Miércoles, 2 de marzo de 2016 | Hoy
EL MUNDO › LOS INMIGRANTES DE AUSTIN TEMEN QUE TRUMP LLEGUE A PRESIDENTE
La indignación, la ira, una sensación de impotencia y de consternación pura son algunas de las emociones expresadas por los que serían elegidos para una deportación masiva entre los pobladores de Austin, Texas.
Por David Usborne *
Desde Austin, Texas
Una maestra en una escuela primaria en el este de Austin, Texas, Liliana Batista, estaba organizando la clase una mañana cuando una alumna de siete años se acercó y le dijo: “Señorita, el presidente Trump va a echar a todos los mexicanos y no podremos venir a la escuela”.
Lo que sorprendió a la maestra fue que la niña se imaginó que Trump iba a ser nominado y electo ya antes de que 12 estados, incluyendo Texas, fueran a las urnas ayer. Pero eso fue una señal del profundo temor que Trump sembró entre los 11 millones de inmigrantes ilegales a quien de hecho se comprometió a deportar –y luego dejarlos afuera de un “hermoso” muro. Batista dijo que se sentía destrozada al ver que alguien tan joven sintiese ese temor a causa de una elección presidencial.
El miedo es ya una forma de vida para los indocumentados. La mayoría de los alumnos de Batista nacieron en Estados Unidos y son legales, pero se estima que al menos tres cuartas partes están creciendo en hogares indocumentados. Ella simplemente no les pregunta esto a los padres. Ella misma fue traída ilegalmente a Estados Unidos por sus padres hace 30 años cuando huyeron de México para la cosecha de uvas en California.
Ningún presidente envió más inmigrantes ilegales a casa que Barack Obama. El número deportado –no sólo a México, sino a El Salvador, Guatemala y Honduras– llegó a 414.481 en 2014, según el Departamento de Seguridad Nacional. Hay una explicación política: sólo mostrándose difícil iba a ser capaz de ganar una reforma migratoria seria para darle documentos a millones. No funcionó. En promedio, 17 personas son deportadas sólo de Austin todos los días.
El miedo llegó a la casa de Carmen Zuvieta el 19 de febrero de 2013. Su marido, Roman, que en un principio fue arrestado por un pequeño choque en la ruta, estuvo luchando contra una orden de expulsión durante meses, muchos de los cuales los pasó en un centro de detención cerca de la frontera con México. Después de ser liberado, se le ordenó volver al parecer por una audiencia por su caso. En lugar de eso, lo deportaron.
Carmen Zuvieta, que parece fuerte, no puede contener las lágrimas cuando describe la confusión que sentía su hijo, que tenía sólo dos años. Todos los días durante semanas, ella lo traía a casa del jardín de infantes y la camioneta de su padre todavía estaba en la entrada. “‘¿Está papá ahí?’, gritaba mi hijo y yo decía: ‘No, él no está allí’. No entendía. ‘¿Por qué, mamá, ¿por qué?’” Debido a que su hijo mayor, que nació en Estados Unidos, cumplió ahora 21 años, Zuvieta puede obtener la ciudadanía estadounidense. Entonces ella podría viajar a México para ver a su marido, cuyas posibilidades de volver son escasas.
La campaña de Trump se lanzó con la calumnia de que los mexicanos son “violadores” y “criminales”. Y la xenofobia demostró ser contagiosa. Después de decir que enviar agentes “con botas militares” a acorralar residentes ilegales sería un error, el senador de Texas Ted Cruz abrazó esa política y afirmó que mientras que su rival podría dejar que “los buenos” volvieran si se atienen al proceso legal, él no lo haría.
La indignación, la ira, una sensación de impotencia y la consternación pura son algunas de las emociones expresadas por los que serían elegidos para una deportación masiva. “Me pone furioso. Porque Trump no puede imaginar la horrible pesadilla que estamos viviendo”, dice la señora Zuvieta. Ella y muchos otros señalan que sin su indocumentada –y por lo tanto explotada– mano de obra, Austin, que ha florecido en los últimos años con una afluencia de profesionales de tecnología de California, llegaría a un punto muerto.
“Tengo una pregunta: ¿quién va a trabajar en los restaurantes, quien va a cocinar, quién va a trabajar para las compañías petroleras, quién va a trabajar en el campo”, pregunta Zuvieta. “¿Y quién va a construir esas torres altas en el centro?”, Cuando se le preguntó cuántas personas en su vecindario están viviendo ilegalmente, contestó: “casi todo el mundo”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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