EL MUNDO
› REPORTAJE A ISABEL ALLENDE, HIJA DE SALVADOR, A 30 AÑOS DEL GOLPE
“Creo que el Chicho estaría contento”
Luego de 15 años de exilio, volvió a Chile y hoy es la presidenta de la Cámara de Diputados. En este diálogo recuerda el día terrible del 11 de septiembre de 1973, la última vez que vio a su padre presidente, la huida a México. Y cuenta cómo fue volver en 1988 “con lo puesto y rodeada de argentinos”, y encontrar su casa ocupada, saqueada.
Por Tati Penna *
Vive en la misma casa de calle Guardia Vieja donde creció, pero nunca se sienta en la cabecera de la mesa del comedor: es el lugar que tradicionalmente ocupaba su padre. Lo único que no le agrada de su cargo como presidenta de la Cámara de Diputados es que le falta el tiempo para ir al teatro o el cine, actividad que aprovecha de realizar cuando le toca salir de viaje, especialmente a España. Aunque reconoce que lo único que le cuesta digerir es la poesía, es fanática de la lectura y le hubiera encantado pasarse meses enferma en cama para leer lo que pasara por sus manos. Resignada a no tener nietos –sus hijos Gonzalo Meza (38) y Marcia Tambutti (31) no planean tener hijos– se conforma con Fernando, su sobrino nieto. Confiesa dos matrimonios y varios amores, sus ansias juveniles de estudiar teatro y el dolor insuperable de la muerte de su hermana Beatriz, en 1977, y de su padre el 11 de septiembre de 1973.
–¿Por qué los 30 años son tan potentes?
–Tengo la sensación de que 30 años es más redondo, más fuerte. Hay una cierta conmoción nacional e internacional.
–Para algunos Allende es el presidente mártir, el político... pero también hablamos de su padre...
–Imposible no mezclarlo. El papá pasó a ser líder, presidente, una figura universal, de los homenajes, controvertida para algunos por lo mismo, pero no lo puedes separar. Conmueve pensar que son 30 años y me produce la sensación de un círculo bien memorable porque justo me toca estar en la presidencia de la Cámara de Diputados. ¡Es muy fuerte! Y un día dije: “Sí, yo creo que el Chicho estaría contento”. Es como un desafío, porque uno tiene que hacer acuerdos, velar porque las cosas funcionen. Esto de que mi primera gira oficial fuera por Grecia, Hungría y Polonia fue espectacular. Es poco habitual que te reciba el presidente, el primer ministro; y en todos los países lo mismo, lo que no se hace jamás con un presidente de la Cámara de Diputados.
–¿Lo estaban recibiendo a él?
–A la hija, que cubría ese doble rol: símbolo del presidente Allende, pero al mismo tiempo la presidenta de la Cámara de Diputados. Es bonito y me gusta el desafío, están pasando cosas, es remecedor. Se decía que era posible la remoción de cuerpos pero otra cosa es tener conciencia de que efectivamente ocurrió. Ha sido muy fuerte. Creo que se había perdido bastante la capacidad de asombro... a mí me choqueaba que se hablara de “excesos” y no de violaciones a los derechos humanos. Hay que reconocer que el Informe Retting marcó un hito, pero sólo después de la detención de Pinochet se puso de lleno en el tapete un tema que se soslayaba. Por suerte las cosas cambiaron drásticamente con la detención de Pinochet. Ahí se produce el quiebre. Y aunque todavía es difícil tener un balance final, uno se da cuenta de que algo está pasando. Aunque hasta el momento haya 200 procesados, todavía falta.
–Volvamos hace 30 años, en lo personal...
–Era una funcionaria de la biblioteca del Congreso elegida presidenta de la asociación de empleados. A pesar de estar todo bastante polarizado, al interior habíamos logrado crear un clima de respeto. Tenía la percepción de que ése era un refugio para mi propio equilibrio, me parecía que con el Chicho, la Tencha y la Tati, todos volcados en el primer plano, era más que suficiente y mi actitud más bien era de cierto repliegue. Entré en 1962 a la universidad, a los 17 años, y a la Brigada Universitaria Socialista, pero nunca fui una superdirigenta. Obviamente participábamos desde chicas en las campañas y ése era mi ambiente natural. El Parlamento estaba en Santiago y el Chicho venía todos los días a almorzar, por lo que en esta casa todos los días había alguien invitado y las conversaciones siempre eran muy entretenidas. Además circulaba mucha gente de teatro, amistades de mi madre. Cuando recién egresé estaba muy confundida, decidí que no iba a dar el bachillerato, quería estudiar teatro.
