Mié 16.10.2013

EL MUNDO  › RACISMO GALOPANTE, TERROR A LA PALABRA “INMIGRACIóN” Y DESACUERDOS ENTRE LOS ESTADOS QUE COMPONEN LA UE

Europa, inerte ante el drama inmigrante

Según la ONU, 1500 personas mueren por año en el Mediterráneo, en su mayoría en las costas del norte de Africa. Veinte mil ya han muerto tragadas por el mar en las últimas dos décadas, cerca de 400 en los últimos 15 días.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

Las máscaras del bien se caen como maquillaje barrido por la lluvia. Detrás aparece el horripilante rostro de una verdad oculta en el papel regalo de una larga cultura declamatoria. La Unión Europea siembra sus valores con la palabra, pero los niega con los hechos. La realidad no resiste mucho: según cifras de la ONU, 1500 personas mueren por año en el Mediterráneo, en su mayoría en las costas del norte de Africa. Veinte mil ya han muerto tragadas por el mar en las últimas dos décadas, cerca de 400 en los últimos 15 días. Hace una semana, los ministros de Interior de la Unión Europea fueron incapaces de aportar tanto una estrategia como una respuesta humana común al drama cotidiano de las miles de personas que se lanzan al mar en barcazas improvisadas con destino a las costas de Malta o de Italia. Inacción, racismo galopante, terror a la palabra “inmigración”, desacuerdos entre los Estados que componen la UE, miseria de los países africanos de donde huyen los migrantes en busca de un destino mejor: todo concurre a hacer del Mediterráneo lo que el presidente de Malta, Joseph Muscat, llamó “un cementerio”.

Los dictadores de Africa que antes aplastaban a sus pueblos al mismo tiempo que le garantizaban al Viejo Continente un control férreo de las fronteras fueron desapareciendo bajo el impulso de la llamada Primavera Arabe, que floreció en Túnez en 2011 y se propagó luego por Egipto, Siria, Libia y Jordania. Muchos lo lamentan. El senador de derecha Philippe Marini, presidente de la Comisión de Finanzas del Senado francés, escribió en un tweet: “La afluencia de refugiados africanos a Lampedusa y pronto a Francia me hace lamentar la desaparición del régimen de Muammar Khadafi”. El gran demócrata prefiere la seguridad fronteriza garantizada por protodictadores. Las costas libias son, de hecho, el punto más intrincado. Por allí pasa una gran parte de los candidatos a la inmigración provenientes de los países del Cuerno de Africa, que es una de las regiones más pobres del mundo. Se trata de Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía. Para colmo de males, al igual que lo que ocurre con los centroamericanos que pasan a través de México para llegar a los Estados Unidos, muchos caen en las garras de las redes de traficantes. Hay una red mafiosa en Libia que, desde Trípoli, organiza el viaje hacia Lampedusa a cambio de unos 1200 euros. Según el Alto Comisionado de la ONU para los refugiados, 32.000 personas llegaron a las costas italianas y de Malta en lo que va del año. Si el ritmo se mantiene, la afluencia puede igualar o superar incluso la de 2012. Frontex, la agencia europea a cargo de la cooperación fronteriza, calcula que cerca de 73.000 personas se apostaron en las fronteras de la Unión en el curso de 2012.

“No se puede seguir así”, dijo el premier italiano, Enrico Letta. Sin embargo, todo sigue igual, los dramas se acumulan y quienes se encuentran en peligro en alta mar ni siquiera pueden contar plenamente con la solidaridad de los pesqueros. No porque les falte voluntad, sino, las más de las veces, porque en Italia existe una ley que penaliza a quienes asisten, ayudan o encubren a extranjeros sin papeles. Dar una mano a un semejante es un delito. Europa naufraga con los náufragos africanos. La Unión Europea no tiene plan, ni criterios comunes. Lo único que saca de la manga son medidas de represión preventivas que consisten en alejar a los migrantes. Cecilia Malmström, la comisaria europea a cargo de la Seguridad, dijo la semana pasada que los miembros de la UE “deben mostrarse solidarios con los inmigrantes y con los países que enfrentan flujos migratorios crecientes”. Por ahora, ni lo uno, ni lo otro. Europa cuenta con un dispositivo que recién entrará en vigencia durante el próximo diciembre. Se trata del sistema Eurosur, una red cuya única utilidad consiste en compartir informaciones satelitales en tiempo real sobre la situación en las fronteras exteriores. En suma, una suerte de policía comunitaria. El otro organismo dedicado a la gestión de la cooperación en las fronteras exteriores de la UE, Frontex, vio su presupuesto caer de 118 millones de euros a 85. El próximo 24 y 25 de octubre habrá un Consejo europeo donde se abordará la cuestión. Thierry Repentin, el ministro francés de Asuntos europeos, resaltó que París propondrá en esa reunión “medios financieros y técnicos” porque no “se puede dejar que hombres y mujeres mueran en el mar sin una respuesta colectiva”. Las líneas, sin embargo, no se moverán, o sea, no habrá una acción conjunta de envergadura. El principio europeo según el cual el primer país adonde llega el inmigrante debe gestionar su demanda de asilo y ocuparse de él no se cambiará, incluso bajo el peso del drama que cada semana sacude Lampedusa o Malta. No hay ningún dirigente valiente que ponga sobre la mesa el tema migratorio de manera realista y colectiva. El avance imparable de las extremas derechas populistas paraliza a los dirigentes del Viejo Continente. Los responsables políticos de izquierda y de derecha mezclan sutilmente las ideas de los populistas –así les llaman hoy a los fachos...– hasta confundir voluntariamente la inmigración con la delincuencia y el desempleo, y la libre circulación de las personas con el incremento de los flujos migratorios.

El último hallazgo de Italia se llama Mare nostrum. Es el nombre del operativo “militar humanitario” lanzado por el gobierno: cuatro barcos, helicópteros y drones van a controlar los flujos migratorios en el Mediterráneo, o sea, reenviar a los migrantes a su infierno de origen. Quienes exponen sus vidas para atravesar el Mediterráneo refuerzan los fantasmas de los ciudadanos europeos, obsesionados con eso que el antropólogo y director del Instituto de Investigación para el Desarrollo, Marc Agier, llama el “extranjero abstracto”: figura que aúna todos los miedos y los menosprecios, las culpas y las cargas tóxicas, el racismo común de cada día, la xenofobia de los “populistas” y de los propios Estados que llevan décadas elaborando una suerte de responsable extranjero idealizado, culpable del desempleo, de la delincuencia, de la pérdida de los valores propios, de la crisis económica, del deterioro de la nación. Sus multinacionales, sus subvenciones agrícolas, sus proteccionismos continúan, sin embargo, expoliando al planeta con la misma indiferencia con que, en las bellas aguas del Mediterráneo, mueren cada semana decenas de personas que se largan al mar llenas de esperanzas para terminar en el patíbulo o en el fondo del mar. Náufragos de la miseria abandonados por los mismos países que los colonizaron o que, durante décadas y décadas, pactaron y colaboraron con regímenes infrahumanos, corruptos y asesinos de sus propios pueblos.

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