Jue 17.10.2013

EL MUNDO  › OPINIóN

Priebke y después

› Por Martín Lozada *

Mencionar la reciente muerte de Erich Priebke, condenado como autor de crímenes de guerra, puede tener algún sentido si todo el dolor que alguna vez causara es capaz de hacernos reflexionar.

No se trata de demonizar al personaje, pues sus crímenes lo hacen por sí mismo. En todo caso, el problema radica en determinar cuáles son los campos en los que su recuerdo, los de Erich Priebke, asesino masivo, puede ser invocado para generar algo más inspirador que la memoria colectiva que nos ha dejado acerca de su persona.

Entre las especulaciones posibles cabe recordar al filósofo y jurista italiano Luigi Ferrajoli, quien recientemente ha formulado algunos interrogantes criminológicos de inusitada actualidad. Entre aquéllos: ¿qué tiene que decir la criminología frente a los innumerables genocidios y crímenes de guerra del siglo pasado y del presente?

¿Qué tiene que decir frente a los innumerables genocidios del siglo pasado, no sólo respecto del Holocausto, sino también ante los otros innumerables asesinatos masivos, tales como los ocho millones de personas exterminadas en 1884 por la colonización belga del Congo; el millón y medio de armenios masacrados entre 1915 y 1922; o los dos millones en Camboya entre 1975 y 1979; o bien ante las masacres de los años noventa, los kurdos en Irak, los musulmanes de Bosnia y los tutsis en Ruanda?

Ferrajoli afirma que todas estas atrocidades, cuyo daño es incomparablemente más grave que el de todos los delitos castigados por la Justicia Penal, ponen en cuestión la naturaleza y el propio rol de la criminología.

¿Puede seguir desinteresada, como lo ha hecho hasta ahora? ¿O no deberían esos millones de muertos, de víctimas de la guerra o del mercado o del desarrollo industrial insostenible, constituir el tema privilegiado de una nueva criminología mundial?

En cuanto a los crímenes del poder previstos en nuestros ordenamientos como delitos, la relación de la criminología con el derecho penal debe ser de crítica, a fin de buscar la reversión de la doble vía que hace al sistema penal un recurso fuertemente clasista.

Es decir, basado en un mecanismo penal máximo, duro e inflexible, esgrimido contra la delincuencia de los pobres y la delincuencia de subsistencia; y en otro mínimo, máximamente leve e indulgente contra los crímenes del poder, la corrupción y las bancarrotas.

Los desafíos que enfrentaría una disciplina tal contrastan con los actuales postulados de una criminología mediática, bastardeada por los intereses electorales de políticos en campaña permanente. Todos ellos urgidos de soluciones fáciles y propuestas altisonantes, enfocados siempre sobre la gestión de la microdelincuencia y la conflictividad ciudadana.

La memoria barbárica, aquella que se erige alrededor de los episodios más traumáticos de la vida de los pueblos, seguramente habrá de guardar un lugar privilegiado para Priebke y sus crímenes. Entre tanto, su muerte nos recuerda cuánto queda por hacer entre nosotros para prevenir los crímenes masivos y los genocidios.

* Juez Penal. Catedrático de la Unesco en Derechos Humanos, Paz y Democracia por la Universidad de Utrecht, Países Bajos.

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