–¿En serio?
–Sí, y me encantaba. La Tencha con la Marta Rivas formaron parte del grupo Experimental y se creó un ambiente bonito entre los compañeros. A mí me parecía sensacional y entonces decidí no dar el bachillerato. Pero mi padre me pescó de una oreja cuando se dio cuenta de que yo estaba feliz veraneando en Algarrobo y me mandó a Santiago, porque el bachillerato se rendía unos diez días después y yo estaba encantada de la vida haciéndome la lesa. Al final terminé dando un bachillerato en Biología, Física y Química, sin ninguna preparación. Me salvó solamente el haber tenido buena formación. Llegué a mi entrevista de teatro y cuando fui acercándome me bajó el pavor, no fui capaz, me di media vuelta y nunca más. Creo que ésta es la primera vez que lo hablo, incluso. Ahí me di cuenta que no me atrevía, arrugué y entré a Sociología.
–¿Hay otra cosa que le hubiera gustado hacer?
–Después me gustó la sociología. Cuando era adolescente y tenía 16 años me gustaba mucho leer, me encantaba la literatura clásica, la literatura rusa, Shakespeare. Mi madre en esa época estaba sufriendo un cuadro de tuberculosis y debió guardar reposo como ocho meses, y era divertidísimo porque yo empecé a hacer un cuadro febril y me dejaron en cama como quince días. Me hacían exámenes pero no había nada claro, yo estaba fascinada, el sueño de mi vida en ese momento era que alguien me hubiera dicho que también tenía un cuadro de tuberculosis y que tenía que hacer seis meses de reposo. Porque odiaba ese colegio, nunca me sentí bien ni me adapté.
–¿Por qué?
–Cuando chica estuve en La Maisonette y ahí me sentía estupendo porque era un colegio chiquito, nada de famoso, casi como un club de amigos. Y después, según yo, en el único acto no democrático que tuvo, mi padre nos cambió de colegio sin preguntarnos. El encontraba que debíamos aprender inglés porque una de sus frustraciones era no dominar idiomas a pesar de su gran facilidad para la comunicación. En este nuevo colegio no me sentía bien y tampoco aprendí mucho inglés, porque mi gesto de rebeldía fue no aprender. Además, las que eran mis compañeras habían aprendido desde chicas en este colegio bilingüe, pero cuando yo entré, a los 12 o 13 años, se daba por hecho que uno sabía. Igual penetró bastante y me desenvuelvo bastante bien, salvo en la parte gramatical, porque nunca lo estudié. Lo que el Chicho deseaba hacer lo he podido hacer yo.
–¿La descubrieron con lo del cuadro febril?
–Llevaba como quince días en cama y cada mañana y tarde tenía fiebre. El vecino era el doctor Oscar Gazmuri, y un día, para mi desgracia, viene y dice “nos vamos a olvidar que existe el termómetro y esta niñita se levanta y se va al colegio!”. ¡Y hasta ahí llegó mi cuadro! La fiebre era real, pero decidieron que no importaba. Y se acabó... ¡lamenté tanto no haber tenido un cuadro de tuberculosis! Es cierto que a veces veía a Tencha sumida en las lágrimas cuando venía el médico y dictaminaba dos meses más de cama, pero para mí era fantástico, la casa llena de gente, pasaban a verla, conversaban...
–Volvamos al ‘73...
–Volví a vivir a esta casa el año ‘70, cuando Chicho es confirmado presidente y se va a Tomás Moro. Entonces me pide que me venga y vivo acá hasta el ‘73. Me había casado por segunda vez, y estaba con mi marido, mi hijo mayor del primer matrimonio y había nacido Marcia, la menor. De aquí salí rumbo a La Moneda esa mañana y volvió a entrar el año ‘88...
–Cuando vuelve a Chile...
