Sáb 22.06.2013

EL MUNDO  › CLIMA DE RESACA AYER EN BRASIL DESPUES DE LAS MASIVAS MANIFESTACIONES QUE SACUDIERON AL PAIS

Un monstruo llamado opinión pública

Por la mañana, los integrantes del movimiento que empezó todo eso anunciaron que ya no volverían a convocar marchas. Por la noche, finalmente la presidenta Dilma Rousseff hizo un pronunciamiento a la nación.

› Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro

Brasil vivió ayer el clima de resaca, luego de la formidable secuencia de multitudinarias movilizaciones populares que sacudieron al país a lo largo de las últimas dos semanas. Hubo nuevas manifestaciones y marchas, pero con bastante menos participación que las anteriores.

Por la mañana, los integrantes del movimiento que empezó todo eso anunciaron que ya no volverían a convocar marchas. Por la noche, finalmente la presidenta Dilma Rousseff hizo un pronunciamiento a la nación. Desde las nueve de la mañana la presidenta estuvo reunida con ministros y asesores. Por teléfono, habló con el ex presidente Lula da Silva en al menos dos ocasiones. Dilma se resistía en hablar al país, para no atraer hacia su figura el peso de la circunstancia que viven los brasileños. Lula da Silva la convenció de que pasar esa misión a un ministro sería negativo. Por la tarde, Joao Santana, el publicista encargado de la imagen de la presidenta, se reunió con Franklin Martins, un veterano y talentoso periodista que asesora a Lula, y que fue su ministro de Comunicación Social. A cuatro manos, Santana y Martins redactaron el texto, que luego fue sometido a la rigurosa lupa de Dilma.

A su vez, ya en la mañana el difuso Movimiento Pase Libre, el MPL, creado en 2005 e integrado por estudiantes universitarios, anunció que ya no volverá, al menos por ahora, a convocar marchas y manifestaciones en San Pablo. Dijeron que el objetivo principal, la anulación de los aumentos en los pasajes de transporte público urbano, había sido ampliamente alcanzado. Además, argumentaron no querer que “la extrema derecha se apropie” del movimiento que desataron a principios de junio, cuando convocaron las primeras movilizaciones callejeras en San Pablo para protestar contra el aumento en los transportes públicos de la ciudad. El MPL actúa en prácticamente todo el país, pese a no tener ningún dirigente destacado.

La verdad es que son unos pocos, pero con un poder de convocatoria sorprendente. Ni siquiera hay líderes conocidos. Sus integrantes dicen tener una “actuación horizontal, con 40 o 50 miembros”, como si fuese una explicación fácilmente comprensible. Como quedó en evidencia, su capacidad de convocar es amplia. Ya a la hora de coordinar, organizar y dialogar, nada.

De todas formas, la actitud del MPL es un reflejo nítido de lo que ocurre en Brasil desde la noche del pasado jueves, cuando hubo brutales escenas de vandalismo por grupúsculos que participaron de las marchas en Río de Janeiro, Porto Alegre, Salvador y Belem, y de absoluto descontrol de parte de las fuerzas de seguridad.

Al no existir una consigna común, que de inicio fue protestar contra el aumento del transporte, las manifestaciones se desbordaron y la situación escapó de control. Porque por más que el MPL carezca de estructura y capacidad de organización, había al menos una reivindicación clara compartida por los manifestantes.

Las exigencias siguientes –mejor salud pública, mejor educación, mejor transporte– son justas y urgentes, pero también un tanto vagas. En términos de análisis político, sirve de estruendoso alerta a las autoridades en todas las esferas (municipal, provincial, nacional). En términos de acción inmediata y de cobrar resultados de la noche al día, imposible.

Lo que pasará de aquí en adelante, en relación con marchas y movilizaciones, nadie puede preverlo. Las manifestaciones de ayer fueron aisladas en términos geográficos. En San Pablo, por ejemplo, las columnas bloquearon rutas y carreteras del entorno urbano, aislando inclusive al aeropuerto internacional de Guarulhos, el de mayor movimiento en Sudamérica. Mientras, en la céntrica plaza Roosevelt, alrededor de tres mil personas se manifestaban en defensa de los derechos de las minorías sexuales. En Río, en la dorada orla de Ipanema y Leblon, la marcha exigía respeto a los ciudadanos, mejores servicios de salud, educación y transporte y el fin de la corrupción, mientras en la Barra da Tijuca, barrio de la lejana zona oeste, bandos surgidos de las barriadas pobres de esa región de nuevos ricos invadían agencias de coches de lujo y destrozaban Mercedes Benz y Audis cuyos precios significarían sus sueldos de toda una vida. A todo eso se sumaban, tanto en esa región de Río como en la otra punta de la ciudad, grupos de saqueadores que aprovechaban los embotellamientos para asaltar a motoristas y el pánico generalizado para saquear supermercados. No sin razón, uno de los integrantes del MPL reconoció, en una entrevista, que “hemos creado un monstruo y ahora no sabemos cómo controlarlo ni detenerlo”.

Dilma Rousseff pasó el día preparándose para intentar entender qué ocurre. El país pasará muchos días más en el mismo intento.

Una cosa, al menos, todos ya saben: había y hay una fuerte ola de insatisfacción que estaba hibernando y ahora salió de su letargo. Los brasileños, que no tienen la costumbre de las calles excepto en ocasiones puntuales y frente a temas muy concretos, han descubierto esa herramienta de presión. La clase política está mucho, pero mucho más alejada del clamor de la gente de lo que creía en su prepotente egoísmo.

Un monstruo salió a las calles y ese monstruo se llama opinión pública.

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