EL MUNDO › LOS 115 CARDENALES NO LOGRARON CONSENSUAR UN FUTURO PAPA; LA CHIMENEA DIO SU VEREDICTO DEL DíA
Los candidatos votados obtuvieron un máximo de treinta papeletas cada uno, que luego se queman para que salga el humo. Los vaticanistas auguran que este esquema instala en el horizonte un cónclave con muchas más sesiones de voto que en 2005.
› Por Eduardo Febbro
Desde Ciudad del Vaticano
Una exclamación colectiva resonó en la Plaza San Pedro cuando la chimenea colocada en el techo de la Capilla Sixtina dejó escapar un breve chorro de humo blanco. La bocanada de humo negro que le siguió después dejó mudos a los miles de feligreses que desafiaron el frío, la lluvia y la noche para asistir desde la plaza a la primera votación destinada a elegir al sucesor de Benedicto XVI. “Fumata negra” quiere decir que no hubo consenso entre los 115 cardenales para elegir al futuro papa. La noche ya estaba bien entrada cuando la chimenea dio su veredicto del día, al cabo de una jornada durante la cual el Vaticano demostró una vez más que no son los grandes estudios hollywoo-denses los maestros de poner en escena la ficción, sino los cerebros de la ciudad papal. Con la Biblia, la tradición cristiana ya tiene una obra maestra del relato literario. El Vaticano le sumó la imagen a ese gran relato del catolicismo: la televisión vaticana diseñó un espectáculo calculado al milímetro con una profusión de imágenes espectaculares tomadas en lugares no menos espectaculares como la Plaza San Pedro, la basílica misma o la encandiladora Capilla Sixtina. En estos tiempos de Internet, de comunicaciones de megavelocidad y de ficciones en las cuales mueren diez personas en dos minutos, la curia romana plasmó la hazaña de mantener a media humanidad con los ojos clavados en la imagen de una solitaria chimenea cuya sombra se fue proyectando en los tejados de la Capilla Sixtina a medida que avanzaba la noche.
El rojo y el blanco de los cardenales, los contrastes negros, las cruces, las Biblias inmaculadas, los cantos, las ropas oscuras de los obispos de Oriente, el libro de los Evangelios abierto para recibir la mano derecha de los cardenales, los acentos oriundos de regiones distantes, la calma de aquellos ancianos llenos de secretos feos y, al final, una explosión de beatitud, un articulado de no acción para dejar en la pantalla otro recuerdo de la Iglesia. Y sin embargo, los 115 cardenales reunidos en cónclave tienen muchos pecados que hacerse perdonar, en nombre de ellos y de los muchos religiosos a los que representan y que están comprometidos en bajas artimañas financieras, pugnas de poder y abuso sexual sobre menores. El paraíso de las imágenes y la fe de la gente reunida en la plaza y el contraste sobrecogedor de las bajezas humanas. La película vaticanista empezó a ser proyectada en pantalla gigante por la mañana.
En la Catedral de San Pedro, los cardenales, el cuerpo diplomático y los creyentes o curiosos que consiguieron entrar asistieron a la misa para elegir al pontífice, oficiada por el decano del colegio cardenalicio, Angelo Sodano. “La particularidad de un buen pastor consiste en dar la vida por sus ovejas”, dijo Sodano en su homilía. Sodano parece haberse olvidado de sí mismo. No fue un buen pastor y su presencia allí ya es un insulto a las miles y miles de víctimas de los abusos sexuales. Cuando empezaron a aparecer las primeras denuncias fuertes, tildó de “chismes” las denuncias sobre la pederastia de los religiosos. También se lució en otra ocasión: estuvo presente en la misa que se celebró para conmemorar los 60 años de la ordenación del fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel. Este religioso está acusado de una calamitosa lista de abusos, robos y crímenes. Tiene, de hecho, un prontuario más grande que un delincuente cualquiera. Y sin embargo, el Vaticano se permite aún la inmundicia de aceptar que un cómplice como el cardenal Sodano oficie la ceremonia inaugural. Para no perder la memoria, cabe recordar que fue el renunciante Benedicto XVI quien sacó del juego a Maciel debido a “su comportamiento grave e inmoral”.
La Iglesia Católica acumula con su dirigencia una contradicción muy difícil de digerir. Los dos milenios de maquinaciones y tramas volvieron a surgir ayer al término de la primera jornada en la que los votos se dispersaron entre varios aspirantes. Los candidatos votados obtuvieron un máximo de treinta papeletas cada uno –son las que luego se queman para que salga el humo de la chimenea–. Los vaticanistas auguran que este esquema instala en el horizonte un cónclave con muchas más sesiones de voto que en 2005, cuando hicieron falta sólo cuatro rondas para elegir a Josef Ratzinger. Si esta línea persiste se podría llegar a un escenario muy parecido al de 1978, cuando ninguno de los dos favoritos ganó y salió electo Juan Pablo II.
Hoy empezará una nueva sesión dividida en dos partes: si hacia las once de la mañana la chimenea emitió humo blanco, quiere decir que hubo acuerdo; de lo contrario el humo saldrá a las doce. Los favoritismos destilados a la prensa con suma habilidad ponen siempre en los primeros lugares al cardenal italiano Angelo Scola, arzobispo de Milán, y al brasileño Pedro Odilo Scherer, arzobispo de San Pablo. Si gana Scola, sería la primera vez en los últimos 35 años que la jefatura suprema de la Iglesia recae en un italiano. Si le toca al segundo o al canadiense Marc Ouellet –otro de los más nombrados–, la Iglesia tendrá un papa no europeo por primera vez en muchos siglos. Pero la cuestión de la nacionalidad del futuro papa también es objeto de pugnas. La prensa italiana, en particular el diario La Repubblica, contó que en el curso de sus sucesivas intervenciones a lo largo de las congregaciones generales celebradas antes del cónclave, los cardenales, en particular los jerarcas de Estados Unidos, respaldaron al brasileño Joao Braz de Aviz cuando éste argumentó que la aplastante italianización de la curia era en gran parte responsable de los problemas por los que atravesaba la Iglesia. Esta síntesis de la prensa local contradice la idea dominante según la cual el cardenal italiano Scola lidera por el momento los favoritismos de los purpurados.
La fórmula latina que inaugura el cónclave, extra omnes, ya fue pronunciada ayer. Queda la última palabra, el nombre del papa. Se sabe quién pronunciará el nombre: el cardenal francés Jean-Louis Tauran. Habrá de ser un papa con superpoderes para limpiar tantos pecados y restaurar la credibilidad de las palabras que defiende la Iglesia. O tal vez sea un gran artista de la simulación y, como Juan Pablo II, le haga creer al mundo el auge de una Iglesia que estaba lejos de ser un ejemplo. El humo negro que envuelve a la curia no se disipará tan rápido como el humo que salió de los tejados de la Capilla Sixtina.
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