EL MUNDO › COMO FUE SU GESTION AL FRENTE DE LA ARQUIDIOSESIS PORTEÑA
La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional.
› Por Washington Uranga
Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el nuevo pontífice de la Iglesia Católica Romana y como Francisco I será también el primer papa no europeo, el primer latinoamericano y el primer argentino. Todas estas novedades, sin embargo, no deberían hacer pensar que el nuevo papa generará cambios importantes en la Iglesia. Se puede esperar sí que Francisco I avance, como lo hizo en la propia arquidiócesis de Buenos Aires, en una administración ordenada de la Iglesia y en ese sentido pueden producirse novedades en relación con las finanzas del Vaticano y su Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco vaticano seriamente cuestionado en los últimos tiempos y fuertemente sospechado de manejos ilícitos de dinero. Este puede ser un frente de acción inmediato para Bergoglio, quien ha seguido de cerca todo lo que ha venido sucediendo en Roma en esta materia. Probablemente los cardenales Angelo Sodano (secretario de Estado durante el pontificado de Juan Pablo II) y Tarcisio Bertone (en el mismo cargo durante la jefatura de Benedicto XVI) no estén muy contentos con la designación de Bergoglio. La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos característicos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional.
Habrá que esperar a las próximas semanas para que el Papa “hable” a través de los nombramientos en puestos tan claves como la Secretaría de Estado (el número dos de la jerarquía vaticana) y la gobernación del Estado Vaticano, que administra gran parte de los fondos de la Iglesia. Las personas que allí se designen darán indicios respecto del rumbo a tomar.
Es cierto también que, como arzobispo de Buenos Aires y como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos, Bergoglio no tuvo una buena relación con la curia romana y con los cardenales que allí ejercieron el poder. En más de una oportunidad sus diferencias llegaron a traducirse en fuertes protestas cuando, desde Roma, se le pretendió imponer, por ejemplo, el nombramiento episcopal de algunos sacerdotes que no contaban con su aval. En todos esos casos, Bergoglio sorteó las dificultades a través de contactos directos con los papas, primero con Juan Pablo II y luego con Benedicto XVI, con quien tiene especialmente una relación de cercanía. A pesar de que Benedicto XVI, el hoy “Papa emérito”, ha manifestado que no interferirá en la acción de su sucesor, es poco pensable que Ratzinger no siga siendo un hombre de consulta y de referencia para el hoy Francisco I. Sin que esto, dada la personalidad de Bergoglio, implique menoscabo de su autoridad o pérdida de autonomía en sus decisiones.
Es altamente probable que Jorge Bergoglio impulse, no de manera inmediata pero seguramente a paso firme, una reforma de la estructura de la Iglesia, incluyendo a la propia curia romana. Desde su condición de arzobispo y de cardenal, siempre de manera discreta y reservada, Bergoglio ha sido un crítico permanente del funcionamiento de la estructura eclesiástica. En la arquidiócesis de Buenos Aires, si puede servir el ejemplo, intentó reducir al máximo los mecanismos burocráticos y formales, aunque no cedió en nada respecto del manejo centralizado del poder eclesiástico.
En lo doctrinal y en lo pastoral, Bergoglio no habrá de alejarse seguramente de lo sostenido por sus antecesores. No deberían esperarse cambios en cuestiones tales como la moral familiar y sexual, aunque es posible que haya mayor flexibilidad y pequeños gestos de apertura, por ejemplo admitiendo en la comunión eclesiástica a los católicos separados y vueltos a unir en pareja. Son actitudes pastorales que Bergoglio consintió en Buenos Aires, aunque nunca lo haya admitido formal e institucionalmente.
En términos eclesiásticos lo anterior se traduce en mayor capacidad “pastoral”, es decir, de cercanía con las inquietudes y los problemas de los fieles y de las personas en general, pero sin alterar en lo fundamental aquellas cuestiones que se consideran esenciales a la doctrina de la Iglesia.
Seguramente Francisco I continuará la batalla iniciada por Benedicto XVI contra los pedófilos en la Iglesia, una labor que quedó inconclusa y que, según muchos, fue uno de los motivos de la renuncia de Ratzinger. Tampoco habría que esperar mayores reformas en temas tales como el acceso de las mujeres al sacerdocio o la continuidad del celibato obligatorio para los ministros consagrados. En eso Bergoglio no ha dado mayores pasos como obispo y seguramente tampoco lo hará desde el pontificado.
Debería esperarse un magisterio social que insista en el compromiso de la Iglesia Católica con los más pobres, pero al mismo tiempo un tratamiento cauteloso y no agresivo con los poderes económicos, con los que el nuevo pastor universal nunca entró en conflicto directo.
¿Podría Francisco I convocar a un concilio, es decir, una gran asamblea de la Iglesia Católica de todo el mundo para discernir sobre los problemas que afectan a la institución? Bergoglio es un hombre que ejerce la autoridad escuchando a sus pares. Si durante el consistorio y el cónclave este fue un tema abordado y acordado, el nuevo papa puede dar ese paso. En la Iglesia argentina ha dado señales que muestran que es capaz de atender a la opinión mayoritaria de sus colegas, incluso cuando contradicen sus propios puntos de vista. Sucedió con el tema del matrimonio igualitario. Su estrategia no coincidía con la que finalmente se puso en práctica y que había sido acordada mayoritariamente por el Episcopado. Pero, en su condición de presidente del Episcopado, se puso a la cabeza y condujo las acciones que se determinaron. De la misma manera, a la vista de los resultados que a su juicio fueron negativos para la Iglesia, luego “pasó facturas” en el mismo seno de la asamblea episcopal.
Atento a su personalidad, no habrá que esperar del nuevo papa decisiones precipitadas o bruscos cambios de rumbo. Todas las medidas serán tomadas con tiempo, de manera meditada y calculada. También aguardando el momento que el propio Bergoglio considere oportuno y prudente de acuerdo con su criterio y a su conocimiento político institucional.
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