Mi hijo Gonzalo me llamó un día y me dijo que habían hablado con algunos abogados y pensaban que por la cercanía del plebiscito era difícil que Pinochet se atreviera a hacer algo, y que me viniera de inmediato de Médico, callada, porque iban a presentar un recurso de amparo apenas llegara. Llegué primero a Argentina y nos pusimos de acuerdo en que lo haríamos con un diputado y un senador, uno justicialista y otro radical. Sólo que el diputado se fue de lengua y, para mi sorpresa y de todos, el diputado dio una conferencia de prensa donde dijo que acompañaría a la hija de Allende (risas). Fue horroroso, Roberto Garretón estaba furioso porque se había colado la noticia. Incluso no sabía si tenía algún sentido hacerlo porque ya se sabía por todos lados y corríamos el riesgo de que me deportaran. Mientras, habían salido de Chile Jorge Schaulsohn, a quien yo no conocía, y Jorge Arrate para acompañarme en esta operación. Esa noche Schaulsohn nos invitó a uno de los mejores restoranes del barrio Recoleta para decidir si valía la pena hacerlo. Y decidimos que sí. Al otro día me exigieron que me viniera sin maletas porque el viaje llegaba a Santiago y me mandaban de vuelta. Cuando llegamos al aeropuerto en Buenos Aires, estaban todos los medios porque había una nota del gobierno diciendo que Aerolíneas Argentinas sería multada e Isabel Allende deportada. Nos embarcamos con periodistas argentinos y mientras redactábamos la nota de lo que íbamos a declarar, me decían que estuviera tranquila, que iban a subir las fuerzas de seguridad pero que a mí no me iban a tocar, etcétera. Antes de llegar a Mendoza, el comandante de la aeronave se me acerca, me dice que tiene una noticia y me mostró unos papeles: Pinochet acababa de decretar el fin del exilio, incluida Hortensia Bussi, radicada en México... e Isabel Allende Bussi, “quien actualmente viaja en tal vuelo”. Fue impactante. Me ofrecieron que fuera a la cabina a mirar la cordillera... Fue un golpe fuerte. Era el 1° de septiembre de 1988. Gonzalo me estaba esperando y le pidió a Sergio Bitar que me alojara, porque no tenía casa ni nada. Por si las moscas había echado un par de calzones en la cartera, pero nada más... ¡no tenía nada! Pero hubo mucha gente solidaria que se dedicó a vestirme.
–¿Y cuándo entró a esta casa?
–Al día siguiente fui al cementerio Santa Inés (se conmueve). Eso fue bien fuerte. Y a los 10 o 15 días pedí entrar a esta casa. Le avisé a la gente que la habitaba que me venía a vivir acá y que se tomaran su tiempo para desocuparla. Me vine del todo a fines del ‘89 y esta casa era un asco, un desastre, estuve casi seis meses en arreglos.
–¿Y sus cosas?
–Perdimos todos y casi todo lo de Tomás Moro. Apenas ahora han ido apareciendo algunas cosas que estaban en el Ministerio de Salud y otras pocas que devolvió el OS-7 de Carabineros. Ese día salimos de la casa con lo puesto. La Moy (de Tohá) y una amiga se metieron a esta casa y lograron hacer un bultito con algunas cosas de mis hijos, pero todo lo demás se perdió. Lo mismo Tencha, que también salió con lo puesto. Cuando llegamos a México fue muy impactante porque estaba esperándonos el presidente Echeverría en persona con todo su gabinete vestido del más riguroso luto, y se abre la puerta del avión y Tencha se baja con un traje color lúcuma. Una imagen que me quedó marcada: todos del más riguroso luto y Tencha de amarillo lúcuma, y yo con un suéter morado... (se queda en silencio)
–Significó armar nido en otro lado...
–El papá de mi hija Marcia tuvo que ponerse como proveedor porque Isabelita se dedicó a la solidaridad (sonríe). Era necesario el testimonio, conseguir trabajos, ayudar a sacar gente, hacer denuncias en Naciones Unidas, etcétera. Me pasé entre el ‘74 y el ‘80 sin parar, viaje tras viaje. Ahí uno crece de una sola vez porque tienes que entrevistarte con primeros ministros, jefes de Estado, pero también era muy gratificante ver el cariño, la solidaridad en la imagen de Salvador Allende, y creo que ahí percibí que tenía una trascendencia de la que no nos habíamos dado cuenta en Chile. En 1980 decidí parar y me volví estudiante. Hice una maestría en Flacso. Fue una época muy privilegiada porque en México estaban viviendo como refugiados una serie de argentinos de primer nivel que fueron nuestros profesores.
–No pasó mucho tiempo y murió Beatriz, su hermana...
–Fue tremendo... creo que nunca se perdonó el haber salido de La Moneda. La Tati era superapegada al Chicho y le fue muy difícil salir de La Moneda. Ella tenía una contradicción porque estaba embarazada y porque el mismo Chicho le dijo que tenía que salir. Y además pasó algo que por suerte a mí no me tocó vivir en México: ella en Cuba se convirtió en un símbolo con dos piernas, no se puede vivir así, entonces fue atroz porque permanentemente había visitas que llegaban a Cuba y Fidel, por supuesto por cariño, decía que había que ir a buscar a Beatriz Allende, presentarla, invitarla a un gran acto de masas, etcétera. Después iban saliendo los presos políticos que pedían hablar con ella, desahogarse con ella, contarle todas sus torturas y se fue cargando, cargando y cargando. Creo que eso fue lo que la quebró. Yo no me he recuperado nunca de lo que le pasó, es un dolor que queda ahí. A mí no me gusta hablar de eso...
