EL MUNDO › EL PROCESO FUE BLOQUEADO POR PRESIONES POLITICAS Y DE LOS CONSERVADORES DE LA IGLESIA
A 35 años de su asesinato por los militares de su país, el obispo Oscar Arnulfo Romero será beatificado hoy en El Salvador, paso previo a ser reconocido como santo.
› Por Washington Uranga
El obispo católico Oscar Romero será beatificado hoy en El Salvador, 35 años después de su asesinato por los militares de aquel país. La beatificación, paso previo a ser reconocido como santo por la Iglesia Católica, fue acelerada este mismo año por el papa Francisco, después de que el proceso eclesiástico estuvo bloqueado tanto por razones políticas como por presiones de los sectores conservadores de la misma Iglesia. Benedicto XVI había anunciado la liberación del proceso de canonización en diciembre de 2012, poco antes de su renuncia. Al margen de los reconocimientos formales para gran parte de los católicos de América latina, particularmente para los salvadoreños y centroamericanos, el obispo asesinado se convirtió desde hace mucho tiempo en San Romero de América.
Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980, a los 62 años, por un francotirador (ver aparte) que le acertó con una bala calibre 22 en el corazón cuando celebraba la misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia, en el barrio Miramonte, de San Salvador, y mientras pronunciaba allí su última homilía. Desde el 15 de octubre del año anterior, el pequeño país centroamericano estaba gobernado por una junta militar que había derrocado al general Carlos Humberto Romero, quien a su vez había llegado al gobierno mediante un fraude electoral el 20 de febrero de 1977. El país vivía entonces clima de guerra civil debido a la resistencia de organizaciones populares, especialmente campesinas, y revolucionarias.
En medio de una situación de violencia política y de gran represión, el obispo se había convertido en potente voz de resistencia y de denuncia de las violaciones a los derechos humanos. Cada domingo su homilía en la catedral era presenciada por centenares de personas que allí se enteraban de las noticias sobre secuestros, desapariciones y asesinatos y escuchaban en voz de Romero las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos y reclamos de justicia. El sermón del arzobispo era transmitido por la radio YSAX, perteneciente a la Iglesia.
La ceremonia central de la beatificación se realizará hoy en la plaza Salvador del Mundo, en la capital salvadoreña, y será presidida por el cardenal italiano Angelo Amato, prefecto (ministro) de la Congregación de la Causa de los Santos, en su calidad de delegado personal del papa Francisco, quien en febrero pasado reconoció formalmente el martirio de Romero, abriendo el camino hacia su santificación.
Se estima que 300 mil personas participarán del acontecimiento, entre los cuales se cuentan muchos peregrinos llegados de toda América y otras partes del mundo. Junto al cardenal Amato estarán el actual arzobispo, José Luis Escobar, 1200 sacerdotes y 200 obispos, encabezados por los cardenales Jaime Ortega (Cuba), Leopoldo Brenes (Nicaragua), José Luis Lacunza (Panamá) y Oscar Rodríguez Maradiaga (Honduras).
En el acto el postulador de la causa de canonización de Romero, Vicenzo Paglia, presentará una biografía del obispo asesinado. Luego el delegado papal leerá la carta apostólica de Francisco en la cual se reconoce la condición martirial de Romero y se descubrirá una gigantografía con la imagen del nuevo beato. Simultáneamente se presentarán en el altar reliquias del obispo Romero.
En Buenos Aires, en coincidencia con la ceremonia en El Salvador, el cardenal Mario Poli, celebrará una misa a las 11 de la mañana en la Catedral, a la que asistirán el nuncio apostólico Emil Tscherrig y el embajador salvadoreño en Argentina, Oscar Menjívar Chávez. La homilía estará cargo del obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión de Pastoral Social, Jorge Lozano.
En el momento de su muerte Romero era claramente un líder popular, más allá de los católicos, y su prestigio había sobrepasado las fronteras de su pequeño país. El 2 de febrero de 1980 la Universidad Católica de Lovaina le otorgó el Doctorado Honoris Causa como reconocimiento a su lucha en defensa de los derechos humanos.
Al agradecer la distinción Romero dijo, entre otras cosas, que “las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas”, denunció la persecución de la Iglesia “porque parte de la Iglesia se ha puesto del lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa”. En esa ocasión dijo también que “el mundo de los pobres nos enseña que la liberación llegará no sólo cuando los pobres sean puros destinatarios de los beneficios de gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas ellos mismos de su lucha y de su liberación, desenmascarando así la raíz última de falsos paternalismos aun eclesiales”. En esa misma ocasión sostuvo que “o servimos a la vida de los salvadoreños o somos cómplices de su muerte” en coherencia con una afirmación del 24 de julio de 1977, oportunidad en la que había dicho que “la Iglesia no puede callar ante la injusticia, porque si callara sería cómplice”.
