EL MUNDO › OPINIóN
› Por Pablo Semán *
La interpretación de las acciones del Papa oscila entre la adhesión acrítica a la “papamanía” y la evaluación de que acá no ha cambiado nada, porque lo principal, que sólo podría cambiar en lustros, pero necesita ya unos primeros pasos, no ha cambiado. Tal vez sea bueno poner parámetros más específicos ante el peligro de ignorar la cualidad del proceso en curso.
Las bases sociales del catolicismo se erosionan por la competencia de las más diversas ofertas religiosas, y por transformaciones políticas y morales que avanzando en un genérico sentido “liberal”, aumentan el hiato entre lo socialmente admitido y lo que el catolicismo aprueba. La evaluación de las acciones del Papa no puede asumir que el horizonte de conciliación entre liberalismo, catolicismo y progresismo es simplemente posible. Pero menos se debe ceder a la tentación de concebir el catolicismo como lo hace una parte de los catolicismos militantes: como coextensivo de sociedad (sea en escala nacional o planetaria).
El catolicismo es una parte más importante de lo que muchos querrían, con una correlación de fuerzas propia, que es preciso comprender más allá de que alguno piense que es posible que a la Iglesia Católica la conduzca Madonna. No menos debe tenerse en cuenta algo que se omite. La secularización no es un Estado que se alcanza de una vez y para siempre, sino el proceso por el cual se abre una dinámica de conflictos para acotar y definir aquello mismo que se crea: la religión –sólo las sociedades modernas constituyen de forma apartada el dominio de “lo religioso” como el de “lo económico”–. La secularización, la laicidad y la creación del dominio de la religión son parte del proceso histórico de creación de una frontera móvil, reversible y permanentemente en cuestión. En ese contexto habría que ver que los cambios “interesantes” dentro del catolicismo quizá no lo sean tanto para el conjunto de la sociedad.
Más vacía que hasta ahora la Iglesia Católica no podrá estar. Y esa es la apuesta de Francisco, como fue la de Mao Tsé Tung cuando llamó a “bombardear el comité central del partido” en que había quedado en minoría: que lo que está implotando se hinche de nuevas presencias y choque contra los límites actuales para moverlos canalizados desde el vértice. Paso movilizador que será resistido por el clero y revelará las limitaciones de los laicos para revertir la decadencia en sociedades que buscan en la religión lo que el catolicismo a veces retacea (milagros, participación, libertad, fiesta) y a veces revolea (discriminaciones de status y de género y regulaciones corporales).
Laicos prisioneros de la terminología defensiva con que se los posicionó frente al “mundo” lleno de “maldades” de todos los signos: “consumo”, “materialismo”, “irracionalidad”, “facilismo religioso”, “sectas”, “hedonismo”, “sexo” e “individualismo” (males con los que las sensibilidades religiosas emergentes han pactado a placer). Si el aluvión de participación no solucionará per se los problemas que dejan cianótico al catolicismo, no es que todo siga igual. Es cuestión de parámetros propios de la situación y no de los que se proponen sin descentramiento: la hegemonía del catolicismo la disputaron en Argentina Aguer y Bergoglio y no, como parece suponerse desde el progresismo externo a la Iglesia Católica, Alex Freyre y el actual Francisco (y tampoco, como se supone magnificando su peso, disputaron de igual a igual la Teología de la Liberación y el “conservadurismo”). La expectativa de un Papa “progre”, hay que decirlo, es un espejismo de ateos. Con estos parámetros y en varias escalas hay cambios que son transitorios como todos, pero no pueden ser oscurecidos por el hecho de que no ocurran como entre hinchadas, ostentando los trapos robados.
La lista de items congelados que Francisco toca disminuye cada día para sorpresa de lo esperable la jornada inmediatamente anterior: sucesivamente reivindicó la laicidad del Estado, cuestionó el clericalismo, subrayó la militancia social y aun violando un tabú para la curia, planteó un punto de vista hasta ayer imposible sobre los homosexuales (en términos que desde el punto de vista de las concepciones igualitarias son repudiables). Para nosotros (digamos los lectores de Página/12, los que no somos católicos, o no formamos parte central de la realidad política del catolicismo) los gestos de Francisco pueden ser pour la gallerie o irrelevantes. Una referencia al famoso documento de Aparecida, en el que Bergoglio intervino de forma crucial, muestra que no es así en el contexto católico. Dicho documento, que es el origen de la expresión “no somos una ONG”, sintetiza, justo en esa idea, el necesario reconocimiento de la militancia social y el tributo a la presión que exigía que esa militancia sea evangelizadora y cristianizante. En la relación de fuerzas del catolicismo, en la que Clodovis Boff, el hermano conservador, ha sido en ese documento más importante que el marginado Leonardo, lo desproporcionadamente apuntado como inmovilismo debe computarse como corrimiento al “centro”, cuando todo estaba muy a la “derecha”.
Ese nivel de síntesis, amplio, referido a un espectro de escenas y fuerzas que desde nuestro punto de vista no son las más visibles, pero son las más importantes, es el mismo que, lógicamente, intenta la política de Cristina Fernández ante la novedad. Es inevitable pensar que la nacionalidad y el impulso del Papa, junto a las reacciones de la casi totalidad el espectro político, no han transformado en algo la situación y que esto ya es un cambio (y si no pensemos en el stand by en que ha ingresado la cuestión del aborto). La política de la jefa de Estado se da en una senda en la que avanza, por la otra mano, el Papa. Y si éste se ha vuelto más afín a la Constitución no es menos cierto que la Presidenta se ha vuelto más “papista” revelando la contingencia de la secularización (algo que me maravilla como “científico” y me preocupa como ciudadano). Esto, que no obliga a quienes tenemos responsabilidades y posiciones diferentes de las de la Presidenta a silenciar cualquier cuestionamiento de la perspectiva papal, tampoco debe impedir reconocer que, nos guste o no, algo ha cambiado. En un temporal en el que conviven entre otras potencias el proceso que dio lugar a la sanción de la ley de identidad de género, las fuerzas desencadenadas por Bergoglio, el ultramontanismo que rigorea en Salta y el enorme valor de la red social que provee el catolicismo frente a las tormentas de la economía, lo único que no conviene es ser ciego.
* Investigador del Conicet.
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