Lunes, 8 de julio de 2013 | Hoy
EL MUNDO › PAOLO GERBAUDO, EXPERTO EN PROTESTAS SOCIALES DEL KINGS COLLEGE
El académico señala que en las manifestaciones en Brasil, Turquía y Egipto se ven banderas, a diferencia de los movimientos antiglobalización. Y que son demandas específicas, espontáneas y con escasas proclamas programáticas.
Por Marcelo Justo
Desde Londres
Las protestas que han sacudido los sistemas políticos de naciones tan dispares como Egipto y Brasil en los últimos tres años no provienen de la estructura política tradicional sino de la calle, de una tradición movimientista. En la Europa de la austeridad, en el Brasil de Dilma Rousseff, en la primavera árabe y en la Turquía pro-islamista de Recep Tayyip Erdogan estos movimientos –se llamen indignados, Movimiento Pase Libre u Ockupy– tienen rasgos organizativos similares, una mezcla de espontaneidad, demandas específicas y escasas proclamas programáticas. En diálogo con Página/12 Paolo Gerbaudo, académico del Kings College, especializado en los nuevos movimientos sociales, analizó las expectativas y los límites de estos movimientos políticos.
–¿Usted ve alguna similitud entre lo que pasó en Brasil y Turquía y los movimientos sociales europeos como indignados u Ockupy?
–Estos movimientos son a la vez similares y diferentes. La diferencia pasa por el medio social en el que ocurren. Los movimientos en Brasil y en Turquía expresan diferentes realidades que los de España, Estados Unidos. No se puede postular una pertenencia unilineal. Pero hay similitudes que se ven en la manera en que los manifestantes expresan su protesta, en los símbolos que usan. La máscara de Vendetta, como símbolo de cierto anarquismo antiautoritario, es un ejemplo. Se la ve en las protestas de Dubai, en las de Egipto. En la tapa de un diario turco apareció una foto muy interesante durante las manifestaciones de Brasil. En una mitad de la tapa estaba un manifestante con la máscara de Vendetta y la bandera de Brasil. En la otra mitad había un manifestante en Turquía con la máscara de Vendetta y la bandera turca. Lo que muestra otro elemento. A diferencia de los movimientos antiglobalizadores estos movimientos son nacionales como se ve en la presencia de las banderas. En los movimientos antiglobalización, había un fuerte elemento contracultural y minorista. Un postulado básico era la diversidad de tácticas y pertenencias: anarquistas, feministas, ecologistas eran parte de un movimiento que se basaba en la idea de resistencia en un momento en que la mayoría sentía que el sistema le estaba ofreciendo suficientes cosas como para estar conformes. No es la situación ahora que hay un fuerte rechazo del neoliberalismo. Si uno pregunta a la gente lo que piensa de los bancos o del sistema económico, la respuesta intuitiva, sin usar un lenguaje técnico, es casi unánime de indignación sobre la disfuncionalidad del sistema.
–Pero si en la Europa de los ’60 o los ’70 hubiera ocurrido una austeridad como la que sucede ahora, la respuesta habría sido mucho más fuerte, casi una situación pre-revolucionaria. Una cosa que sorprende de lo que está pasando es que haya tomado tanto tiempo en articular una respuesta. ¿Qué es lo que está faltando?
–Estos movimientos no comienzan con una identidad centrada en una ideología. Son lugares de convergencia que comparten la sensación de ser víctimas del sistema. No son un movimiento minoritario. Estuve en España y una cosa que me impresionó mucho fue que en las asambleas se paraba a hablar un experto en computación y decía “yo también estoy indignado” y a su lado había una jubilada que veía una fuerte reducción de su jubilación y decía lo mismo que ella también estaba indignada. Este “también” es fundamental. Estos movimientos todavía están luchando por tener una visión coherente, no sólo la oposición a lo que hay. Las asambleas populares son un intento de construir esta visión. En un sentido son un paso fundamental, pero no hay que confundirse, no hay que idolatrarlas. Las asambleas no son la solución, ni van a producir resultados. En la Asamblea se reúne gente que comparten los mismos reclamos, pero que tienen identidades políticas distintas. Los indignados están dividiéndose ahora entre los que tienen una raigambre liberal-conservadora en la que hasta hay un miembro del Opus Dei y los otros que son autonomistas.
–En la Argentina se puede ver un ciclo completo de las Asambleas. Al principio de la crisis, en 2001-2002 fueron muy importantes, pero luego, a medida que la economía se recuperó, se fueron diluyendo. Hoy son políticamente irrelevantes. ¿No es éste un problema de todos estos movimientos que dependen totalmente de una crisis?
–Totalmente. Las Asambleas son una especie de sueño anarquista de que se va a poder funcionar con un sistema de asambleas. Se ha visto en Argentina, en Grecia, en España. Hay un extraordinario entusiasmo cuando el movimiento comienza con la idea de que van a sustituir los gobiernos, pero esto no ocurre, en parte porque las asambleas requieren un gasto de energía extraordinariamente grande. A Oscar Wilde le atribuyen una frase que refleja esto: “El socialismo requiere demasiadas reuniones los miércoles por la noche”. A la gente le encantan las reuniones, pero las reuniones son agotadoras. Las Asambleas son un medio, parte de las herramientas que tenemos para un cambio. El peligro es que creamos que los medios son lo importante. Es lo que dice uno de los ideólogos del movimiento Occupy Wall Street, David Graeber, lo “importante son los medios correctos”. Esto es como decir, no importa la ideología, la visión, importa la democracia.
–En una carta del movimiento Pase Libre a Dilma Rousseff se lee que “el transporte debe ser público de verdad, accesible a todos, o sea, un derecho universal. Cuestionar la tarifa es cuestionar la propia lógica de la política tarifaria que somete el transporte al lucro de los empresarios. Esto parece un germen de ideología.
–Exactamente. Pero tienen una limitación. No plantean una hoja de ruta. ¿Por qué? Porque no se está aceptando que es el estado el que va a tener que resolver el tema. ¿A quién le estamos planteando esta demanda? Al Estado. En el caso de Brasil es claro. Hay una contradicción entre lo que se plantea como parte de un movimiento autónomo que rechaza al estado pero que a su vez depende del estado para la satisfacción de sus demandas. Pero sí hay un germen de una ideología basada en los derechos sociales, basada en la idea de la gente común y corriente, una ideología que pone el énfasis en el derecho al espacio ciudadano. Es una serie de demandas que reflejan la estructura social en el movimiento, la precaria clase media que quiere hospitales, espacios públicos, parques, educación, transporte.
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