Romero estaba consciente de que su vida estaba en peligro. Y poco tiempo antes de su asesinato adelantó que “desde ya ofrezco mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador” y pidió “que mi sangre sea semilla de libertad”.
Sin embargo, Romero había sido elegido arzobispo por su condición de “moderado” y para evitar que accedieran a ese cargo los sectores “progresistas” de la Iglesia. En 1977 renunció el entonces arzobispo de la capital salvadoreña, Luis Chávez y González y aparecía como su sucesor natural quien en ese momento era su segundo, el obispo auxiliar Arturo Rivera Damas, un hombre reconocido por su compromiso “en la opción por los pobres”. No obstante, una maniobra urdida entre el prefecto (ministro) de la Congregación para los Obispos, el cardenal italiano Sebastiano Baggio (1913-1933) y el secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), el ultraconservador obispo colombiano Alfonso López Trujillo (1935-2008), logró desplazar al progresista Rivera Damas y designar a Romero.
El 10 de febrero de 1977, en una entrevista concedida al diario La Prensa Gráfica, el arzobispo argumentó acerca de la participación de los clérigos en la vida política. “El gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo –dijo entonces– porque está cumpliendo su misión en la política del bien común.”
Quienes conocen de cerca la vida de Romero señalan que el asesinato de un amigo cercano y estrecho colaborador del obispo, el sacerdote Rutilio Grande, cambió la vida del ahora beato. El hecho ocurrió el 12 de marzo de 1977 en la ciudad de Aguilares. Allí el cura Rutilio fue asesinado junto a dos campesinos, supuestamente por denunciar el secuestro en Apopa y posterior expulsión del país del sacerdote colombiano Mario Bernal Londoño. La muerte de Grande conmovió al ahora obispo mártir y lo impulsó de manera decisiva en su compromiso en defensa de los derechos humanos. En esa oportunidad la respuesta de Romero, además de profundizar sus denuncias contra los atropellos del régimen, fue realizar una misa a la que convocó a todos los sacerdotes en la plaza Barrios de la capital, una iniciativa que tuvo la expresa oposición del nuncio (embajador del Vaticano) y de otros obispos. Miles de personas, especialmente campesinos, se reunieron en el acto litúrgico transformado en manifestación opositora.
En una nota recientemente publicada en la revista católica Vida Nueva, el periodista colombiano Javier Darío Restrepo, da testimonio de la transformación de Romero. Refiriendo un encuentro en 1979 junto a grupo de colegas, Restrepo asegura que “quien hubiera visto y oído a Oscar Arnulfo Romero años atrás no hubiera podido imaginar lo que los periodistas, estábamos viendo esta mañana en la catedral: sin altisonancias, como quien habla con la familia, el arzobispo denunciaba lo que nadie se atrevía a decir, pero lo suyo era una toma de partido y defensa de los campesinos y los pobres”.
El obispo católico brasileño Pedro Casaldáliga escribió un poema titulado “San Romero de América, pastor y mártir” en el que se refiere al obispo asesinado como “pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de báculo y de mesa”, porque “las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo”. Sin embargo, sigue diciendo Casaldáliga, “el Pueblo te hizo santo (...), los pobres te enseñaron a leer el Evangelio”.
Un día antes de su asesinato, el Domingo de Ramos, 23 de marzo de 1980, como parte de su sermón dominical, Romero pronunció un párrafo que, según diferentes testigos, fue el que desencadenó la furia de los militares que decidieron acelerar su final. “Yo quisiera hacer una llamamiento, de manera especial, a los hombres del Ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional”, dijo el arzobispo ante centenares de personas reunidas en el templo y a quienes lo escuchaban por radio. “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘no matar’.” Y agregó: “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen sus conciencias y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre”. Y en tono muy fuerte y dirigiéndose directamente a los militares remató su sentencia: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.
La tumba de Romero en la cripta de la catedral de San Salvador se ha transformado desde su asesinato en lugar de peregrinación popular. Hasta allí llegaron también el papa Juan Pablo II cuando visitó El Salvador en 1983 y, más recientemente, el presidente norteamericano Barack Obama. En el mismo lugar hasta hace pocos días estaba colgado un cuadro del santo del Opus Dei, Josemaría Escribá de Balaguer, instalado allí por el arzobispo Fernando Sáenz Lacalle. Este sacerdote español, también perteneciente al Opus Dei, fue nombrado por el Vaticano como titular de la arquidiócesis de San Salvador y ejerció el cargo entre mayo de 1995 y diciembre de 2008. Desde esa función hizo todo lo posible para impedir el avance de la causa de canonización de Romero, que se había iniciado en 1990 por iniciativa de su sucesor, Arturo Rivera Damas.
Una escultura de Romero se encuentra actualmente en la galería de los Diez mártires del siglo XX, en la abadía anglicana de Westminster, en Londres, en la que también está Martin Luther King.
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