezó la campaña presidencial. Se trata de una ventaja mínima, dentro del margen de error, prácticamente un empate. Pero en una carrera electoral, así como en una carrera de caballos, el que viene de atrás y alcanza suele ganar de atropellada. Por esa razón parecería que Romney lleva las de ganar, pero no. Las mismas encuestas que favorecen al republicano en el voto popular lo condenan en el colegio electoral, donde Obama sigue con ventaja en la mayoría de los estados decisivos. Esto quiere decir que Obama sigue siendo el favorito, pero que su margen se ha reducido al mínimo. En los últimos días los números parecen haberse amesetado. Los estrategas de Obama se ilusionan diciendo que esto significa que el crecimiento de Romney chocó con un techo. Los asesores de Romney juran lo contrario.

A esta altura, lo que está claro es que no habrá un huracán Obama ni un tornado Romney. La elección está muy peleada y puede definirse en estas últimas y cruciales horas.

¿Qué pasó con los cinco-diez puntos de ventaja que Obama llevó durante todo el verano, cuando la campaña republicana parecía resignada, hasta que tres semanas atrás, Romney empezó a resurgir?

Pasó que hubo debates. Romney no es muy cautivante desde el atril. A la hora del discurso de campaña es un poco duro y acartonado. Pero cara a cara con un presidente en vivo por televisión, no se achica, sabe cuándo hablar y qué decir. Las encuestas y los expertos decretaron que Obama ganó los debates, al menos los últimos dos de los tres. Pero lo cierto es que, al término de los tres cruces televisados, Romney había acortado la diferencia. El primer debate era el más importante porque se dedicó enteramente a la economía y la política doméstica, que es el tema casi excluyente de esta elección. Y ahí, cuando más contaba, Romney mostró su mejor versión. Criticó las políticas de Obama y dijo que haría las cosas mejor, que los estadounidenses podían estar mejor y que él tenía la experiencia y la capacidad para liderar ese proceso.

En el segundo debate, como era de esperarse, Obama salió con todo y por poco no dijo que Romney era un ricachón insensible e incompetente. Obama acertó en mostrar que Romney no explica cómo va a financiar la reducción generalizada de impuestos que promueve sin hacer estallar el déficit. Romney sólo pudo responder que él había equilibrado el déficit siendo gobernador y siendo organizador de unas olimpíadas y por lo tanto también podía hacerlo como presidente. Pero no explicó cómo lo va a hacer.

En el tercer debate, dedicado a la agenda internacional, Obama salió otra vez con todo, como queriendo humillar a Romney por su falta de experiencia en el tema. A su vez Romney sorprendió al apoyar casi todas la políticas de Obama, apartándose de las corrientes belicistas y aislacionistas que suelen predominar en su partido, pero que también espantan al votante de centro. Dijo que estaba bien no meterse en Siria, irse de Afganistán, haberse ido de Irak. Felicitó a Obama por haber matado a Bin Laden y dijo que es acertada su política de matar a supuestos terroristas con misiles disparados desde drones, o aviones no tripulados. Tampoco criticó demasiado lo actuado en Libia ni ahondó en las rispideces entre Obama y el gobierno israelí. Eso sí, una y otra vez Romney recordó que al votante no le interesa mucho la política exterior, volviendo sobre temas domésticos y económicos cada vez que tuvo la oportunidad.

Conclusión: Obama quedó como el ganador de los debates, pero Romney salió mejor parado. Obama dijo que Romney no es confiable porque no dice lo que piensa hacer, que es un gran ajuste. Y está bien que lo diga. Pero quedó la impresión de que Obama usó los debates para criticar y minimizar la capacidad de Romney, en vez de explicar qué es lo que él piensa hacer para mejorar la vida de los estadounidenses en los próximos cuatro años. Tanto es así que el viernes pasado la campaña del presidente sacó un librito resumiendo su programa para el próximo gobierno: prácticamente un reconocimiento de que Obama no había sabido vender su plan durante los debates.

En cambio, Romney no habrá sido mordaz con su retórica, pero pudo transmitir su mensaje. El mensaje es más o menos así: en tiempos de crisis económica lo que el país necesita es un experto, alguien que ha tenido éxito al frente de una empresa y de un estado, y no un político de Chicago que nunca administró ni un centavo. Como político que es, Obama se distrae con alquimias e intervenciones estatales grandilocuentes. Pero lo único que hace falta para salir adelante es un poco de espíritu empresarial, austeridad y sentido común.

En fin, así estamos.

Yendo a la matemática del colegio electoral, la cosa está pareja. Cada estado tiene designado un número de delegados según el tamaño de su población. En cada estado se hace una elección diferente y el candidato ganador se lleva todos los delegados de ese estado. A esta altura de la campaña llega el momento de concentrar los recursos. Entonces los estrategas dan por ganados o perdidos a ciertos estados donde la ventaja para uno u otro candidato es significativa, y dejan de hacer campaña ahí. Por ejemplo, en los tres estados más importantes, se sabe que Nueva York (29 delegados) y California (55 delegados) votarán demócrata, mientas Texas (38 delegados) votará republicano. Así, los estados se dividen en “seguros”, “favorables” y “en disputa”. Faltando diez días, las campañas se dedican exclusivamente a los estados “en disputa”, los que muestran ventajas de tres puntos o menos para uno de los candidatos. Hacen falta 272 votos para llegar a la presidencia. Si sumamos los delegados “seguros” más los “favorables” de cada uno, Obama suma unos 230 delegados y Romney alrededor de 200. Quedan unos 100 votos de estados “en disputa” y ahí Romney tendrá que sacar casi el doble que Obama para ganar. De los estados “en disputa”, Obama se impone por la mínima en Ohio, Nevada, Iowa, Wisconsin y New Hampshire, mientras Romney saca una ligera ventaja en Florida y Carolina del Norte, y en Colorado y Virgina están empatados.

El más importante de estos estados es Ohio, no tanto por sus 18 votos, que no deja de ser un número en una elección pareja, sino porque Ohio es un poco el termómetro del país y viene eligiendo al ganador en las últimas doce elecciones presidenciales. Romney está prácticamente obligado a llevarse Ohio si quiere ganar, ya sea en combo con Florida (29 votos) y Virgina (11 votos), o con el arrastre de estados del mediooeste tradicionalmente demócratas como Wisconsin (10 votos) y Iowa (6 votos). Virginia es un estado que solía ser republicano, pero la creciente influencia del votante urbano de los suburbios de Washington se ha vuelto más competitivo para los demócratas. Lo mismo sucede con los estados del sudoeste, donde el creciente voto latino (más del 75 por ciento en favor de Obama en esos estados) es decisivo para la ventaja en Nevada (seis votos) y para mantener a Obama en carrera en Colorado (nueve votos) donde Romney creció, especialmente entre jóvenes urbanos, después del recordado primer debate, el único del oeste, que tuvo lugar en Denver.

La cuenta de delegados es la única cuenta que vale. En el 2000, Gore sacó más votos que Bush, pero Bush ganó la elección porque sacó más delegados. Este año puede darse una situación similar, ya que Romney lleva la delantera en el voto popular, mientras Obama lo aventaja en delegados. En el Congreso es probable que los demócratas retengan el Senado y los republicanos la Cámara baja, más allá de quién gane la elección presidencial, reflejo de la actual paridad de fuerzas.

A diez días del desenlace de una elección apretada, con un ojo puesto en Ohio, atentos a Florida y Colorado, encuestas en mano, con una agenda frenética para barrer los estados clave en busca de los últimos votos indecisos, Obama y Romney, casi cabeza a cabeza, estiran el cogote en la recta final.

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