–Volvamos al 11...
–Después del tanquetazo acordamos con mi marido que si pasaba algo me iba a La Moneda. Así que ese día partí y Romilio se llevó a los niños a la casa de sus padres a La Cisterna. Salí en un Fiat 600 sin radio, sin saber lo que estaba pasando. Había cenado en Tomás Moro la noche anterior, había mucha tensión mientras se preparaba un referéndum. Cuando me fui me llamó la atención que mi padre pidiera que alguien me viniera a dejar, pero me vine en mi auto. Y en ese mismo auto partí a La Moneda. Fue bastante difícil pasar por varios puntos, pero con una seguridad enorme yo bajaba el vidrio, decía que era la hija del presidente Allende y que iba a La Moneda. Parecían desconcertados, pero así fui avanzando hasta llegar a Valentín Letelier, donde dejé el auto. Tenía tan poco claro todo que eché un neceser pequeño con la muda indispensable, pensaba que íbamos a estar un par de días y que después todo se iba a solucionar. En esas condiciones llegué a La Moneda, con mucha dificultad en el acceso mismo. Creo que fui la última persona que entró cerca de las 9 de la mañana. El Chico le había dicho a mi madre `llama a las niñitas’ porque siempre pensó que Tomás Moro iba a ser muy seguro. Uno de los dolores que debe haber tenido es que nunca se le ocurrió que Tomás Moro fuera bombardeado... Por suerte que Tencha no tuvo no tiempo para llamarnos. La historia desde entonces es larga y lo que destaco es esa sensación de haber podido llegar, de haber compartido, haberse sentido parte de lo mismo. Estábamos con el Chico y queríamos estar ahí...
–¿Tuvo miedo?
–Era tal el deseo de llegar que no medí nada, realmente no sé lo que viví. Todo fue muy fuerte, tan brutal que no puedo decir si estaba aterrada. Cuando llegué a La Moneda nos pusieron en una pieza que estaba a bajo nivel, era la más segura porque ya había tanques. Entonces llegaba el ruido pero lejano. Y cuando finalmente el Chicho nos convence para que salgamos, el silencio era absoluto... Antes estaba todo esto del fuego, los tanques, y cuando salimos había un silencio impresionante. No lo olvidaré jamás. Era la desolación. Ya habían ordenado el bombardeo y el silencio lo podías cortar con cuchillo...
–¿Tenía la sensación de que se estaba despidiendo de su papá?
–No la quise tener o no pude. El quería que todas las mujeres abandonáramos el lugar, ¡le costó mucho convencernos! Nos rogaba, nos pedía y como a la cuarta vez Tati fue la que dijo “ya basta”. Se dio cuenta que lo estábamos angustiando y dijo que nos fuéramos. El subió con nosotros, se aseguró de que llegáramos hasta Morandé 80 y ahí nos dio un abrazo. Nos dijo que había hablado con el general Baeza y que nos iban a tener un jeep para sacarnos de ahí y estaba seguro de que iba a cumplir. Y aun en esas circunstancias, él volvió a creer, porque pertenecía a una generación donde la palabra de honor se cumplía, valía. Pero cuando llegamos a la puerta no había jeep ni nada. Me acuerdo que la Tati le dijo “¿y qué pasa si nos toman presas y nos utilizan como rehenes?”, “bueno, el mundo sabrá esta traición”, dijo él.
–¿Cuándo se encuentra con tu madre?
–El día 12 en la tarde, cuando a la casa donde estábamos va un jeep militar con salvoconducto para la Beatriz porque estaban expulsando a todo el personal de la embajada de Cuba. En ese momento la Tati nos dijo que nos fuéramos. Llame al embajador de México que se puso inmediatamente al teléfono y me avisó que partía a buscarme. Cuando llegó le dije que no estaba sola, que otras dos mujeres estaban conmigo, y nos metió a todas en su auto enorme y se sentó al lado del chofer. Nos pararon como diez veces y Gonzalo con gran seguridad bajaba el vidrio y mostraba el salvoconducto que decía que estaba autorizado a retirar a Isabel Allende y a sus hijos menores, que en este caso eran estas señoronas (risas). Ahí sentí un poco de miedo, nunca tuve temor por mí porque no era una gran dirigente, no estaba en la primera línea, pero otra cosa eran Nancy y Frida y ahí se me apretaba el estómago. Así llegamos hasta la embajada sanas y salvas. Después me fui a la casa de Felipe Herrera, donde estaba mi madre.
