EL MUNDO › OPINIóN
› Por David Brooks *
Los militares y sus jefes civiles están muy preocupados por dos fenómenos en las filas de las fuerzas armadas –incremento significativo en los suicidios y en incidentes de agresión sexual–, y nadie entiende las razones, o por lo menos eso dicen.
Durante los últimos doce años, con dos guerras, más otras acciones militares, se ha incrementado la tasa de suicidios entre militares en actividad, con un nuevo record de 350 casos en 2012, reportó el New York Times. Esta cifra es el doble de hace una década y superior al número de efectivos muertos en Afganistán ese año. En 2002, la tasa de suicidio entre militares fue de 10,3 por cada 100 mil, hoy es de 18 por 100 mil. A pesar de múltiples investigaciones y programas de prevención, los expertos admiten que no tienen claras las causas.
Por otro lado, en lo que algunos califican de epidemia de ataques sexuales, el Pentágono divulgó recientemente que el número de personal militar víctima de agresión sexual y delitos relacionados se ha incrementado 35 por ciento en los últimos dos años. En 2012 se reportaron de manera oficial 3400 casos de agresión sexual en las fuerzas armadas, sólo una fracción de los más de 26 mil que el Pentágono calcula que ocurrieron.
Peor aun, algunos de los encargados de abordar y resolver la incidencia de ataques sexuales ahora están acusados de eso mismo. Primero, el jefe de prevención de asalto sexual de la fuerza aérea, el coronel Jeffrey Krusinski, fue arrestado acusado de tocar y atacar a una mujer en Virginia. Diez días después, un sargento del ejército encargado de manejar casos de asalto sexual en Texas fue puesto bajo investigación por acusaciones de contacto sexual abusivo y, posiblemente, obligar a una subordinada a la prostitución.
A la vez, aunque en casi cada acto oficial, deportivo y hasta algunos culturales los políticos invitan al público a elogiar y expresar su gratitud a las fuerzas armadas por su sacrificio, el trato a veteranos y sus familias parece contradecir esos sentimientos. El número de solicitudes por discapacidad registrado en la Administración de Asuntos de Veteranos –la principal agencia federal encargada de apoyarlos, sobre todo en cuestiones de salud– que están acumuladas a la espera de pago (son catalogadas así si no se han resuelto por lo menos en 125 días) ya casi llega a 600 mil y crece cada día.
Aunque los fenómenos de suicidio y agresión sexual entre uniformados son asuntos complejos que no tienen una sola causa, no existirían sin el contexto de una superpotencia con capacidad militar sin precedente en la historia, con un gasto militar que representa el 41 por ciento del total mundial, según Sipri, y que vive en algo que ya se asimiló como parte normal de la vida estadounidense: la guerra infinita.
La guerra contra el terrorismo que Estados Unidos declaró después del 11 de septiembre de 2001 es tan sólo una parte de la historia bélica de este país, una historia de guerra continua desde sus inicios hasta hoy. Pero sí parece ser la primera guerra que abiertamente se define como indefinida. La semana pasada, Michael Sheehan, secretario asistente de Defensa para operaciones especiales y conflictos de baja intensidad, fue interrogado en una audiencia en el Senado sobre qué tanto tiempo considera que durará la guerra contra el terrorismo: “Por lo menos de 10 a 20 años”, respondió tranquilamente (sin incluir los 12 años que lleva). No sólo no parece haber un límite de tiempo, sino tampoco límite geográfico para esta guerra, ya que se libra desde ciudades de Estados Unidos hasta pueblos de Medio Oriente y Africa.
Glenn Greenwald, columnista de The Guardian, comenta que “es difícil resistir la conclusión de que esta guerra no tiene ningún otro propósito que su perpetuación. Esta guerra no es un medio para un fin, sino el fin en sí... También es su propio combustible: es precisamente esta guerra sin fin –justificada en nombre de detener la amenaza del terrorismo– la mayor causa de esa amenaza”.
El historiador y veterano militar Andrew Bacevich acaba de publicar un libro en el que advierte que la trinidad sagrada del poder militar estadounidense, la huella mundial del Pentágono y la disposición estadounidense al intervencionismo hoy día generan una condición de crisis de seguridad nacional permanente. Eso, afirma, establece la justificación para una condición de guerra sin fin. Mientras tanto, el público ya no cuestiona todo esto, critica el experto.
Cuando su hijo, teniente del ejército, murió en combate en Irak en 2007, Bacevich escribió en el Washington Post que “los oradores oficiales repiten la línea de que la vida de un soldado no tiene precio. Yo sí sé qué valor asigna el gobierno estadounidense a la vida de un soldado: me han entregado el cheque”.
Si te capacitan para ser participante en esta guerra infinita, te dicen que el enemigo es global, que puede estar a la vuelta de tu casa o en unas montañas o desiertos a miles de kilómetros, te enseñan que la violencia es una respuesta legítima y que tenés el derecho y el deber de usarla y te dicen que hacerlo es heroico, tal vez eso explica algo. Si de repente regresás y no hay empleo, no hay vivienda, y no hay apoyo, ni para las discapacidades que tenés por defender a tu patria, y las guerras en que participaste fueron detonadas por engaños y manipulaciones por los comandantes civiles, tal vez eso también explica algo. Tal vez la guerra y la militarización deshumanizan a todos. Tal vez con la guerra no destruís sólo al enemigo, sino a vos mismo.
Tal vez ésos son los costos de la guerra infinita.
* De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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