Jueves, 13 de junio de 2013 | Hoy
EL MUNDO › GOULART Y NERUDA PODRIAN HABER SIDO ENVENENADOS COMO PARTE DEL SISTEMA REPRESIVO REGIONAL
La primera analogía entre el deceso del ex presidente brasileño y el del poeta chileno son los certificados de defunción de ambos. Se investiga la participación del agente Michael Townley y el rastro de armas químicas.
Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
¿El Plan Cóndor envenenó a Joao Goulart y a Pablo Neruda? Faltan informaciones para responder de forma categórica a esa pregunta, que prácticamente nadie se hacía diez años atrás y comenzó a cobrar consistencia con la exhumación del cuerpo del poeta chileno hace dos meses y el desentierro que se realizará próximamente de los restos del ex presidente brasileño, fallecido en Argentina cuando estaba en la mira de las dictaduras de Jorge Videla y las de sus colegas, Ernesto Geisel, en Brasil, y Aparicio Méndez, en Uruguay, mancomunadas en la red terrorista Cóndor.
El otrora inodoro e invisible rastro de las armas químicas que habrían sido empleadas para eliminar a enemigos de los regímenes de facto, ahora comienza a cobrar “alguna forma, todavía medio nebulosa, pero que nosotros vamos a investigar a fondo”, declaró Nadine Borges, integrante de la Comisión de la Verdad creada por la presidenta Dilma Rousseff, que tiene entre sus prioridades esclarecer cómo murió y, eventualmente, quién mató a Goulart.
La primera analogía entre el deceso del líder brasileño y el del escritor chileno Neruda son los certificados de defunción de ambos, viciados de ambigüedades y falsedades, uno emitido en Corrientes en diciembre de 1976, el otro en Santiago de Chile, en septiembre de 1973. Desde la semana pasada se agregó otro dato que endereza las pistas hacia la CIA y uno de sus agentes, Michael Townley, que también era miembro de los servicios chilenos. El norteamericano fue acusado como presunto culpable de la intoxicación de Neruda, nada menos que por el chofer del poeta, en declaraciones a la corresponsal en Santiago de la agencia italiana ANSA. El conductor Manuel Araya, hombre que gozaba de la confianza del escritor, estuvo con él hasta horas antes de fallecer en la exclusiva Clínica Santa María, el 23 de septiembre de 1973, doce días después del derrocamiento de Salvador Allende.
La denuncia de Araya y la acción impulsada por el Partido Comunista de Chile fueron llevadas en serio por la Justicia, que ordenó exhumar el cuerpo del poeta el 8 de abril pasado, tarea confiada a peritos especializados y monitoreada por expertos de la Cruz Roja Internacional.
“Estoy tomando conocimiento a través suyo de esta denuncia contra el agente norteamericano Michael Townley, esto tiene importancia para nosotros. Entiendo que puede ser útil para nuestra investigación sobre la muerte del presidente Goulart antes de que se comience a hacer la exhumación, esto nos da más elementos para reconstruir lo que realmente ocurrió en 1976”, comentó la brasileña Nadine Borges, durante la conversación con Página/12.
“Townley estuvo comprometido en casos muy conocidos del Cóndor, si esta denuncia se confirmara, está claro que no podemos apresurarnos a dar nada por cierto todavía, sería otro dato. Porque nos demostraría que el Cóndor realmente utilizó el veneno como arma, y nos aportaría otro elemento para esclarecer qué pasó con Goulart”, abundó Borges, que asesora ad honorem a la coordinadora de la Comisión de la Verdad, Rosa Cardoso.
Si las sospechas contra Townley, cuadro importante de la DINA chilena, se confirmaran, por lo menos podrá reconstruirse uno de los capítulos más revulsivos, el de eliminación bioquímica de opositores en Chile y, presumiblemente, varios países de la región.
Townley, hoy residente en Estados Unidos con identidad falsa, beneficiado por la ley que protege delatores, fue un paradigma del Cóndor: un carnicero serial al servicio de la guerra sin fronteras contra el comunismo real y el imaginado por los generales sudamericanos. Fue Townley quien asesinó en 1975, en Washington, al ex canciller chileno Orlando Letelier, en 1975 participó del atentado que hirió gravemente al ex vicepresidente chileno Bernardo Leighton en Roma y pocos meses antes, en 1974, ejecutó en Buenos Aires al general democrático Carlos Prats, exiliados tras la irrupción de Pinochet.
A ese record terrorista se sumaría el hasta ahora no probado crimen contra Pablo Neruda, seguido con interés particular en Brasil, donde la semana pasada la Comisión de la Verdad recibió a los especialistas de la Cruz Roja que observaron el desentierro de los restos del poeta en Santiago. Especialistas argentinos y uruguayos también fueron consultados hace una semana por integrantes de la Comisión y representantes del gobierno brasileño, en el estado de Rio Grande do Sul, donde yacen los restos de Goulart desde el 7 de diciembre de 1976, cuando el dictador Ernesto Geisel ordenó que no fueran sometidos a autopsia.
“En estas averiguaciones hay que moverse con sumo cuidado para no dar pasos en falso”, recomienda Borges durante la entrevista con este diario en la que, luego de hacer esa advertencia, señaló que si bien “muchas pruebas fueron borradas por el tiempo, noso-tros consideramos que lo correcto es no quedarse con dudas e investigar, por eso creemos que hay que avanzar tanto como se pueda con los estudios de lo que pasó con Neruda y Goulart, y buscar si hay algunos paralelos que me parece que pueden existir”, observa. Para llegar a la verdad sobre el pasado, señala Borges, se debe trabajar tanto con las herramientas técnicas que aportan los especialistas forenses como con la reconstrucción histórica de los hechos.
Sostiene Borges que tal vez no haya un vínculo factual entre las dos muertes (Goulart y Neruda), pero eso no quita que de los restos del escritor surjan indicios que ayuden a entender otro magnicidio químico: el del ex presidente chileno Eduardo Frei Montalva, también ocurrido en la fatídica clínica Santa María. Son casi incontestables las evidencias de que Frei Montalva fue intoxicado a comienzos de 1982 por agentes pinochetistas, empleando un modus operandi similar al que habría terminado con la vida de Neruda.
Aquí emerge otro paralelo entre el terrorismo de Estado chileno y el brasileño, que no es químico, sino político. Al asesinar a Frei Montalva, Pinochet se quito del camino a un político moderado capaz de aglutinar simpatías progresistas y conservadoras comprometidas con la transición democrática. Una matriz política similar habría sido la que guió a los militares brasileños frente a Goulart, cuyo asesinato no está probado. Joao “Jango” Goulart era un dirigente nacionalista de centroizquierda, componedor, con interlocutores en todo el arco político brasileño, que había cultivado amistades en el peronismo argentino y la izquierda uruguaya, alguien, en suma, con los atributos para comandar la disputa por la reapertura democrática, un personaje incómodo para el dictador Geisel.
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