Dom 07.09.2003

EL MUNDO  › OPINION

El porvenir de una ilusión

› Por Claudio Uriarte

Las “terceras vías”, la ilusión de encontrar (o fabricar) socios moderados y aceptables dentro de un campo opuesto, son un clásico de la diplomacia norteamericana. Estados Unidos trató de hallar una en Vietnam, y hasta poco antes de la ofensiva de 2001 contra Afganistán, Colin Powell, secretario de Estado norteamericano, perseguía la quimera de un “talibán moderado”. Esa ilusión volvió a estrellarse nuevamente ayer, y sus probabilidades nunca fueron mayores que en Vietnam o Afganistán. La invención de Mahmud Abbas como primer ministro palestino y reemplazante de Yasser Arafat nunca dejó de ser una creación de laboratorio. Es que el líder de los palestinos es elegido por los palestinos, no por Estados Unidos. Y ese líder volvió a imponerse ayer.
La guerra de baja intensidad está a la orden del día. En verdad, nunca dejó de estarlo. Después de la unción parlamentaria de Abbas en abril, cinco atentados suicidas palestinos mataron a 12 israelíes a mediados de mayo. En junio, Hamas volvió a la carga, matando a 16. Y luego de que Hamas y Jihad Islámica aceptaran una tregua el 29 de junio, otro atentado suicida causó 21 muertos y 100 heridos en Jerusalén occidental. Parece claro que Arafat, el único palestino con poder para frenar los atentados, los estaba permitiendo, ahora con el propósito de socavar la frágil autoridad de su “primer ministro”. La semana pasada, Arafat se apresuró a congratularse, afirmando que la Hoja de Ruta, el inverosímil proceso de paz impulsado por Washington, estaba “muerta”. Pero en realidad nunca había vivido: fue sólo una ficción en la que Israel y los palestinos, por distintas razones, fingieron creer.
Desde el punto de vista de Israel, la Hoja de Ruta tuvo la ventaja de que no tuvo que entregar ni un metro cuadrado de territorio a cambio de promesas de paz, como fue el caso en el fallido proceso de Oslo. Desde el punto de vista de las organizaciones palestinas, la “tregua” fue una oportunidad de rearmarse y reagruparse. Esa realidad, se dibuja hoy implacablemente en el terreno: los palestinos seguirán atacando e Israel seguirá replicando, entre otras cosas con su política de “asesinatos selectivos” (como trató de hacerlo ayer con el jeque Ahmed Yassin, líder espiritual de Hamas). Pero hay una novedad: la valla de seguridad que Israel está construyendo en torno de las zonas palestinas de Cisjordania. Esa medida fue tenazmente resistida por Arafat, y con razón: al frenar la entrada de atacantes desde sus territorios, debilitaba su palanca de negociación. El Departamento de Estado de Powell captó la idea, y en un momento se llegó a amenazar a Israel con sanciones económicas si la construcción del muro seguía avanzando. Ariel Sharon, en cierto modo, transó, al demorar el ritmo de edificación. Pero Israel nunca impulsó la construcción a toda velocidad: desde su inicio el año pasado, hay sólo 100 kilómetros completados de los 350 que tomaría secesionar la totalidad del territorio israelí sobre la “línea verde” de las áreas habitadas predominantemente por los palestinos. La construcción del muro también es resistida por los pacifistas y por la ultraderecha israelíes, los primeros por juzgar que bloquea las negociaciones y la segunda por temer que obligue a una devolución de facto de las colonias y produzca el nacimiento, también de facto, de un Estado palestino independiente. Pero a partir de los hechos de ayer, es difícil ver cómo Powell –o los enemigos israelíes del muro, para el caso– podrá impedir que el primer ministro haga lo que quiera, sobre todo cuando cuenta con un precedente a su favor: una valla similar separa Israel de la Franja de Gaza, y desde su establecimiento los ataques desde Gaza han cesado en su mayor parte.
Por último, los hechos de ayer terminan de enterrar la noción de que, luego de la invasión norteamericana de Irak, nacería un “nuevo Medio Oriente”. La invasión, incluso de haber logrado sus propósitos (y está muy distante de haberlo hecho), nunca podía influir en el conflicto israelopalestino –ya que Saddam Hussein no era un actor decisivo en él– y ahora que está en problemas, con infiltraciones constantes desde Irán y Siria,se ha convertido en un hazmerreír. El viejo y deprimente Medio Oriente está de vuelta en todas sus dimensiones.

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