–¿Y sus hijos?
–Tenía claro que Romilio se iba a hacer cargo. Cuando restablecimos comunicación telefónica, supe que mis hijos estaban a salvo aunque no lo habían pasado muy bien. Y después nos juntamos todos en la embajada de México. Gonzalo tenía 8 años y quedó bastante marcado, estaba en La Cisterna, cerca de El Bosque, y sintió bastante ruido. Esa es otra cosa que a uno le queda, el ruido de los helicópteros no me gusta. Estuvimos en la Embajada de México hasta el día 15, cuando nos fuimos, pero ésta quedaba bastante cerca de la Escuela Militar. El ruido permanente de los helicópteros es algo que no nos gusta para nada...
–El aniversario la encuentra como presidenta de la Cámara...
–Sí, como que se cierra un círculo. Lo dije cuando asumí en marzo, ojalá que ahora, después de 30 años, los chilenos nos reencontremos, pero este reencuentro tiene para mí un significado: la valoración ética de un “nunca más”. Me alegro que algunos actores empiecen a señalarlo porque es el mayor compromiso frente a las generaciones que vienen. Nunca más, bajo ninguna circunstancia y pretexto, ni unos para incitar ni otros para sentirse convocados y por lo tanto actuar, porque nadie le dijo a las Fuerzas Armadas que tenían que romper el orden constitucional. Como tampoco me parece bien que algunos civiles de la derecha hayan pasado bastante piolita, porque se señala con el dedo lo horroroso de cierta gente de las Fuerzas Armadas, pero la derecha está piolita. ¡No!, no me vengan con las excusas de que los políticos o los quiebres. Es muy sesgado decir que la izquierda tuvo la responsabilidad, es el colmo del cinismo. La violencia en este país se instaló en los años 60. La amistad cívica, republicana, entre los políticos adversarios pero amigos se rompió entonces. Mi padre y su amistad con Frei –con quien se tomaba unos traguitos en Algarrobo o jugaban, se reunían, chacoteaban, hacían bromas y todo eso– se acabó con la campaña del ‘64, con el envenenamiento del ambiente. Cuando uno dice “nunca más”, significa reencontrarnos pero sobre la base de una valoración común ética: nunca más, bajo ninguna circunstancia, puede romperse el orden democrático.
–¿Perdonó?
–Nunca he sentido que tengo que perdonar, nunca, y me carga cuando alguien trata de imponerlo. Odio no he tenido nunca. Rabia sí, de repente, respecto a cierto cinismo. Hablar de “excesos” realmente me resulta repulsivo, me duele, porque tengo amigos y familiares desaparecidos. Y en la familia nunca tuvimos odio, por eso vivo tranquila. Lo que me importa es la injusticia, y por cierto la retribución pasa por ahí. La justicia es innegable, es un sagrado derecho de todo familiar. Y un país que se respete tiene que entregar justicia, punto. Lo otro es imposible. Yo veo a este país todavía dividido... Se cumplirán 30 años y comienzan a aparecer cosas que nunca se habían visto, es fuerte y demuestra por qué era imposible acelerar nada. Porque cuando negaste por años, cuando no diste justicia, entonces 30 años parecen muchos, pero en virtud real de lo que ha pasado, no son muchos. Por eso tiene que tardarse lo que tiene que tardarse.
–¿Qué va a hacer el día 11?
–Quiero estar acá y el 5 y 6 de septiembre tenemos programado como Fundación hacer en el Estadio Nacional dos días de grandes conciertos y expresión popular. Esperamos a algunos artistas de Brasil, Argentina, etcétera. El día 11 hay que estar acá, justamente porque son 30 años. Es un día bien simbólico. Y ahí se remueve mucho. Habitualmente voy a La Moneda, aparentemente entro y salgo igual, pero cada vez siento algo. En la época de Aylwin fui a una reunión en Cerro Castillo y no medí mi reacción. Cuando entré fue muy fuerte encontrarme con ese círculo de pasto, con la tortuga a la que a Gonzalo le gustaba subirse, el ajedrez con el que jugaba el Chicho...
* Especial para Página/12 de Siete+7, de Chile.
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